Más sobre Marx
Fernando Esteve Mora
Tras casi 35 años de alejamiento, he dedicado una buena parte de mi tiempo en los últimos tres meses a releer el Tomo II de El Capital de Karl Marx. Ha sido una tarea ingrata, pues al contrario que en sus otros textos de carácter político o crítico en que su capacidad literaria para atraer al lector y seducirle es patente, en El Capital, Marx es tedioso hasta la extenuación, y más -si cabe- en el tomo segundo, que es –al menos para mí- casi infumable.
Pero si bien ha sido una tarea literariamente penosa, no lo ha sido intelectual o conceptualmente. Y es que, al igual que sucede cuando se lee la Riqueza de las Naciones de Adam Smith (mucho mejor, por cierto, que El Capital hablando en términos meramente literarios), leer a Marx siempre es enriquecedor: es un auténtico clásico, definiendo como clásico a un autor de quien cabe siempre aprender algo nuevo, quizás –junto con Smith- el más clásico no sólo de todos los economistas “clásicos” sino también del resto de las escuelas de economistas que en el mundo han existido.
Obviamente, en Marx “no está todo”. Sería absurdo pretenderlo. No hay en él un análisis formal del conflicto como el que se sigue del uso de la teoría de juegos (si bien, sin duda, el conflicto es pieza central de su construcción teórica). No hay en él un análisis de la economía de la incertidumbre ni tampoco de la del sector público. Y si bien hay en sus escritos brillantes y útiles intuiciones acerca de lo que modernamente se llama la Economía de la Información y del cambio técnico y la automatización así como acerca de la Economía Internacional, sus tratamientos en estos campos no son completos. Es lógico. Fue un hombre sólo y estuvo solo intelectualmente (salvo por la ayuda de Engels), de modo que nada puede extrañar que sus planes de trabajo de hacer un análisis completo de lo que llamaba “modo de producción capitalista” no pudieran realizarse. Ni siquiera llegó a concluir de modo satisfactorio para él el análisis del capital, pues sólo llegó a finalizar el tomo primero del libro que le dedicó, de modo que los tomos segundo y tercero los construyó Engels a partir de apuntes deslavazados.
Pero aún así, aún con esas limitaciones, ¡qué riqueza de análisis! ¡qué profundidad la de sus ideas! ¡cuán interesante y sensato lo que dijo ya hace más de siglo y medio! Como señaló Wassilly Leontieff, merecedor de un Premio Nobel de Economía por su invención de la metodología de las tablas input-output, aún hoy día para quien quiera saber algo sobre el funcionamiento y lógica internos del sistema capitalista no hay mejor punto de partida –y quizás de llegada, apunto yo- que ir a El Capital.
Resulta por ello de lo más increíble la escasa, por no decir nula, consideración que se guarda a Marx en los ambientes académicos. Los economistas de la Academia son, a este respecto, semejantes a los campesinos castellanos de quienes don Antonio Machado decía que “desprecian cuanto ignoran”. Y ciertamente, eso es lo que hacen con Marx. Como ha desaparecido de los planes de estudios, es casi imposible encontrar un economista menor de 50 años que tenga una idea siquiera remota o equivocada de la obra económica de Marx.
Y es una pena, pues puedo asegurar con pleno conocimiento de causa, que la economía que se explica en las facultades de economía se acerca muy mucho –en mi opinión- al status de bazofia intelectual. Es, claramente y sin la menor duda, un vulgar catecismo que ni siquiera hace honor a la grandeza fallida del modelo neoclásico que pretende transmitir. Se diría que su función intelectual no es abrir la mente sino cerrarla, de modo que tras su estudio y aprendizaje memorístico –acompañada de una profusión de ejercicios espirituales econométricos- jamás se les ocurra a los estudiantes caer en la “funesta manía de pensar”.
(Me viene ahora un recuerdo opuesto. El de cuando con 17 años empecé a estudiar en la Escuela Superior de Ciencias Empresariales (ESCE) de Alicante dirigida por los reverendos padres de esa más que singular empresa: la Compañía de Jesús. Me sorprendió que, todavía en plena dictadura, nos hiciesen obligadamente leer el Manifiesto Comunista y otras obras menores de Marx como parte de la formación de los futuros directores de empresa para conocer y respetar a los “enemigos”. Sabios los jesuitas. Frente a esta sabiduría de unos “creyentes”, ¡qué estulticia la de esos sedicentes “científicos”, los economistas académicos!, creyentes fervorosos en una supuesta ciencia económica para la que la competencia en los mercados es una asunto versallesco, los agentes económicos son seres de otro mundo (del televisivo planeta Vulcano, parecería ser, a tenor de la racionalidad extrema que se les supone) y para la que los mercados siempre se ajustan y equilibran de modo que no hay lugar para crisis ni ciclos económicos (salvo las que se “explicarían” por ese auténtico delirio intelectual que es la llamada “teoría” de los ciclos económicos “reales” que se cuentan en clase y sólo existen en la pizarra o en los power points).
He constado por ello que los estudiantes, aun sin saber bien por qué, intuyen que nada de lo que se les cuenta como teoría económica en nuestras facultades tiene el menor sentido ni la menor relevancia. Por ello se aprenden de memoria los temas, los exponen en los exámenes …y luego los olvidan. Ya no tengo nada que objetar a ello. Al contrario, me empieza a parecer de lo más aconsejable. Cierto que siempre hay algunos que no lo hacen. Son luego los que acaban formando parte de la academia de economistas, los que dan clases y contribuyen con sus esfuerzos investigadores a acentuar más si cabe la complejidad y extensión de la economía irrelevante.
Pero vuelvo a Marx. El problema con él ha estado en que sus seguidores lo han defendido de la peor manera posible: convirtiendo su obra en religión, y El Capital en algo equivalente a la Biblia, el Corán o los Evangelios, es decir, en materias de hermenéutica, en objeto de tediosas disputas acerca de lo que Marx quiso realmente decir. Por eso ha habido tan pocos economistas marxistas que realmente merezca la pena estudiar, o que incluso que merezcan ser considerados economistas, en la medida que no son sino meros exégetas de textos de Marx (son “economistas de Marx” más que auténticos “economistas marxistas”). Por ello me encanta la autodefinición que, con el objetivo de marcar distancias, se hizo un economista que usa de Marx pero no para adorarlo como Yanis Varufakis cuando se definió como “marxista errático”. Hay algún otro como el gran Anwar Shaikh del que también estoy seguro que aceptaría semejante caracterización.
Pero, para que esta entrada no se queda en mera diatriba y en ella haya de algo de más enjundia, vayan aquí ahora algunos puntos básicos en mi opinión de la economía marxista que pueden suscitar las ganas de un estudio más pormenorizado, a la vez que pueden resultar sorprendentes para algunos por sus implicaciones.
1.- Para Marx, las empresas capitalistas no buscan “maximizar beneficios” como supone sin siquiera cuestionárselo la economía ortodoxa (qué quiere decir “eso” de maximizar beneficios por cierto, y quién se encargaría de llevar adelante semejante programa, y con qué medios), sino sobrevivir, y para ello no tienen otro camino que expandirse creando nuevos mercados o quitándoselos a otras empresas. La “acumulación de capital” mediante la repetición incesante del proceso de valoración del capital invertido, es decir, del proceso que va de la inversión de capital en un proceso concreto de producción de una mercancío, a la obtención de beneficios tras su venta y luego a la reinversión de parte de los beneficios conseguidos es lo que permite el llevar adelante esa "guerra competitiva" que libran las empresas. La "acumulación de capital" no es por tanto una opción para las empresas, es una obligación de supervivencia. La alternativa es la extinción a manos de las empresas competidoras. No en balde Marx dedicó a Darwin El Capital. La competencia en Marx es afín a los procesos de selección natural y de evolución que Darwin encontró en el mundo natural. Nada que ver la competencia en Marx por tanto con la competencia edulcorada o versallesca de los libros de texto. La vida de los capitalistas/empresarios no es nada fácil. La extinción, la quiebra, siempre está a la vuelta de la esquina. La competencia en Marx es mucho más parecida a una auténtica guerra económica (ver entradas anteriores de este blog) que abocan a procesos de “concentración y centralización” de capitales, procesos mucho más complejos a los procesos de monopolización y oligopolización que describe la economía ortodoxa.
2.- Frente a la sola categoría “precio” que es central a la economía ortodoxa, Marx ofrece un conjunto de categorías que posibilita un análisis mucho más rico de las relaciones económicas en las economías de mercado. Precio, precio de producción, valor de cambio, valor de uso y valor son conceptos o herramientas que aluden a diferentes elementos básicos en el análisis de las mercancías. El valor de un bien es -para Marx- la cantidad de trabajo directa e indirectamente requerido socialmente para producirlo. El valor de cambio de una unidad de una mercancía X es la cantidad de valor de otra mercancía Y por la que puede intercambiarse, y puede ser mayor que su propio valor si se intercambia en condiciones monopolísticas, es decir, que si una unidad de la mercancía X cuesta hacerla 100 horas de trabajo por lo que esa sería la medición de su valor, su valor de cambio en términos de unidades de la mercancía Y puede ser sin embargo superior –por ejemplo, 200- si puede intercambiarse por 5 unidades de otra cuyo valor unitario es de 40 horas de trabajo. El precio concreto de una mercancía en términos de otra no tiene porque´ ser su valor de cambio, en la medida que el precio puede estar por encima (o por debajo) dependiendo de situaciones transitorias o de corto plazo. Una obra de arte o un producto de la naturaleza tienen precio, que refleja su valor (relativo) de uso (o utilidad) pero no tienen valor de cambio pues no tienen valor en la medida que no son fruto del trabajo humano socialmente necesario y homogeneizable. Los bienes públicos son bienes con valor de uso (son útiles) y valor (son fruto del trabajo humano directo e indirecto: el incorporado en las máquinas y en las materias primas usadas en su producción), pero no tienen valor de cambio ni precio pues no son mercancías, o no se cambian por ellas en unos mercados. La información es un bien con valor de uso, pero puede que con pequeño valor de cambio en la medida que su reproducción requiere muy poco trabajo directa e indirectamente, es decir que su valor es muy bajo (ya que es es fácilmente copiable como lo muestra la copia digital de productos informacionales), y de ahí el problema que plantea su producción y gestión en una economía de mercado, que es el punto de partida de la moderna Economía de la Información, cosa que Marx ya planteó en los borradores para El Capital, los conocidos como Grundisse allá por 1857-58. Merece la pena aquí recomendar la lectura del libro Postcapitalismo de Paul Mason que plantea los problemas que la digitalización y la automatización plantean para una economía de mercado siguiendo los pasos de Marx.
1.- La fuente de beneficios es el trabajo excedente que realiza una sociedad por encima del estrictamente necesario para su reproducción. Ese trabajo excedente no pagado, no sólo constituye la fuente de los beneficios del capital, también de él proviene la remuneración o las rentas de cualesquiera otros que no participen directamente en las tareas de producción, es decir de cualquiera que no trabaje productivamente. Los cuales no incluyen o abarcan solamente a los capitalistas que vieven de las rentas o rendimientos de sus inversiones sin dar "palo al agua", sino también a toda la marabunta de trabajadopres improductivos en sentido marxista. Improductivos en el sentido que no agregan ningún valor a la producción. Ello no significa que los trabajadores improductivos sean innecesarios. Todo lo contrario: artistas, sacerdotes, militares y policías, políticos y legisladores, capataces y controladores, profesores, jueces, inventores, trabajadores del sector financiero y del marketing y emprendedores son "trabajadores" sin duda imprescindibles en muchos caoso, pero viven de la explotación de los trabajadores productivos por mucho que "curren" o "penen" en sus puestos de trabajo, y cierto aunque no sean "productivos" son o pueden ser imprescindibles para que se den las condiciones necesarias para que los procesos de producción tengan lugar, por lo que su trabajo puede ser por ello muy “productivo” en el sentido convencional de la palabra, pero no es productivo en el sentido marxista del término, que se circunscribe al trabajo socialmente necesario para mantener y expandir la base productiva de una sociedad. Los servicios financieros, por ejemplo, pueden ser muy útiles y necesarios para que la producción tenga lugar, pero el capital financiero no es productivo. Los objetos o “productos” que constituyen el capital financiero tienen precio (p.ej., las cotizaciones de las acciones, los precios de los bonos y de las deudas, los precios de los derivados financieros, los precios de las opciones, etc.) pero no tienen valor, pues en sí no son fruto de un trabajo productivo. Frente a las máquinas en que se encarna el capital real, Marx por ello llama al capital financiero capital ficticio, y su precio es arbitrario y sujeto a burbujas y a crisis. La relación a veces contradictoria entre el capital real y el capital financiero es una caracater´sitica del análisis de Marx que modernamente ha recogido Minsky, que no por azar había leído a Marx.
2.- Los salarios bajos y la desigualdad no son para Marx ni condición necesaria ni suficiente para una crisis económica. Marx no se apunta a ninguna teoría subconsumista de tipo keynesiano para explicar una crisis económica. Técnicamente, dentro de los esquemas matemáticos de reproducción y crecimiento que construye Marx, es perfectamente factible y viable económicamente una economía donde los trabajadores cobren salarios miserables, y los beneficios sean enormes. Sería una economía donde los sectores que producen los bienes y servicios que demanda la hiperrica clase capitalista (bienes de lujo) serían más importantes que los sectores de bienes que demandan los empobrecidos trabajadores.
3.- Las crisis económicas tienen diversos orígenes. Una crisis económica es la paralización de la acumulación de capital, o sea, la situación en que la tasa de inversión neta se hace cero o negativa. Para Marx ello puede deberse a distintos motivos:
a) que los empresarios/capitalistas no dispongan de los suficientes recursos para realizar esa inversión neta, lo cual puede deberse a que no haya suficiente excedente si los salarios son por las razones que sea muy elevados por lo que no les queda suficiente excedente en valor por encima de la depreciación (salarios que se dedican a gastos en bienes de consumo) y de sus requisitos de remuneración mínimos para mantener sus inversiones, o a que suceda lo mismo cuando si los financieros y rentistas se apropian de gran cantidad de ese excedente y lo dedican a consumo.
b) cuando ha habido demasiada inversión previa, de modo que la tasa o tipo de beneficio, cociente entre beneficios netos y volumen de capital invertido es tan bajo que no merece la pena seguir invirtiendo.
c) cuando a consecuencia de los tejemanejes del sistema financiero se ha invertido excesivamente en algún o algunos sectores, inversiones fallidas que afectan al conjunto de la economía en la medida que generan lo que hoy se conoce como una recesión de deuda (es decir, la paralización de las nuevas inversiones para dedicar los recursos económicos generados para pagar deudas).
4.- La actuación del sector público para generar demanda efectiva no es condición suficiente para salir de una crisis económica. Es necesario siempre que se restablezcan los tipos de beneficio, es decir, que se den las condiciones para que los capitalistas no sólo puedan sino que quieran invertir. El desempleo, y la consiguiente moderación salarial, suele ser para los capitalistas no innovadores la condición que está por detrás del restablecimiento de los tipos de beneficio.
5.- El comercio internacional no se guía por el principio de lña especialización en función de las ventajas comparativas, sino de la guerra económica/comercial en función de las ventajas absolutas.