Tres vagabundos han aparecido muertos en A Coruña en la última semana; uno de ellos llevaba muerto una semana, y nadie se había ni tan siquiera enterado. Esta es una realidad que ni vemos, ni queremos oír jamás. En la misma semana, hemos conocido que en Budapest los sin-techo serán multados con 500 euros o enviados a la cárcel por cometer el delito de vivir en la calle.
Estos son retazos de una realidad que estamos construyendo con el resultado de que nos encontramos en una situación en la que estoy seguro que en muchas ciudades nos encontraremos con historias como esta, que no son más que la punta del iceberg de una situación en la que la pobreza está alcanzando unas cotas completamente inaceptables. La cantidad de gente que lo está perdiendo todo es un problema económico y un problema para la sociedad. En este sentido me gustaría citar a J.F. Kennedy:
“Si una sociedad libre no puede ayudar a sus muchos pobres, tampoco podrá salvar a sus pocos ricos”
Pero con todo no me parece lo más grave de estas situaciones. Lo más grave somos nosotros, (los que tenemos un techo). En cierto modo todos tenemos una especie de obligación de decir que las personas que lo han perdido todo, lo han sido por su culpa. Buscaremos todos sus defectos, todos sus errores, y racionalizaremos la evolución que les ha llevado a perderlo todo. Al final siempre será culpa suya; incluso llegaremos a criticar que ensucien nuestras ciudades o que empeore la imagen de la zona donde vivimos. Sin darnos cuenta, nos habremos convertido en lo que representaba Jesús Gil y sus famosas políticas de Marbella, (más habituales de lo que creemos).
No es que seamos egoístas, tampoco es que no nos importe absolutamente nada; pero no se puede negar que como decía Melville:
“De todas las suposiciones absurdas de la humanidad, nada supera las críticas a los hábitos de los pobres hechas por quienes tienen buena casa, buen abrigo y buen alimento”
Está claro que todas las personas que lo están pasando mal tienen defectos, algunos graves, otros magnificados; no voy a discutir que estas personas han cometido errores en su vida. Esto es así porque absolutamente todos tenemos defectos; a veces no queremos pensar en ellos, otras veces no somos capaces de verlos; pero todos los tenemos. Alguna gente es ingenua, otra no tiene demasiada inteligencia; algunas personas son egoístas, alguna gente no puede aceptar ciertos convencionalismos, hay derrochadores, hay tacaños, hay vagos, hay descuidados y hay presumidos. Estoy seguro que si tenemos valor para mirar dentro de nosotros encontraremos bastantes de estos defectos y unos cuantos más. ¡Absolutamente todos nosotros y todos los que se encuentran a su alrededor!.
Absolutamente todos cometemos errores en nuestra vida. Es cierto que tal persona no debió comprar un piso en tal fecha, o que aquella otra no debió casarse con la otra; puede que el albañil debió estudiar una carrera, o puede que el universitario debió aprender un oficio. Quizás el que montó en 2006 un negocio de alquiler de hormigoneras, no debió hacerlo. En fin, podemos seguir así indefinidamente, pero en todo caso siempre se nos olvida un detalle tonto; a veces el azar no se tiene en cuenta.
Tenemos que negar el azar por la misma razón que tenemos que criticar que los pobres se vayan comunicando donde obtener recursos, (olvidando que es exactamente lo que ocurre en cualquier reunión de encorbatados), o que tenemos que criticar que echen la culpa de todo a la sociedad, (olvidando que es exactamente lo mismo que ocurre en cualquier reunión de encorbatados). Es también la misma razón por la que tenemos que decir siempre que están tan mal por sus errores pasados, (aquí la diferencia es que los encorbatados lograrán traspasar los errores a los demás).
Lo tenemos que negar, porque no podemos asumir que en esta situación nos podemos encontrar todos. Tenemos que asumir que han sido “sus errores” y “sus defectos”, los que los han llevado a esta situación. Tienen que ser mayores y más graves que los nuestros porque tienen que ser distintos. Si a esto unimos que sólo tenemos en cuenta el azar para pensar en golpes de suerte, (que nos toque la lotería, que alguien se fije en nuestro trabajo y ascendamos, que encontremos una acción que pegue un pelotazo…), olvidando sistemáticamente que también podemos tener un accidente de coche o acontecimientos similares, estaremos en nuestro mundo. En definitiva, se trata de marcar diferencias, porque a todos nos cuesta imaginarnos que podemos vernos en una situación tan dura.
Claro que lo tenemos fácil, porque normalmente el comportamiento de estas personas que están en la calle, o que están pasando una mala situación, no suele ser el aceptado socialmente. Algunos pedirán, otros robarán; unos mantendrán la higiene, otros no. Lo más normal será que encontraremos problemas con la bebida. Nos costará encontrar en las calles personas que sean capaces de razonar, (que estoy seguro que las habrá). Podemos engañarnos y pensar que son así. Pero también podemos hacer un ejercicio y volver a mirar para nosotros. ¿Qué haríamos nosotros?. Si comprendemos que una persona en una posición desahogada, no razone cuando está deprimida, ¿Cómo es posible que critiquemos a una persona que está pasando por unas situaciones extremas o muy difíciles por no razonar correctamente?.
Estamos calificando a unas personas en una situación determinada, sin tener en cuenta que esta situación es claramente decisiva para entender las actuaciones y actitudes de esta persona. Esto tampoco es una novedad y Jacinto Benavente dijo:
“En las novelas y en los cuentos se puede poetizar con la pobreza; en la realidad no. Sin la seguridad de lo necesario para la vida, nadie puede responder ni de su misma vida, ni de su honradez, ni de sus afectos más íntimos. Los náufragos no eligen puertos”
Pueden que sean víctimas de una situación, puede que sean personas que nacieron en un contexto inadecuado, puede que hayan sufrido mala suerte, puede que sean personas que no merecen el éxito; pero la realidad es que como todos los accidentes, siempre son una combinación de todas estas cosas y como tal hemos de comprenderlo.
Y nosotros debemos recordar toda la historia y unos valores que han pasado de “poner un pobre a la mesa” a criticar a los que necesitan la ayuda social para subsistir, porque nos cuesta un poco de dinero en los impuestos y porque este dinero gastado es una fuente de negocio para los que realmente viven del presupuesto público. Hemos de recordar que la propia evolución nos había llevado a unos parámetros en los que se calificaba de cobardía disparar contra quien no se puede defender.
Y sí, ya sé que todas las recomendaciones a las personas que están pasando problemas es que se ajusten; lo que no tengo tan claro es que mucha gente sepa lo que decía Oscar Wilde:
“Recomendar sobriedad al pobre es grotesco e insultante a la vez. Es como decir que coma poco al que se muere de hambre”