Nota previa:
Este post trataba de explicar que en tras la historia, el análisis económico y las estadísticas se esconden personas, con sus dramas y alegrías.
Este post es una reedición de otro publicado con el mismo nombre el 23 de septiembre de 2009. Se han corregido algunos fallos de redacción. Sin embargo, los datos, el análisis y las conclusiones se han de entender referidas a 2009.
El origen de la historia económica
Una de las lecciones, de cuando hacía la carrera, que me han quedado grabada la explicación de las crisis en la edad media. normalmente vemos la historia como algo lejano y ajeno (algo que se distingue de la ciencia ficción porque sabemos que esta se refiere a unos acontecimientos que no son reales).
Cuando somos estudiantes buscamos trucos para aprendernos la lección y lograr aprobar (es lo que nos interesa). Lo cierto es que las crisis de la edad media seguían siempre un procedimiento idéntico (como no podía ser de otra forma, al ser un período caracterizado por la inexistencia de avances relevantes). Esto simplificaba mucho su estudio (ya que sólo teníamos que recordar siglos de esplendor y siglos de crisis).
El proceso siempre era el mismo. Se partía de una situación de decadencia y, entonces, existían numerosas tierras disponibles; además estas tierras eran más productivas gracias a técnicas como el barbecho. Al existir oportunidades de tierras disponibles, asistíamos a incrementos de la nupcialidad, lo que unido a la nula planificación familiar de la época llevaba a incrementos de la natalidad explosivos. Este fenómeno, unido a la limitación técnica de la época, conducía poco a poco a la sobreexplotación de la tierra (el barbecho pasaba a ser un lujo que no se podía permitir) de tal forma que llegado un punto, se llegaba a una situación donde las oportunidades dejaban de crecer. En ese momento, la nupcialidad y la natalidad comenzaban a descender; pero la triste realidad es que la bajada de la natalidad era el primer síntoma de lo que se avecinaba. El ajuste nunca era lo suficientemente rápido y en el camino surgía la miseria, el hambre y en consecuencia el caldo de cultivo para la aparición de plagas, pestes y ajustes brutales de la población.
¿A dónde voy? Pues a explicar lo que puede parecer una tontería: aprendí historia poniendo caras. No imaginaba datos y cifras; imaginaba familiares o conocidos viviendo la historia; primero los veía felices por disponer de tierras, por poder pagar los diezmos, planteando una vida en común y emparejándose; luego imaginaba los problemas que tendrían los que no accedían a las tierras, ¿Cómo ligaban? Y luego me imaginaba la “purga de los excesos” que no era más que sufrimiento y dolor. Sé que puede ser un poco cursi, pero al final creo que es la forma de entender la historia. Porque al final esto de la historia no es más que el conjunto de nuestras vidas anónimas, que son los números y datos en manos de alguien que, en el futuro, nos estudiará. Hoy, mucha gente dice no saber nada de economía sin reparar en el hecho de que, realmente, una teoría económica será buena si nos describe (no si es bonita o apropiada a unos determinados intereses).
Hoy las cosas han cambiado; los avances han permitido un crecimiento mucho mayor lo que provoca que con mucho menos tierra se consiguen más alimentos; sin embargo creo que la sociedad aún no ha aprendido una gran lección. Son las historias individuales las que al final hacen la historia; son las pequeñas alegrías o los pequeños dramas que tenemos en nuestras casas los que construyen las estadísticas. No somos ricos o pobres por que lo diga una estadística, sino que la estadística ha de servir para que sepamos lo que somos. la primera lección de esta crisis es que todos los instrumentos que hemos creado para el conocimiento han servido para ocultar toda la información que teníamos. Es curioso y a la vez paradójico; jamás, con tanta información disponible, hemos estado más perdidos.
Hoy nadie sabe nada; esto ocurre porque cada uno de nosotros ha construido una visión de la historia; si se quiere una visión subjetiva y particular, pero nuestra visión. Pero el cuadro que ve cada uno no se parece al que nos pintan (y esto no es algo nuevo). Este es uno de los aspectos positivos de esta crisis: poco a poco las vendas están cayendo y caerán; saldrán numerosos estudios, cada vez más elaborados, pero cada vez seremos más los que no nos sentimos reconocidos.
Pero ¿nos hemos parado a pensar lo que realmente nos perdemos a la hora de poner caras? Yo, poniendo caras, he entendido la evolución de la edad media. Sin hacerlo no serían más que datos y más datos.
¿Y si analizamos hoy en día las situaciones? Descubriríamos que la bajada de natalidad de los últimos años escondía muchas dudas entre las parejas. Descubriríamos que los jóvenes no podían comprar un piso, ni tan siquiera alquilarlo (porque el ratio precio vivienda/sueldo es algo más que un número); Quizás descubriríamos que los contratos temporales de menos de mil euros y los contratos indefinidos que se firman bajo la condición de firmar la renuncia sin fecha han dejado a la juventud sin esperanza.
Quizás descubriríamos que cada pareja (o cada persona) plantea su vida en función de su estabilidad, de sus ingresos y de sus gastos. Quizás podemos entender que cuando se habla de una tasa de morosidad del 5% estamos hablando de que 400.000 familias no duermen (lo triste es que los del banco si duermen) y debemos entender que tras 4.500.000 de parados hay muchos dramas. Sé que últimamente esto es más un argumento de marketing que una visión real; pero debemos entender que la situación es real.
La sociedad está dividida hoy entre los que están arriba y los que estamos abajo. Los que toman las decisiones hace tiempo que están escondidos tras los cuadros de mando y los ERP (¿ahora se llaman CRM?) y ahora nos piden comprensión, pequeños esfuerzos, sacrificios y apretar el cinturón. Lo curioso es que parecen historiadores estudiando la edad media en lugar de analizar la situación (ya me da igual que sea la situación de los mercados, de la educación o de la justicia).
Los que estamos abajo necesitamos creer que los que nos dirigen saben lo que hacen y, si no vemos la lógica, tiramos de las traídas y manidas teorías de la conspiración. La realidad es que no ven la situación.
Quizás si usásemos los datos con afán de conocer en lugar de ocultar o hacer demagogia, descubriríamos que la natalidad bajo mínimos escondía un problema, una crisis escondida desde hace mucho tiempo bajo unos números impresionantes que se derrumban.
Y a veces me encanta recordar que es sencillo concluir que podemos hacer más coches que nunca, más seguros que nunca, podemos permitirnos más alimentos que nunca. Debemos tener presente que nos pasamos más tiempo argumentando la escasez, (necesaria para el negocio y la especulación) que viendo lo que hemos conseguido. Si miramos todos los datos podemos ver la salida; para ello sólo hace falta desenmascarar la realidad. Encontrar las contradicciones que se están cayendo; apretar los dientes y encarar la realidad. Porque hasta en la edad media, tras el drama, florecía otra vez la riqueza. Y ya hemos roto el ciclo en el pasado.
Puede que no sea realista desear que los ciclos desaparezcan, que las injusticias no vuelvan y que no volvamos a cometer los errores que nos han llevado a 1929 o a 2008, (son los mismos). Puede no ser realista pedir que entre todos construyamos el futuro y nos replanteemos todo.
Puede que no sea realista, pero lo que es un error es no desearlo. Se trata de recordar aquello de “Sed realistas, pedid lo imposible”; se trata en definitiva de que todos y cada uno de nosotros tenemos que entender que o somos parte de la solución o somos parte del problema.
La historia y las estadísticas nos pueden enseñar, pero tenemos que aprender a usarlas para lo que son. Y a ser posible tenemos que olvidar la frase de Churchill.