Desde que publiqué en los albores del blog aquel relato sobre lo que me pasó en el juzgado de Torrelaguna han sido docenas de personas las que me han interrogado sobre aquello y muchísimos los clientes a quienes he tenido que tranquilizar con el mantra de que eso son historias del pasado, que ya a nadie con dos dedos de frente se le ocurren esas artimañas y que si se les ocurriera, el resto de los postores no se las consentirían.
Resumiendo, la maniobra consiste en que uno de los dos compinches ofrece una puja muy baja e inmediatamente el otro ofrece otra elevadísima e imposible de mejorar, con la idea NO de comprar el bien subastado a ese precio, sino de quebrar la subasta, perdiendo lo que se haya ingresado de fianza, pero compensando esa pérdida con la adjudicación que consigue el primero, quien, naturalmente tiene que dejar reservada su postura.
Pero tranquilos, chicos que eso son cosas del pasado más remoto.
De hecho, yo solo he visto cuatro o cinco intentonas en toda mi vida y nunca les ha salido bien a los tramposos, principalmente por la asistencia de los otros postores quienes, atentos a la maniobra y en defensa de sus intereses, enseguida protestan y le desvelan al tontaina del secretario la jugarreta que le están haciendo.
Otra cosa es que ciertamente la argucia funcionara bien en otro milenio.
Hoy en día desde luego que no.
Hasta ahora.
Porque a partir de ahora...
A partir de ahora va a ser el pan nuestro de cada día.
Pongamos un sencillo ejemplo:
Tipo de subasta: 100.000 euros
Firmeza: 70.000 euros
Fianza: 5.000 euros
Deuda total: 50.000 euros
Valor real del inmueble subastado: 200.000 euros
Comienza la subasta electrónica y el primer día a primera hora hago una puja de 70.000 euros.
A los dos minutos, la prima de mi empleada doméstica, que vive en Huesca, hace una puja de 300.000 euros.
A partir de ese momento, todos los que vayan entrando a ver cómo va la subasta solo ven la última puja y, naturalmente se desaniman ante esa barbaridad. Pensarán algo así como joder como está el mundo, quién habrá sido el gilipollas, se va a arruinar, etc. Luego lo olvidarán y pasarán a la siguiente subasta.
Posteriormente, Gladis Mendoza, la prima de mi mucama, manifestará ante el juzgado que se le fue la olla, que en realidad solo quiso ofrecer 30.000 euros pero que le añadió un cero sin querer y blablablá, blablablá. Y que no paga, que prefiere perder los cinco mil euros de fianza, pero que por favor no se los queden, que son los ahorros de toda su vida de inmigrante y que los necesita para volverse a su país andino.
Y ya está hecho el negocio, porque por setenta mil euros más los cinco mil de la fianza perdida me habré adjudicado un bien cuyo valor real es de doscientos mil euros.
Y para cuando nuestros bravos y queridos legisladores se hayan dado cuenta de la jugada y decidan cambiar la legislación, para entonces yo habré hecho esto al menos diez o quince veces.
¿Qué tal, cómo se os queda el cuerpo?