Yo empecé como agente exclusivo, en un plan de carrera en el que fuí uno de los dos primeros en España (fué un reto importante y de resultado incierto) y que me condujo a regentar una delegación en la que comercializaba seguros, fondos de inversión y productos bancarios bajo el paraguas de una gran aseguradora.
Un día llegué con mi socia y esposa al convencimiento de que no podía pasar el resto de mi vida sirviendo a los intereses de la parte más fuerte en el contrato. Era contrario a nuestra forma de entender la vida y, con ello, no pretendo menospreciar a los buenos agentes quienes merecen todo nuestro respeto.
Mi esposa y yo valoramos nuestro piso, echamos cuentas y nos preparamos para perderlo todo y volver a empezar a cambio de un futuro profesional distinto. Todo ello significaba arriesgar la cartera de diez años de trabajo. Afortunadamente eso no fué necesario porque encontramos buena gente que entendió nuestra visión profesional y pudimos abordar los cambios sin traumas.
Gracias a ese paso pudimos transformarnos en correduría de seguros y cambiar de lado en la mesa. Desde entonces somos la parte del cliente que sabe de seguros y le servimos solo a él, aunque es justo decirlo, con honestidad con los aseguradores con los que trabajamos. Nuestros objetivos: formación diferenciadora, apoyo absoluto al cliente tanto en la contratación como, especialmente, en el siniestro y la especialización.
Puedo decirte que comencé en el seguro un mes de marzo. Hasta julio estuve en formación, sin comercializar nada. Mis primeras comisiones llegaron en septiembre de ese mismo año y fueron 1.500 pesetas (tras seis meses de dedicación exclusiva) y ese solo fue el principio de una dura y bella profesión en la que hay que tener la cabeza muy fría para no caer en la tentación del dinero fácil que es, invariablemente, el que perjudica al cliente. Y no perder de vista que de nuestra actuación depende la calidad de vida de las familias o la continuidad de negocio de las empresas.
Saludos