La exhumación de Francisco Franco va camino de convertirse en la tumba de la escasa credibilidad que le queda al Gobierno de Pedro Sánchez. Desde que los socialistas trataran de instalar una cortina de humo a costa del dictador y del Valle de los Caídos, van de ridículo en ridículo. El delirio de tapar sus deficiencias gestoras con el traslado de la ínclita momia ha conseguido el dudoso logro de que una institución tan ponderada en sus manifestaciones como el Vaticano haya tenido que desmentir a la vicepresidenta Carmen Calvo, quien había asegurado que la Santa Sede los había respaldado en su intención de que los restos del dictador no acaben en La Almudena. Por ahora, el inefable Gobierno de Sánchez cuenta con dos grandes hitos internacionales: haber presentado unos Presupuestos fake en los que nadie confía dentro de la Unión Europea y que la casa del Papa Francisco los desmienta tras una nueva mentira.
Hábito que, por otra parte, es inherente a la manera de gobernar del actual Ejecutivo. De hecho, llevan casi tantos escándalos como días al frente del país. Por mucho que se afanen en una guerra ridícula e innecesaria contra la Iglesia, no desaparecerá el dificilísimo contexto que, a base de continuas concesiones, han agravado en Cataluña. Tampoco las preocupantes previsiones que auguran un frenazo a nuestra economía ni la debilidad parlamentaria que los hace depender de comunistas bolivarianos, separatistas, nacionalistas vascos y proeterras. No obstante, Pedro Sánchez se agarra a los restos de Franco como si fueran el último recurso propagandístico que pudiera mantenerlo en el sillón de La Moncloa. Para ello, han iniciado una guerra sin sentido donde han recurrido directamente al chantaje contra la Iglesia a cuenta del IBI, los bienes inmuebles, la pederastia o la Mezquita Catedral de Córdoba.
Operación que, en su vertiente mediática, cuenta con la vergonzosa connivencia del otrora prestigioso diario El País, convertido ahora en un mero boletín al servicio del Gobierno donde imparten las clases éticas y morales que no practican. Por si fuera poco, Sánchez ha cedido ante Pablo Iglesias para derogar el delito de blasfemia. Una concesión más y otro innecesario ataque contra una de las instituciones que más españoles de todas las ideologías engloba, entre ellos muchos socialistas. España necesita un presidente y unos ministros que gobiernen con los pies en el presente y las ideas en el futuro, no en un constante e inane revisionismo que sólo incide en su incapacidad, amén de reabrir viejas rencillas guerracivilistas que la sociedad tenía ya olvidadas. Por muy conocida que sea, no deja de ser menos vigente la célebre cita que se le atribuye a Otto von Bismarck: “El político piensa en la próxima elección, el estadista en la próxima generación”. En el actual gobierno, desgraciadamente, hay overbookingde políticos.