Ya he comentado en alguna ocasión, a cuento de que con la nueva Ley de Enjuiciamiento Civil no es obligatorio publicar las subastas en el BOE, que debido a ello hay algunos juzgados -que quedan a desmano y solitarios- que no suelen ser visitados por las empresas que se dedican a revisar todos los tablones de anuncios uno por uno.
Gracias a ello, si se es constante, existe la posibilidad de comprar un cisne negro si te encuentras sólo en la subasta, sin competencia de otros postores. Que nadie me pregunte por cuáles son esos juzgados porque tengo muy flaca la memoria.
Me ha ocurrido la semana pasada. Se subastaba un piso cuyo valor real es de unos 250.000 euros y, como el procedimiento judicial era muy antiguo, el tipo de subasta era la hoy ridícula cifra de 49.282,99 euros y la fianza de sólo 9.856,60 euros. Las posibilidades de ser el único postor eran muy altas y, para mayor suerte, el procurador me dijo que ellos sólo iban a cubrir la deuda que era de unos 55.000 euros.
Mi gozo en un pozo cuando les vi llegar. Eran dos subasteros que llegaron juntos pero que enseguida se sentaron separados como si no se conocieran.
Todo ocurrió muy rápido. El procurador abrió con su cifra, 55.000 euros, yo ofrecí 56.000, uno de los subasteros ofreció 57.000 y rápidamente el otro se subió a 300.000 euros. ¡¡¡Trescientos mil euracos por una casa que vale sólo doscientos cincuenta mil!!!
Señoría quiero que conste en acta mi intención de impugnar la subastaTodos se quedaron mirándome como si hubiera eructado en un baile de sociedad y el secretario, a quienes yo siempre llamo señoría para adularles, me preguntó a qué venía eso.
Muy sencillo señoría, el piso que se subasta no vale más de doscientos cincuenta mil euros y éste señor ha ofrecido trescientos mil, y seguro que este otro va a pedir que se reserve su postura en los cincuenta y siete mil que ha ofrecido. Dentro de unos días el adjudicatario va a quebrar la subasta perdiendo la miserable fianza de 9.856 euros y estos dos marrulleros (palabras literales, soy así de valiente y estaba cabreado) habrán hecho el negocio de su vida.
Casi me comen por los pies entre los dos subasteros. El uno diciendo que le había insultado y que no conocía al otro de nada y el segundo diciendo que la Ley le daba derecho a reservar su postura y que por supuesto que quería hacerlo.
Yo le ofrecí al secretario que si admitía su reserva de postura, que admitiera también la mía pero por encima de la que había realmente hecho, pues la rapidez del primer subastero me había impedido ofrecerla. Pero el secretario, a pesar de que estaba realmente azorado, fue más listo y no quiso caer en mi oferta, manifestando que no admitiría ninguna reserva de postura, ni la mía ni la del segundo subastero, aunque en el acta de la subasta constarían todos los hechos.
También manifestó que si al adjudicatario se le ocurría la brillante idea de quebrar la subasta, además de perder la fianza, el juzgado pondría los hechos en conocimiento de la fiscalía para que se le persiguiera penalmente.
Me fui del juzgado frustrado por no llevarme mi cisne negro, pero con una sonrisa de oreja a oreja por el paquete que les iba a caer a esos dos listos. Su error consistió en ver en mí a un simple particular, un pardillo que no se debería de haber dado cuenta de la jugada. Pobres tontos, si es la trampa más antigua y la primera que aprendí.
Nota: Lo que habrían hecho de ser más listos es entablar conversación conmigo antes de la subasta para comprobar si era o no subastero, y una vez comprobado que sí lo soy, haber intentado taparme la boca ofreciéndome su amistad.