Un rescate es en el fondo un préstamo. Cuando te dan un préstamo ocurren dos cosas: la primera que tienes más dinero para gastar por lo que vives mejor, la segunda que de lo que ganes en el futuro tienes que apartar una cantidad para pagar el préstamo por lo que tendrás que vivir peor.
Pero cuando ya debes dinero, un rescate es una especie de refinanciación, te dan dinero con una mano para que lo devuelvas con la otra a quien le debes ahora y que ya no te quiere prestar más.
Pero quien te da el nuevo préstamo quiere cobrarlo, porque dice que los préstamos no son regalos, es decir que tienes que devolverlos. Si además hasta ahora has gastado más de lo que ganas, y estás acostumbrado a ese nivel de vida, imagína lo que significa no endeudarte más y encima devolver lo que debes. Vamos tijeras para recortes a espuertas.
Ahora lo bueno es que en el estado actual de asfixia entra algo de aire, y si respiras, aunque sea poco, por lo menos es mejor que nada.
Por lo tanto en principio el efecto que tiene es que los tipos de interés que le cobran a España y a las empresas españolas es menor. Si el tipo de interés es menor, la rentabilidad que se obtiene en los préstamos a las empresas es menor, y si a través de una preferente se obtiene mayor rentabilidad, se compran preferentes, con lo que en principio las preferentes suben su valor para que se igualen las rentabilidades.
Además, si las empresas españolas y Repsol entre ellas, pueden financiarse mejor, es posible que opten por amortizar total o parcialmente las preferentes como se habían comprometido para el mes de octubre, porque pueden obtener los fondos para amortizar las preferentes. Aunque tal y como está de deuda Repsol es complicado que eso pueda ocurrir haya rescate o no haya rescate, salvo que la Caixa y BBVA donde se comercializaron presionen a Repsol para que lo haga.
De todo eso se deduce que en mi opinión, vender ahora, lo que se dice ahora, no sería bueno, salvo que se tenga otra inversión que ofrezca mayor rentabilidad.
Pero vamos, tampoco te fies demasiado que los economistas estamos acostumbrados mejor a explicar el pasado que a predecir el futuro.