Pedro Sánchez vive su propia desconexión, al igual que lo hace el independentismo, empeñado en una hoja de ruta sin amparo racional y destinado a chocar con propios y extraños en una misión en la que pocos creen. El secretario general del PSOE quiere ser presidente del Gobierno de España con un currículum que no le coloca precisamente como candidato idóneo al puesto.
Lleva dos años en el cargo y el socialismo vive ya los claros síntomas de una gastroenteritis aguda: encara una rebelión de la práctica mayoría de sus barones territoriales que han perdido toda confianza en él; sus pocos aliados, como antaño Ciudadanos, le recuerdan lo absurdo de sus intenciones, y las urnas, por mucho que no quiera verlo, le recuerdan comicio tras comicio que su proyecto carece del apoyo mayoritario de los españoles. Sánchez arremete contra propios y ajenos, nunca relajado, nunca natural, nunca sincero; siempre a la defensiva. ¿Contra quién?
Tradicionalmente se le han perdonado a la izquierda, mucho más que a la derecha, las crisis internas. Pero la situación actual es inédita y ciertamente grotesca. Sin hablar ya del Gran Hermano que están representando los grandes amigos Pablo Iglesias e Íñigo Errejón en Podemos, el PSOE difícilmente puede tolerar un esperpento interno como el que está viviendo cuando buena parte de los españoles confía en su aportación a la gobernabilidad de España. Después de todos estos meses de hueca huida hacia adelante queda claro que cualquier remota forma de Gobierno que pudiera bastir Pedro Sánchez estaría fundamentada en su propia supervivencia; sería legislativamente estéril, y estaría llamada a morir al cabo de pocos años.
El socialista representa como nadie el conatus que descubrió Baruch Spinoza en el siglo XVII: lo único que hay de común en todos los animales, el instinto de supervivencia: el reflejo de huir de las situaciones peligrosas. ¿Pero hasta cuándo y sobre todo a costa de quién?
Se intuye en la maniobra de Sánchez, sin embargo, el peligro de las adicciones, en su caso, a sobrevivir en el cargo sin haber reflexionado previamente sobre el futuro del país. Como los ludópatas con la ruleta, Sánchez apostó ya una vez, y perdió. Y el jugador socialista sentía que no tuvo suficiente, y ha querido seguir apostando, y ha seguido perdiendo. Se le ha acabado ya el crédito, como atestiguan sus propias filas territoriales, y es ahora donde empieza a pedir prestado: pedir prestado al resto de los españoles, pues pocas dudas quedan de que el bloqueo actual de la gobernabilidad del país recae básicamente en sus espaldas. Ha renunciado con frescura a la gran oportunidad de imprimir las letras socialistas en una agenda reformista con el PP y Ciudadanos, donde ambos socios podrían haber marcado el rumbo de la legislatura a los populares sin mayores problemas.
En cambio, Sánchez parece que es el único que no se ha dado cuenta de que el maniqueísmo político con el que se distraía cuando era joven ha dejado de existir. Sigue repitiendo en los mítines que el "PSOE nunca ha apoyado al PP", como si eso fuera una verdadera razón para no hacerlo ahora. Cuando se le escucha, por ejemplo, al presidente extremeño, Guillermo Fernández Vara, clamar que "lo de antes es imposible, eso ya no existe", se está refiriendo efectivamente a que quienes se regocijan todavía de la melancolía de la pura alternancia política viven ya sueños trasnochados. Es el caso de Pedro Sánchez; de su desconexión con la nueva realidad que ya no se marchará, a pesar de que se llena la boca con la defensa de la "nueva política". La nueva política es precisamente superar su discurso, secretario general.
Los gobiernos transversales, el mestizaje ideológico, el frente anti-PP, son las fórmulas que repite casi angustiosamente Pedro Sánchez para autojustificarse. Si un partido como el PP se hubiera atrevido en situaciones anteriores a defender un frente popular, caiga quien caiga, contra el PSOE, estaríamos hablando ya de la España rancia de hace décadas, antidemocrática, boicoteadora de resultados electorales, de la que atenta contra el buen paso de las instituciones políticas.
Sánchez está haciendo exactamente lo mismo, la diferencia es que carece de credibilidad por su falta de reconocimiento interno. Otros barones, con más inteligencia, llegaron a proponer que cualquier acuerdo con el PP pasaría por pedir la cabeza de Rajoy, lo que hubiera bloqueado igual el acuerdo, pero con culpa compartida. Pedro Sánchez ni siquiera lo ha insinuado hasta ahora. Puede ser por torpeza política o, más bien, porque desde aquél 20 de diciembre pasado, al socialista le ha importado poco los acuerdos tejidos para formar el Gobierno; solo su presidencia.http://www.expansion.com/opinion/2016/09/24/57e594ca46163f887b8b45cc.html?cid=SIN8901