COPIO Y PEGO DE RAFAEL TORRES
MADRID, Con la sustracción de los bienes y los patrimonios líquidos de los clientes de las Cajas nacionalizadas, se cumplen los instintivos anhelos de la Plutocracia nacional: la destrucción del ahorro popular y la desarticulación económica de la clase media. Con ambos, el anhelo supremo y ya no tan instintivo, sino ahormado a la ideología correspondiente: la restauración del clasismo más impermeable y extremo, el de una sociedad compuesta de ricos, pobres y nada en medio.
La facilidad con que las Cajas de Ahorros bajo el control del Gobierno están desvalijando, capitaneadas por éste, a centenares de miles de españoles pertenecientes a esa amplia, heteróclita y elástica clase media que se creó con el llamado Estado del Bienestar, y que a su vez ha sido su principal artífice y sostenedora, no sólo se explica por el uso desaforado de la mayoría absoluta parlamentaria y de su brazo ejecutor, el Decreto-ley, que el partido que representa los intereses de esa Plutocracia, el PP, hace, sino también por la inexistencia de un Estado garante y corrector, al servicio de los ciudadanos. Si a ello se le añade una Justicia encriptada, lejana, cara y lenta, y el hecho de que la víctima del despojo del Gobierno no puede, ante el delito flagrante, acudir a la Policía o a la Guardia Civil para que detengan al ladrón y lo cacheen para el reintegro inmediato de lo sustraído, ya sí se entiende del todo, aunque no sin una infinita repugnancia, el despiadado y monstruoso plan de reestafar, torciendo una vez más la ley para ello, a los españoles víctimas de la estafa de los falsos depósitos bancarios, que no otra cosa han sido las Participaciones Preferentes y las Obligaciones Subordinadas.
Estafar es, pues así lo describe inequívocamente nuestro diccionario, "pedir o sacar dinero u otra cosa de valor con artificios y engaños, y con ánimo de no pagar". ¿Queda alguna duda de que esos productos "complejos", "híbridos", "ilíquidos", de imposible comprensión, fueron el artificio de que se valieron las Cajas quebradas para apropiarse de los ahorros de sus clientes? ¿Ignora alguien a éstas alturas el engaño en su comercialización, dirigida a los particulares confiados en sus Cajas de Ahorros de toda la vida? ¿Es concebible, para los españoles y para los que desde fuera nos miran, que el Gobierno se preste a la cooperación necesaria y a la colaboración esencial de semejante exacción? Una estafa es lo que es, y ahora miles de familias estafadas aguardan a que los Tribunales califiquen judicialmente lo sucedido también así.