De tanto salir en el telediario ya se han convertido en actores principales de nuestra cotidianidad. Quieren opinar de todo, okupan nuestros espacios públicos sin ningún complejo e insultan a nuestros representantes políticos, que sí nos representan a todos aunque no les hayamos votado.
Este movimiento del 15-M empezó reivindicando algunas cosas buenas como la libertad en internet, la modificación de la Ley Electoral para que incluya listas abiertas, la independencia del Poder Judicial y en general la regeneración de la política española, pero como suele pasar con todos los movimientos de este tipo, enseguida fueron fagocitados por los movimientos anti-sistema de la extrema izquierda y han acabado pidiendo chorradas como la nacionalización de la banca, el reparto del trabajo o la expropiación del stock de viviendas sin vender.
Y claro, como la cabra tira al monte enseguida nos mostraron hasta dónde llega su intolerancia. Tras no obtener ni un solo voto en las elecciones de mayo trataron de impedir que los representantes elegidos democráticamente ocuparan sus escaños. Luego se negaron a abandonar pacíficamente las calles y plazas que habían tomado por la fuerza un mes antes. Han hecho todas las manifestaciones que han querido, pasándose por el arco de triunfo la opinión de la Delegación del Gobierno. Generalmente ni pedían permiso y, cuando lo pedían, luego hacían oídos sordos a las instrucciones recibidas, marchando por donde querían. Quizá crean que por ser jóvenes y estar sucios y gritar más que nadie están por encima de los demás. Pero están muy equivocados porque resulta que nosotros somos más, muchos más.
Y finalmente, como quien empieza pidiendo la nacionalización de la banca, siempre acaba por silbar al Papa, estos haraganes han terminado quitándose la careta de demócratas y han sacado a relucir su intolerancia y su totalitarismo. No se han podido reprimir, ha sido superior a sus fuerzas. El Gulag que llevan dentro y en el que nos quieren meter a todos los demás se ha hecho transparente. No tienen ningún complejo en pasar de hacerles la ola a Fidel castro y a Kim Jong-il a tirar cagarrutas al paso del Papa, sin importarles un carajo los sentimientos heridos del 77% de la población española, que nos declaramos católicos. ¿Cómo les va a importar? Sin consiguieran imponer aquí el Gulag de sus sueños íbamos a saber lo que vale un peine. La revolución cultural de Mao se iba a quedar en agua de borrajas comparado con lo que estos nos tienen preparado. Menos mal que son cuatro gatos.
Qué pena que me vaya de viaje esos días. Me encantaría ver en los telediarios el contraste entre esa juventud que viene de todo el mundo a ver al Papa, sana, alegre, siempre cantando, quizá un poco gazmoña, pero con esa luz tan especial en la mirada, el contraste, digo, con esos otros, que más que indignados parecen amargados, siempre vociferando e insultando, con aspecto de sucios (pero no digo que lo estén) y desaliñados, mostrando su intolerancia en todo lo que hacen. Los muy mastuerzos.
Es como comparar a Rafa Nadal con Amy Winehouse.