En una crisis de demanda, en la que la demanda se ha desplomado y sobre todo a nivel mundial, una de las tentaciones que tenemos es la de proteger los mercados. Curiosamente, cuando hablamos de proteger los mercados, volvemos a confundir los términos y la realidad es que lo que estamos es intentando proteger a las empresas nacionales, limitando el acceso a los mercados de empresas foráneas.
Lo clásico es usar los aranceles o impuestos a la importación para incrementar los costes de las empresas foráneas, y de esta forma proporcionar una ventaja clara a las empresas nacionales. Sin embargo, el sistema de aranceles está en claro desuso, por la dinámica de liberalización de los distintos comercios a lo largo de todo el mundo. Ni que decir tiene, que los aranceles en la unión europea, están prohibidos.
Pero por muy liberales que sean todos los países y por mucho libremercado que propugnen las empresas, lo cierto es que se buscan otras formas de proteger los mercados de las empresas foráneas, que siendo mucho más sutiles que los aranceles, tienen los mismos efectos prácticos, o incluso en determinados casos muy superiores.
A través de la normativa o de la publicidad pueden generarse diferencias en los distintos mercados, consiguiendo introducir alguna peculiaridad técnica en algunos elementos dificultando o impidiendo la entrada de productos extranjeros en el mercado de referencia, de tal forma que esto puede suplir con fuerza la ausencia o relajación de aranceles.
Algunas normativas son muy evidentes, como la intención de Obama de premiar en los concursos para el ferrocarril, a aquellas empresas que usen acero estadounidense. Desde luego esta medida, tiene un impacto muy evidente sobre la industria siderúrgica de Estados Unidos, ya que en caso de que se usen sus productos, nos encontraremos con una ventaja para acceder a los concursos, de tal forma que el instrumento es mucho más poderoso que un arancel sobre el acero importado.
En el mismo camino, nos encontramos con Francia, que se plantea analizar los productos “Made in France”, para determinar el número de componentes que llevan fabricados en Francia, lo cual en el contexto de un mercado muy sensibilizado con la marca país, implica una presión sobre los fabricantes franceses, para frenar deslocalizaciones.
El medio que nos encontramos está en las prescripciones técnicas, que es uno de los elementos más usados en la industria de los alimentos. Con la coartada de las normas sanitarias y de consumo, nos encontramos con toda una serie de posibilidades de limitación de las entradas de productos. Si un país determinado produce una leche con unos determinados parámetros de leche, bien por las técnicas productivas del país, (Vacas, para entendernos), o bien por qué se elabora acorde a los gustos de los consumidores de este país, otro país puede limitar el acceso de las empresas de este país a este mercado.
Más sutiles son las medidas para beneficiar a las empresas de bienes de equipo en lo que nos encontramos a la gran potencia germana. Curiosamente, nos encontramos con que la unión europea se ha gastado una burrada de millones subvencionando instalaciones para la mejora de productividad y competitividad a lo largo de toda la unión europea. Lo curioso de esta situación es que por un lado, tenemos que Alemania ha pagado y por tanto, todos debemos un favor increíble, pero nadie se acuerda que una gran parte de las compras han sido realizadas a las GBMH alemanas, (contribuyendo y mucho al saldo exportador), a la vez que han sido financiadas por las entidades financieras germanas, que han generado unos beneficios increíbles.
Más fuerza bruta usa China, mediante su sistema de joint venture. En este caso la protección a las empresas locales, se usa mediante la técnica del “si no puedes vencerlos, únete a ellos”, y simplemente capitalizan los beneficios de aquello que las empresas occidentales producen en China para vender en los países occidentales.
Claro que particularmente siempre me ha encantado el caso Italiano, que la verdad es que en estas cosas tienen un estilo similar. En esto hay que reconocerles las innovaciones, ya que usan un sinfín de trucos específicos para sectores en particular que van rotando mientras el resto de los países los van adaptando.
Si nos acordamos, hace mucho tiempo, distinguíamos los coches italianos por el intermitente lateral, (ese que ahora está de moda en los espejos). Lo cierto es que mi primer coche, no tenía intermitentes en el lateral, (un opel del 92), y jamás entendí la ventaja de estos elementos, (más allá de la estética). Sin embargo una norma de homologación de los coches en Italia, generaba unos cuantos problemas a las empresas que intentasen vender coches en Italia. Por supuesto, esta protección desapareció, a medida que se fueron introduciendo los intermitentes laterales, en los vehículos para todos los países.
Las normas para las conservas, limitando el aceite en las conservas, ha generado no pocos problemas a las conserveras de nuestro país, que hasta no hace mucho, solo envasaban con aceite de oliva, lo cual es una protección increíble.
La más simpática fue la de introducir condones de mayor tamaño, en base a una supuesta superioridad de los italianos en el tamaño, (¡aunque dicen por ahí que no importa!), lo cual genera problemas en la industria foránea, que estábamos acostumbrados a tamaños más manejables.
Lo dicho, todos muy sutiles, imaginativos y aunque con fecha de caducidad también, pero simpáticos.
En fin, el caso es que aquí todo el mundo habla de eliminar barreras, eliminar proteccionismo y todos estos discursos, que sirven para que luego cada cual llegue a su país, y comience a recibir llamadas de las empresas locales a las que no les hace tanta gracia esto de que los demás entren en su patio, y menos cuando el patio se hace cada vez más pequeño.
Y de esta forma, nos pasa exactamente lo mismo que con lo de liberalizar. Muy bonito, muy buena política, pero casi que mejor para los demás.