Comentario al libro ‘Vaxxers: The Inside Story of the Oxford AstraZeneca Vaccine and the Race Against the Virus’
Autoras: Sarah Gilbert y Catherine Green
Pocas personas habrán tenido una vida laboral más ocupada e intensa durante la pandemia que Sarah Gilbert y Catherine Green, miembros clave del equipo científico de la Universidad de Oxford que desarrolló una “vacuna para el mundo” junto con AstraZeneca. Sorprendentemente, encontraron tiempo para escribir un libro sobre ello pese a su enorme carga de trabajo oficial.
Deberíamos estarles agradecidos por haber hecho ese esfuerzo adicional. Vaxxers, que así se llama la publicación, es un relato excelente y legible de la vida en el laboratorio, que describe no sólo la investigación de la vacuna del Covid-19 en sí misma, sino cuestiones como la obtención de suministros y la publicación de resultados, que se aplican a la ciencia en líneas más generales –aunque rara vez bajo tanta presión como la que apuntan Gilbert y Green–.
Las autoras escribieron capítulos alternos, adoptando un enfoque cronológico desde el día de Año Nuevo de 2020, cuando Gilbert se enteró de los primeros casos de un misterioso brote de neumonía en Wuhan, hasta la primavera de 2021. Para entonces, la vacuna de Oxford/AstraZeneca se había administrado ya a cientos de millones de personas en todo el mundo y había salvado muchos miles de vidas, pero estaba envuelta en controversias sobre su disponibilidad, eficacia y efectos secundarios.
Una de las motivaciones de las autoras al escribir Vaxxers fue tranquilizar a las personas que dudan si vacunarse, asegurándoles que sus beneficios superan con creces los riesgos –y, en el caso del Covid, que se ha llevado a cabo un programa de desarrollo acelerado que no ha escatimado en gastos ni ha puesto en peligro la seguridad–.
Green abre el libro describiendo un encuentro fortuito el pasado agosto con una escéptica junto a una furgoneta de pizzas durante unas vacaciones en el Parque Nacional Snowdonia (Gales, Gran Bretaña). “Me preocupa que no sepamos lo que ponen en estas vacunas: mercurio y otras sustancias químicas tóxicas. No me fío”, le dice la mujer a Green. Esta le responde describiendo exactamente cómo fabricó el equipo de Oxford su vacuna, incluyendo una lista completa de ingredientes (sin mercurio). “Este fue el momento en que supe que nosotros, los desarrolladores de vacunas, tenemos que salir de nuestros laboratorios y explicarnos”, publica. “El final no está escrito. Pero hemos recorrido un largo camino para vencer a este virus y me gustaría que la gente supiera cómo hemos llegado hasta aquí y qué pasará después: cómo saldremos de este lío y cómo nos prepararemos para el que inevitablemente venga a continuación”.
Proteínas espiga
Como explican Gilbert y Green, el equipo de Oxford ya había diseñado un sistema que podía adaptarse para ofrecer protección contra diferentes virus antes de la aparición del Covid-19. Había producido vacunas eficaces contra el ébola y el MERS y podía hacerlo rápidamente contra el SARS-CoV-2, el virus responsable del Covid.
Su vehículo es un adenovirus –no relacionado con el coronavirus– que causa síntomas leves similares a los del resfriado en los chimpancés, pero que normalmente no infecta a las personas. Se diseñó genéticamente para evitar su replicación en el cuerpo humano. A esta plataforma polivalente de adenovirus se añade un conjunto de genes que instruyen a las células para que produzcan las proteínas antígenas que generen la mejor respuesta protectora en el sistema inmunitario humano. En el caso del SARS-CoV-2, se trata de las proteínas espiga utilizadas por el virus para entrar en las células humanas.
Aunque muchas personas de fuera del ámbito científico que hayan seguido las noticias sobre el Covid en los últimos 18 meses estarán ampliamente familiarizadas con este proceso, Vaxxers añade más información que enriquecerá el libro para los lectores que quieran saber más. La producción de vacunas nunca se ha explicado con mayor claridad.
Pongamos el caso de la técnica de optimización de codones. El código genético lee las cuatro letras (A, C, G y T) del ADN en grupos de tres para formar 20 aminoácidos, los componentes básicos de las proteínas. Pero la repetición en el código ofrece instrucciones alternativas para la mayoría de los aminoácidos: por ejemplo, el aminoácido lisina puede ser AAA o AAG. El equipo de Oxford aprovechó esta circunstancia para reescribir los genes originales del SARS-CoV-2 con tríos diferentes que fabrican las mismas proteínas, pero de una forma optimizada para producir mayores cantidades dentro de las células humanas y, por tanto, para que cada dosis de la vacuna tenga más impacto.
A finales de enero de 2020, mucho antes de que la Organización Mundial de la Salud declarara la pandemia de Covid, el equipo había decidido archivar casi todos los demás trabajos y desarrollar una vacuna “de riesgo”. Es decir, realizando, en paralelo, procedimientos que normalmente se harían de forma consecutiva y pasando a la siguiente fase antes de que se completasen todas las pruebas de la anterior.
“El riesgo no es para el producto final, la vacuna en sí, sino para nuestro tiempo, esfuerzo y finanzas”, subraya Green. “Al final muchas cosas salieron mal. Pero nuestro primer lote de material inicial estaba dispuesto, como esperábamos, el 17 de marzo, y la vacuna estaba lista para los ensayos el 22 de abril, mucho antes de lo que esperábamos en un principio”.
Las autoras muestran poco afecto por los medios de comunicación, que, según escriben, acosaron al equipo de Oxford en busca de respuestas. Al final del año, Gilbert escribe: “Estaba muy cansada de hablar sin cesar con los medios de comunicación y de tener que ser siempre la adulta de la sala”.
Gilbert, como profesora de vacunología y líder científico del programa de vacunas de Oxford, siempre estuvo más en el punto de mira de los medios de comunicación que Green, que se encargaba de la fabricación. Los artículos sobre Gilbert han destacado su fuerte deseo de proteger la privacidad personal.
Parte de esa actitud persiste a lo largo de Vaxxers. Se conoce más sobre la vida familiar de Gilbert, su pareja de muchos años, Rob, y sus trillizos en edad escolar –a menudo se lamenta de la forma en que la intensa carga de trabajo le priva de dedicar tiempo a la familia–. Green escribe conmovedoramente sobre la difícil conciliación entre el trabajo y la vida familiar como madre soltera de Ellie, de nueve años, incluyendo sus episodios ocasionales de bajón emocional. Se trata, inevitablemente, de un relato selectivo del esfuerzo para lanzar la vacuna de Oxford. La omisión que más se lamenta es el aspecto comercial. Apenas se habla de los acuerdos con AstraZeneca y una serie de empresas más pequeñas implicadas en la comercialización de la vacuna.
Gilbert debería estar al tanto de estos acuerdos. Es cofundadora de Vaccitech, el brazo de la universidad que licenció la propiedad intelectual de la vacuna de Oxford para algunas indicaciones, y, según refleja un documento presentado a la Comisión del Mercado de Valores de Estados Unidos antes de su salida a Bolsa en el Nasdaq este año, fue consejera no ejecutiva hasta el pasado mes de septiembre. Pero Vaccitech sólo se menciona de pasada en el libro.
No se menciona tampoco a varias personas que desempeñaron un papel clave en el lanzamiento de la vacuna, como John Bell (profesor de Medicina de Oxford), Kate Bingham (jefa del Grupo de Trabajo sobre Vacunas del Gobierno británico) y Mene Pangalos (jefe de investigación biofarmacéutica de AstraZeneca).
Lo que se incluye en Vaxxers es tan bueno que el libro se leerá durante mucho tiempo después de que la pandemia haya terminado como un relato vívido de la investigación en directo y de la forma en que los individuos responden ante una emergencia científica.