Me llama el muy canalla y me asegura que ha contratado a un abogado y que tiene instrucciones de entorpecer a toda costa la tramitación de la adjudicación de una de las últimas subastas que me he adjudicado.
Así, a palo seco porque algunos de estos morosos profesionales no tienen ningún pudor para exponer sus inmorales métodos. Simplemente te dicen lo que quieren y lo que te va a pasar si no se lo das. Algo parecido al atracador que te apunta con una pistola y te dice que o le das la bolsa o te quita la vida.
Éticamente no hay diferencia entre una cosa u otra.
¿Y qué quería este hijoputa?
Pues que le venda por cuatrocientos mil euros un pisazo que vale unos quinientos mil y en cuya compra, además, si la lleva a cabo, el tipo se beneficia de cancelar registralmente un montón de deudas con bancos y con hacienda por un montante de unos trescientos mil euros.
Un alzamiento de bienes en toda regla.
O sea, un delito.
Porque el tipo tiene pasta. Aunque la tenga escondida. No pagó la hipoteca porque no le merecía la pena ya que le habían entrado varios embargos muy gordos y, además, como parte de una estrategia de la que ahora yo también formo parte.
Su estrategia es muy sencilla: En vez de seguir pagando la hipoteca, la dejo de pagar para que el piso salga a subasta y en la misma le doy dinero a mi nueva mujer, con la que no estoy casado, para que se lo adjudique y así el inmueble quedará libre de cargas registrales tras la subasta judicial. O aún mejor, si tengo suerte y la ejecución hipotecaria cae en el peor juzgado del mundo, incluso puedo dejar que sea otro quien se adjudique la subasta y luego le extorsiono para que me venda la casa al precio que yo le ofrezca con la amenaza, muy creíble en este juzgado, de alargarle la entrega de la posesión dos o tres años.
Y en esas estamos.
Para empezar, como primer plato, ha recurrido la tasación de costas.
Las costas de un juicio en una ejecución hipotecaria son la suma de los gastos que ha tenido la parte actora, abogado, procurador, tasas, etc. La liquidación de intereses es el cálculo de los mismos hasta la fecha de la subasta.
Hace tres años me juré no volver a comprar nada en este juzgado campeón y me hubiera ido bastante mejor si me hubiera mantenido firme en vez de andar como un gilipollas escuchando cantos de sirena.
Ahora tengo que elegir entre tragar bilis o armarme de paciencia.
¿Que harías tú, ilustre lector?