Ya ni me acuerdo de las primeras veces que he escuchado las teorías sobre cambiar el nombre a los parados. Tiempo atrás, se intentaba cambiar la denominación de parados por desempleados, por las cuestiones de demostrar cierto dinamismo. El argumento era que si a una persona que en estos momentos no tenga empleo, (a ver si no suscita demasiada polémica), debería evitar a toda costa decir que estaba “parado” y en cambio debería decir que estaba “buscando trabajo”.
En fin, puede que tenga cierta lógica, ya que ambas cosas pueden expresar actitudes y situaciones distintas. A mi esta situación siempre me ha recordado un poco la anécdota de Camilo José Cela cuando lo pillaron siesteando en el senado, y ante la pregunta que le hicieron acerca de si estaba dormido, contestó: “No estoy dormido, estoy durmiendo”; por supuesto cuando el interlocutor dijo si era lo mismo, el escritor contestó: “No es lo mismo estar dormido que estar durmiendo, de la misma manera que no es lo mismo estar jodido que estar jodiendo”.
Efectivamente no es lo mismo decir que un parado es un parado, o un buscador de trabajo, o un oferente de empleo; como no es lo mismo estar durmiendo que estar dormido. Pero sin embargo, la realidad es que en estas cosas tenemos una trampa. ¡Cuánto más afinemos lo que uno es; más descuidaremos lo que uno no es!. Si nos damos cuenta, cuando oímos la frase del escritor, de repente olvidamos un pequeño detalle; durmiendo o dormido, lo que no estaba era despierto.
Pues mediante las discusiones sobre los parados, oferentes de empleo o buscadores de empleo, la realidad es que parece que buscando el nombre apropiado, lo que suele pasar a un segundo plano es lo que no son: ¡trabajadores remunerados!, (e incluyo aquí también a los autónomos y otras personas que desarrollaban una actividad y que ahora no desarrollan).
Por lo tanto, y dado que puede ser importante la nomenclatura, aunque no tenga muy claro que sea nuestro principal problema, podemos empezar a discutir los posibles nombres. Para empezar podemos empezar por el propuesto por Griñán, (presidente de la junta de Andalucía), que es “oferentes de empleo”.
Este nombre ha de ser descartado de inmediato, porque en ningún caso pueden ser consideradas estas “personas antes conocidas como paradas”, como oferentes de empleo ya que si nos vamos a la característica “que no tienen”, nos encontramos con el hecho de que no tienen empleo; ¿Cómo explica el señor Griñán que se llamen ofertantes de empleo a los que no lo tienen?. ¿Qué están ofreciendo?. El caso es que si ofrecen algo esto sería “trabajo” o “mano de obra”, en cambio, si preferimos usar el término “empleo”, deberíamos decir lo que es ya conocido: “demandantes de empleo”. Al final en un empleo o un contrato de trabajo, se unen una empresa que demanda “trabajo” y ofrece un “sueldo” y una persona que demanda y ofrece exactamente lo contrario.
Por tanto si pasamos a llamarlos oferentes, (u ofertantes), de trabajo, es posible que se gane algo en el sentido de que por lo menos tendrán un lugar en los análisis de los mercados de trabajo, pero lo malo es que ofertantes de trabajo, no son los desempleados sino que es todo aquel que ofrece trabajo a cambio de un sueldo. Los “antes conocidos como parados”, son sólo una parte, (cada vez mayor) de los ofertantes de trabajo. Por lo que tendríamos que irnos a llamarlos “exceso de oferta de trabajo”. Quizás esta definición podría ayudar a entender cierta problemática en el mercado laboral, que afecta tanto a los “antes conocidos como parados”, como a los empleados, (por ahora no vamos a entrar a cambiar los nombres a estos), que es la existencia de una amplia oferta.
Lo malo, es que con el dictado de los mercados y dados los puntos de vista de todos los análisis, esto de llamar a estas personas, “exceso de oferta” puede tener vinculaciones que no son razonables. Y es que en cualquier sector donde se oye la palabra “exceso de oferta” a nadie se le ocurre pensar que el problema sea un “déficit de demanda”, sino que realmente lo que se propone es ajustar la oferta. Y como “las personas antes conocidas como parados” no son para estos eruditos nada más que un número, una gráfica o una estadística, da miedo pensar las soluciones frías y calculadoras que puedan surgir de ahí. De hecho, ya hay algunas formulas, (por ahora imaginativas y relativamente inocuas), para tratar de reducir este exceso, o por lo menos que no conste por ningún lado.
Este inconveniente me lleva a proponer que los cambios vayan en otro sentido, para evitar tentaciones de despersonalizar, lo primero que deberíamos hacer es incluir de alguna forma la palabra “personas” para referirnos a estos “ciudadanos”, (otro nombre posible), que se encuentran en una determinada situación. De esta forma quizás y sólo quizás, resulta que los gobiernos se darían cuenta de que las decisiones que toman afectan a “personas”, tanto las que tienen empleo, como las que no.
Por supuesto en no numerosos casos, la realidad es que se podría incluir “victimas”, para sustituirlo por el “efectos de la crisis”; porque en todo caso, estas personas son algo más que meros efectos colaterales de una situación en la que no han sido culpables.
Por supuesto, se admiten más propuestas, pero curiosamente a mí la que me sigue gustando más es la de “parados”, porque a fin y a cuentas nos encontramos a millones de personas que en el mejor de los casos han visto como su vida, sus expectativas y todas sus esperanzas se han detenido de golpe, en muchos casos (sobre todo aquellos desempleados de mayor edad) quizás para siempre. Pensemos en los problemas y las dificultades que tendrán que asumir estas personas y nos daremos cuenta de la realidad de la situación.
Parados está bien para que el señor Griñán y sus colegas de profesión tengan perfectamente claro cuáles son los efectos de las decisiones que toman. Y sobre todo para que no se descuelguen con argumentos del tipo:
“vamos a llamarlos oferentes de empleo, para de esta forma mejorar su competitividad, y tener el efecto secundario de que las empresas mejoren su competitividad y las colaboraciones interempresariales y tener un tercer efecto inducido que es evitar que el sector público deje de centrarse en sostener empresas y se dedique a favorecer los medios para que estas sean rentables”.
En todo caso, creo que el problema es más grave que el uso de las palabras, de hecho creo que una parte del problema es que de un tiempo a esta parte, las palabras se usan para esconder la realidad en lugar de para comunicar.