La profecía fallida del separatismo
Desde la fuga de Puigdemont no paro de pensar en uno de los experimentos sociológicos más sensacionales que conozco. Lo hizo el psicólogo social Leon Festinger y lo describió –junto a otros– en el libro When Prophecy Fails ("Cuando falla la profecía"), de 1956. Interesados por un pequeño culto ufólogo que había en Chicago, Festinger y sus colaboradores infiltraron a varias personas en él. El grupo, que estaba dirigido por una mujer, creía que el fin del mundo iba a tener lugar el 21 de diciembre de 1954; pero lo más importante, al menos para ellos, es que estaban convencidos de que horas antes del apocalipsis una nave extraterrestre iría a recogerlos para salvarlos y conducirlos al planeta Clarion.
Sí, era una marcianada total. El experimento permitió observar cómo los creyentes en una marcianada reaccionan al fallo de la profecía.
La noche antes del fin del mundo, el grupo de elegidos estuvo horas reunido esperando a los extraterrestres, sin que los de Clarion se dignaran aparecer. Por fin, después de un silencio sepulcral y del llanto desconsolado de la profeta, la divinidad tuvo a bien comunicarse con ella. Le dijo que gracias a la intensa vigilia del grupo había decidido darle más tiempo al mundo antes de destruirlo. Los creyentes no sólo se fueron contentos a casa. Además, redoblaron sus esfuerzos para tratar de extender su mensaje y convencer a más gente de la veracidad de aquello que se acababa de demostrar falso.
Esta reacción era la que habían previsto los investigadores. La hipótesis confirmada era que, al producirse un fallo evidente de la profecía, los creyentes iban a hacer lo posible por aferrarse a ella. Sobre todo cuanto mayor fuera su inversión en la creencia, cuantas más cosas hubieran hecho que fueran difíciles de revertir, como lo eran, en aquel caso, dejar trabajo, estudios y familia, o entregar dinero y posesiones. Para esas personas, la manera de lidiar con el trauma de la profecía fallida era conseguir alistar a más gente. Cuanto más apoyo social tuviera la marcianada después de muerta, más podían convencerse de que a pesar de todo era verdad.
Quítenle a esto el fin del mundo, los extraterrestres y el bonito planeta Clarion. Pongan en su lugar la creencia en que la independencia se haría realidad desde el instante de su proclamación, en que el reconocimiento y los apoyos exteriores iban a llegar enseguida para salvarla y en que la flamante república catalana sería el paraíso terrenal. Ahora pongámonos en el lugar del creyente cuando lo esencial de todo eso se viene abajo. ¿Va a dejar de creer ya mismo?
No. Lo que hará primero será tratar de integrar lo sucedido en su sistema de creencias. Para facilitarlo, ya circulan marcianadas como que las elecciones del 21-D han sido impuestas por Europa a modo de un (nuevo) plebiscito. Si lo ganan, dice el bulo, Europa obligará a España a hacer un referéndum legal o a reconocer la independencia sin más. Es el equivalente al mensaje divino transmitido por la visionaria: la profecía no se incumple, se posterga.
Por más que hayan quedado al descubierto las mentiras separatistas, no hay que esperar caídas del caballo en masa entre los fieles. Digerir lo sucedido les va a llevar un rato largo. No aceptarán la realidad ni reconocerán que han creído en mentiras de la noche a la mañana. Esto no es una buena noticia de cara a las elecciones autonómicas. Pero se puede compensar. Porque no todo el voto separatista es cien por cien creyente y junto a los que han hecho una inversión emocional en el procés están los que han hecho un cálculo: algo se sacará de este lío, y en cualquier caso no tendrá costes.
Ahora, los costes económicos y sociales han quedado tan claros como la inviabilidad de imponer la ruptura por encima de la ley y la democracia, y en contra de la mitad de la población catalana. Al tiempo, los costes para los dirigentes del delirio empiezan a estar a la vista. Esto es particularmente importante por una razón: fue una revolución impulsada de arriba abajo, no de abajo arriba. Si los que han llevado la batuta han de responder ante la justicia, si no hay tratos de favor –ni amnistías como la que ya proponen los comunes, cada vez más abrazados al partido de los Pujol–, serán menos temerarios.
Por volver al culto ufólogo de Chicago: éste no se hundió por el fracaso de la profecía, pero sí por la fuga de la profeta ante la posibilidad de ser detenida e internada en una institución psiquiátrica. No estoy dando ideas. Pero, sí, también huyó.
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