La cuestión planteada me ha recordado una anécdota de mi época universitaria. Tenía un compañero, con el que solía conversar largamente, ya que pertenecíamos al mismo grupo de amigos de clase, era inteligente y sus opiniones denotaban un análisis de la realidad muy perspicaz,(una de las personas más interesantes que conocí en la carrera) pero era poco agraciado físicamente. Un día, en una clase, el profesor inició una disertación sobre las bondades de la belleza interior como esencia del verdadero valor del ser humano, de aquello que permanece y lo define, en contraste con la burda materialidad de la belleza corpórea, tan banalmente sacralizada en estos tiempos, y que constituye una exaltación de lo transitorio y aparente, un espejismo que nos esclaviza, etc, etc, etc... Mi compañero, según transcurría la exposición había empezado a dar signos crecientes de una ira contenida, hasta que alcanzado el límite de su capacidad de contención, e interrumpiendo al profesor, exclamó en voz alta:
"¡La belleza interior es el opio de los feos!"
Esta tergiversación de la conocida sentencia de Marx ("la religión es el opio del pueblo") sintetizaba su amplia y amarga vivencia personal, que había compartido con nosotros a lo largo de nuestras conversaciones, y que él ejemplificaba, sobretodo, en una de las situaciones que más recurrentemente le habían sucedido, y de las que en más de una ocasión yo, al igual que otros compañeros, fuimos testigos directos: las clásicas fiestas de universitarios en los pisos de estudiantes. Contaba él, (y yo lo presencié más de una vez) como durante la mayor parte de la velada, cuando la gente se mueve de grupo en grupo de conversación, alternando con unos y otros, mientras corría la cerveza y dábamos cuenta de los platitos de avellanas, queso barato y sandwiches caseros, él solía conciliar a su alrededor muchas chicas a las que les encantaba, y así se lo decían a él, encontrar un chico cuya conversación fuera inteligente, amena, variada, transcendiendo los habituales monólogos insustanciales de los guaperas de turno sobre sí mismos, sus hazañas deportivas, coches, fiestas anteriores, chistes...; solían decir que les agradaba muchísimo conversar con un chico que sabía escuchar y que emanaba una empatía natural. Pues bien, cuando con el transcurrir de la noche, los combinados relevaban generosamente a la cerveza y se alcanzaba el momento crítico en el que la desinhibición daba rienda suelta al deseo, con un estupor al que nuca se acostumbró, mi compañero observaba como esas mismas chicas que habían estado hablando con él durante horas se iban en busca de los mismos guaperas a los que habían estado denostando durante toda la noche, o en todo caso, se iban con cualquier otro, menos él.
Con él era un gustazo conversar, y con los otros, un gustazo enrollarse.
Así que mi compañero, estaba convencido de que la sobrevaloración y exaltación de la belleza interior era una de los mitos contempóraneos que más daño había hecho a tantos que con una belleza física en desventaja, como él, se habían agarrado a ella como una tabla de salvación.
Nadie duda de que la belleza interior sea importante, pero sobrevalorarla como la panacea es un error del que la realidad, inmisericorde, se encarga gustosa de sacarnos.
El trato personalizado, el asesoramiento, la amabilidad, la paciencia, la dedicación... constituyen un activo indudable en la relación comercial entre los clientes y un banco, pero atribuirle más valor del que tiene es tan erróneo como infravalorarlo. ¿Y quién determina cuál es ese valor?: la realidad, que en este caso es el conjunto de los clientes. Habrá de todo, el que se vaya por una diferencia de 0.10% de interés de más en otra entidad y el que se quede con una diferencia en contra de 2.75%. Pero, lo relevante es lo que hace la media ponderada de la mayoría, y ese dato es mensurable aproximadamente, de hecho los bancos intentan ofrecer ese interés justo que hace que la mayoría de sus clientes no se les vaya, pese a la diferencia con la oferta más competitiva. Esa diferencia, es la que determina el valor que los clientes dan a la atención personal que les ofrece su banco. Igualmente, encontramos el caso inverso, hay entidades que tienen que ofrecer un interés sobre el mercado debido a su mal funcionamiento y atención, (muchos rankianos comentan: "yo para irme a tal entidad me tendrían que ofrecer un 1% por encima de mercado porque funciona fatal..") y esa diferencia representa el valor (en este caso deficitario) que los clientes otorgan al trato y atención que reciben.
Tú te puedes desvivir en la atención al cliente que ofreces, pero si tu oficina, paralelamente, no respalda ese activo, ofreciendo un tipo de interés que, sumado al "valor objetivo" de tu trato al cliente iguale los extratipos del mercado, la sangría de clientes es inevitable.