Estimado Javier Marías:
Le escribo la presente porque la lectura de su artículo del domingo sobre "los exterminadores de toros" me ha causado tan gran desazón que necesito contestarle para recuperar la tranquilidad.
La primera causa de tal desazón se encuentra en la contradicción entre sus críticas a la intransigencia de los demás y su aparente liberalismo, que en el fondo reproduce la misma intransigencia que critica. Fíjese que critica Vd. el espíritu dictatorial, franquista, de quienes quieren prohibir el consumo de tabaco en lugares públicos (prohibición ya vigente desde hace años en otros países de nuestro entorno, sin que se hayan producido altercados ni nadie se rasgase las vestiduras, y que tiene como fundamento sólidas razones de salud pública -el tabaco mata-, de libertad individual -protección de quienes no somos fumadores y tenemos que padecer el humo ajeno- y de administración de recursos escasos -el tratamiento médico de las enfermedades causadas por el tabaco suponen una carga multimillonaria para los presupuestos del sistema público de salud, dinero que podría destinarse a reducir las listas de espera, p.ej.) y de quienes ahora proponen un debate parlamentario sobre la prohibición de las corridas de toros. Y es que comienza Vd. su ejercicio de liberalismo ejemplar tachando de autoritarios y franquistas a quienes defienden posturas que Vd. no comparte. La verdad es que no me parece coherente empezar un debate sobre la pertinencia, conveniencia o razonabilidad de una propuesta por la descalificación del contrario. Lo correcto creo que sería resumir las razones que se han presentado por los partidarios de la iniciativa en discusión, analizar su fundamento con ecuanimidad, sopesar sus pros y contras, la racionalidad de tales razones, y luego proponer unas conclusiones propias fundamentadas, sin descalificaciones genéricas.
Ciertamente, en su artículo resume Vd. lo que supuestamente son los argumentos de los detractores de las corridas de toros, y pretende demostrar que carecen de toda razón, incluso en algunos casos que la aprobación de su propuesta llevaría a resultados contrarios a los postulados de esos grupos. Lo que me causa desazón, llegados a este punto, es que en su análisis tergiversa las razones de los promotores de la iniciativa discutida, sus fines, el estado del debate y, finalmente, utiliza argumentos falaces para desacreditarles.
La iniciativa ciudadana por Vd. criticada no se fundamenta en argumentos patrióticos o independentistas catalanes-antiespañoles. Se trata de una iniciativa que compartimos muchos españoles no catalanes al margen de todo sentimiento patriótico, nacionalista, localista o independentista. Cierto que también los nacionalistas catalanes defienden esa iniciativa, pero el nacionalismo no es el centro del debate (aunque algunos nacionalistas pretendan aprovecharlo para sus fines propios, no compartidos por otros muchos).
En cuanto a su crítica a los animalistas y ecologistas, acude a los argumentos de autoridad ya defendidos por Gómez Pin en el mismo diario El País, y que fueron adecuadamente contestados en su momento; contestación que Vd., en su condición de intelectual-comunicador de prestigio merecido, con tribuna tan privilegiada como la que representa su página semanal en la revista semanal de El País, debería conocer y reconocer. Lo contrario supondría bien una negligencia temeraria, al entrar en un debate sin conocer el estado de la cuestión, bien una falta de honestidad intelectual al no reconocer y ocultar a sus lectores la respuesta fundamentada a quien sostiene la misma postura que Vd., y aprovecharse de la visibilidad y audiencia de su página para desacreditar la postura de ésos a quienes tacha de franquistas, sin que éstos tengan la oportunidad de acceder al mismo o semejante foro para rebatir su descalificación.
Ésos a quienes Vd. acusa de autoritarios lo que en realidad han promovido es una iniciativa legislativa popular (una de las mínimas puertas a un simulacro de democracia participativa que existen en nuestro sistema político) para que el Parlamento catalán debata sobre la pertinencia de prohibir o no las corridas dentro del ámbito territorial de competencia de dicha institución. No han impuesto nada, más allá de obligar al Parlamento catalán a tomar en consideración su petición, que podrá ser admitida o rechazada a trámite; y en el primer caso, podrá ser o no aprobada, tras al pertinente debate parlamentario. Disculpe, pero no veo ningún "espíritu dictatorial" en tal modo de proceder.
Por otro lado, es falso que la subsistencia de las dehesas dependa de la cría de toros de lidia. Lo cierto es que el porcentaje de dehesas en que se crían tales animales es bastante reducido, y está ampliamente superado por el de espacios dedicados a la cría de cerdo ibérico. Es más, la prohibición de las corridas no tendría por qué suponer la extinción de la raza de toros empleada en las mismas, ya que podría seguir criándose para carne. Piense que la sustitución de los caballos y burros como animales de carga y tiro no dio lugar a su extinción. No es cierto tampoco que esta raza de toros ponga en peligro por sí misma a la población humana: la agresividad que muestra en el ruedo no es manifestación espontánea de un carácter violento, sino consecuencia de los malos tratos a que los toros son sometidos en sus últimas horas de vida. Desde que se les extrae de su medio natural hasta que se les da pública muerte padecen una larga serie de vejaciones que les aterroriza, de modo que la violencia con que se manifiestan en la plaza no es más que una explosión de terror (y la mansedumbre que se critica a algunos de ellos es otra forma de expresar ese mismo terror, de la misma forma que los humanos no reaccionamos uniformemente ante la presión extrema: igual que los toros, unos saltamos en estallidos de violencia mientras otros quedamos paralizados). En fin, sostener que sean los toros de lidia el baluarte frente a la especulación urbanística tampoco parece un argumento muy sólido: las promociones urbanísticas especulativas encuentran su nicho donde el suelo es más barato (normalmente en espacios protegidos, no aptos para cualquier otra actividad económica privada), donde los tiburones del ladrillo pueden comprar fincas a precio de liquidación para luego plantear al alcalde de turno su convenio urbanístico a la medida; pero es necesario también que los pisos a construir tengan salida, para lo cual deben estar a razonable distancia de una gran urbe para convertirse en ciudad-dormitorio o emplazarse en lugar apto para destino vacacional; la mayor parte de las fincas adehesadas no cumplen estos requisitos, máxime si están ocupadas por cerdos ibéricos.
El estado del debate se centra en una cuestión ética, a la que Vd. no se refiere en absoluto en su artículo, pese a que Gómez Pin sí lo hace en el suyo. Es cierto que la ética es disciplina en olvido en el marco del liberalismo al uso, al contrario de lo que ocurría con el decimonónico. Pero aún así creo que debería haberla presentado y discutido porque su elusión lleva a que su artículo resulte intranscendente en cuanto al fondo de la materia. Se queda en un alegato partidista con apariencia de solvencia intelectual para quienes no conozcan a fondo el problema, pero no aporta nada a un debate serio en que se analicen en profundidad todas las aristas que presenta.
Y es que lo que motiva la iniciativa ciudadana que Vd. tacha de franquista (lo que son las cosas, una iniciativa franquista antitaurina...) es el rechazo ético (¡una iniciativa franquista ética!) a la tortura de cualquier animal. Los animales sienten dolor, miedo, terror, estrés, y otros sentimientos en una forma parecida a como lo hacemos los humanos. Y es que, de hecho, los humanos somos animales, y nuestro sistema nervioso no es tan diferente del que tienen las especies más evolucionadas. Y es más, somos muchos los que creemos que los humanos no tenemos derecho a infligir sufrimientos a otros seres vivos sólo para nuestro disfrute; los que nos oponemos a toda forma de violencia; los que quisiéramos acabar con el dolor inevitable de todos los animales, humanos o no.
Reciba un atento saludo,
Consumerista