a izquierda española, enferma de frustración y resentimiento, saca el cadáver de Franco del Valle de los Caídos porque, según ha explicado una ministra de cuyo nombre no puedo acordarme, los vencidos del 39 consiguen con ello su primera victoria. La Constitución de 1978, barrida de un plumazo.
Pero, ya que se impone la actualidad catalana, engarcemos la profanación de la tumba por los socialistas con la incineración de Cataluña por los separatistas. Porque uno de los principales mitos fundacionales del régimen de 1978 consiste en acusar a Franco de ser el mayor fabricante de separatistas por haber provocado en Cataluña el rechazo a España. Si así hubiese sido, dicho rechazo tendría que haberse manifestado intensamente en las primeras elecciones tras la muerte de Franco, con las supuestas heridas todavía en carne viva. Pero en aquellas elecciones (junio de 1977) el voto separatista, representado por ERC y afines, alcanzó un insignificante 4,72%. Otro 16,68% fue el resultado del Pacte Democràtic per Catalunya, la coalición encabezada por Jordi Pujol, en aquel entonces explícitamente autonomista y ajena al separatismo. En las elecciones de abril de 2019, tras cuarenta y dos años de régimen democrático y autonómico, el resultado conjunto de todas las opciones separatistas, de diversas intensidades y matices, alcanzó el 54,27% (ERC 24,59%, ECP-Guanyem 14,89%, JxCat 12,05, Front Republicá 2,74%). Teniendo en cuenta que Franco murió hace casi medio siglo y que aproximadamente la mitad del electorado actual nació durante el régimen democrático, la conclusión es evidente: el fabricante de separatistas no ha sido ninguna opresión por parte del régimen de Franco, sino el lavado de cerebro totalitario por parte de Pujol.
El lavado efectuado mediante aulas y televisiones es tan evidente que no merece la pena gastar tinta en explicarlo. Pero lo curioso es que, cuando se menciona el adoctrinamiento infantil por el totalitarismo catalanista, inmediatamente salta al terreno de juego el comodín de Franco: "¡Pues anda que la Formación del espíritu nacional!". Sin embargo, el problema del argumento "¡Pues anda…!" es que, aun pretendiendo transferir la culpa a la otra parte, lo que realmente consigue es confesar la propia. Y además dicha confesión, al haber sido empleada para establecer un paralelismo con un régimen dictatorial, hunde doblemente la pretensión del catalanismo de presentarse como democrático.
Pero ni siquiera la comparación franquista hace justicia al totalitarismo catalanista. Efectivamente, el régimen del 18 de julio imitó en sus primeros años los ejemplos de los regímenes totalitarios que en aquel tiempo marcaban tendencia en Europa: sobre todo, como es lógico, la Italia mussoliniana y la Alemania hitleriana, pero no hay que olvidar, aunque pueda parecer paradójico, la Unión Soviética, primera potencia mundial en control del pensamiento y adoctrinamiento de las masas. Y así apareció el Frente de Juventudes, principal iniciativa del régimen para el encuadramiento y adoctrinamiento de los jóvenes. Pero según el curso de la guerra se torcía para el Eje, el régimen español fue eliminando, tanto en la forma como en el fondo, sus facetas más cercanas al totalitarismo. Por eso el Frente de Juventudes acabaría desapareciendo y dejando paso a la despolitizada OJE. La última reliquia del interés adoctrinador del régimen franquista fue la famosa Formación del espíritu nacional, asignatura sobre la que ponen la lupa quienes necesitan agitar el ectoplasma franquista para esconder las culpas propias.
Pero, para disgusto de los totalitarios hodiernos, hasta ese paralelismo se queda corto. El objeto de aquella asignatura fue el estudio de la historia de España y del régimen jurídico de aquellos días. En cuanto a la primera, quienes tuvieron que estudiarla –así como quienes consulten hoy los textos de entonces– pueden atestiguar que se trató de un relato, aunque orientado por el nacional-catolicismo imperante, mucho más serio que los disparates impartidos hoy en las madrasas separatistas. Y el componente jurídico podría equipararse a la enseñanza actual de la Constitución y otras normas nacionales e internacionales que configuran la base de nuestro ordenamiento. Pero lo más importante es que aquella asignatura tuvo una importancia decreciente con el paso de los años y fue siempre una maría a la que no se prestaba demasiada atención, en la que solía darse el aprobado general y que a menudo quedaba a cargo del profesor de gimnasia. Hasta hubo profesores de ella, y redactores de sus textos, que acabarían de diputados socialistas…
Por el contrario, el adoctrinamiento separatista actual ha ido ganando paulatinamente intensidad en los sistemas educativos autonómicos hasta el punto de impregnar asignaturas y actividades de todo tipo, incluido el tiempo de recreo, como diseñaron sabiamente hace cuarenta años los ideólogos de CiU. Y, por supuesto, para lograrlo es necesario que no haya voces discordantes. Como ha explicado recientemente el profesor Francisco Oya, promotor de Las Termópilas, plataforma que agrupa a profesores, mozos de escuadra y otros funcionarios acosados por no ser separatistas, el gobierno catalán
sume al funcionario disidente con el separatismo en una situación de acoso laboral y social, a ser posible empujándolo a la depresión y destruyéndolo como persona con el fin de neutralizarlo completamente. Es habitual la instrucción de expedientes disciplinarios sin ninguna base y alimentados con falsedades. También la familia de los afectados, singularmente los hijos en edad escolar, acostumbran a ser blanco de los ataques supremacistas.
Y resume así la posible comparación con el régimen franquista:
El miedo a ser sancionado es algo que no sucedía en la época de Franco. Cuando yo comencé a dar clase, todos los profesores eran por oposición y, excepto quienes daban Formación del espíritu nacional, había trotskistas y maoístas que hablaban abiertamente. Eso ahora es imposible. Cualquier profesor que diga que es del PP o Ciudadanos es señalado. Ése es el tipo de sociedad que ha creado el procés.
Todo esto, en conjunción con unos medios de comunicación en régimen de monopolio y con cuya omnipresencia el régimen franquista no pudo ni soñar, ha logrado crear una atmósfera social cuya existencia se tiene por natural y de la que resulta muy difícil escapar. ¡Esto sí que es totalitarismo!
¿Será casualidad que ronde los veinte años la edad media de los pimpollos que iluminan la Ciudad Condal con sus hogueras para protestar contra una división de poderes que su analfabetismo funcional les impide comprender?
Aunque haya coincidido con la profanación de su tumba para agitar odios políticos con un siglo de retraso, no le echemos esta vez la culpa a Franco, a su régimen y a sus asignaturas. La edad de los protagonistas lo prueba: la culpa es del todopoderoso Pujol, de sus aliados de la Moncloa y del Estado de las Autonomías.