Re: Bolsa a largo plazo, mayor rentabilidad
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La renta variable es el activo más rentable a largo plazo.
Desde 1871 a 1992 y a pesar de todas las quiebras, recesiones y crisis, las acciones batieron a los bonos en el 80% de los periodos de 10 años y en el 100% de los periodos de 30 años.
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La renta variable es el activo menos arriesgado a largo plazo.
La evolución de las acciones está ligada al crecimiento económico y los beneficios empresariales. Por el contrario los bonos de estados dependen de las políticas económicas que adopten los estados correspondientes.
La quiebra del estado argentino es un ejemplo de lo anteriormente dicho. El ahorrador argentino perdió el 70% de sus ahorros en 2001 y no lo ha vuelto a recuperar, pero el ahorrador en bolsa argentino perdió un 60% en 2001 y al día de hoy ha multiplicado por nueve su inversión.
Otros ejemplos: Rusia años 90, España años 70, EEUU años 70, Alemania años 20.
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Pocos gestores consiguen batir a los índices bursátiles en el largo plazo.
Sólo 9% de los gestores norteamericanos ha logrado batir al índice S&P 500 a lo largo de 16 años. La razón fundamental es la ausencia de disciplina y los continuos cambios de estrategia en los que incurren la mayoría de los gestores de fondos, que acaban sucumbiendo a las modas o fobias de cada momento.
En cambio, los índices bursátiles constituyen una estrategia que no cambia a lo largo del tiempo y por eso no resulta fácil superar su rendimiento a largo plazo.
Ser fiel a la filosofía de inversión, tanto en buenos como en malos momentos es una de las claves para obtener un rendimiento satisfactorio a largo plazo.
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El Value Investing consigue retornos superiores a los índices a largo plazo.
Los gestores ‘Value Investing’ son los únicos que consiguen batir a la bolsa a largo plazo y de una forma consistente, con un diferencial en la rentabilidad anual cercano al 5%. En una inversión de 10.000€ esta diferencia supone en 15 años convertir ese capital en 41.000€ y 81.000€ respectivamente. Si alargamos el plazo a 30 años el resultado es de 174.000€ al 10% y de 662.000€ al 15%.
En el corto plazo, el precio de las acciones se ve influido por todo tipo de factores técnicos (necesidades de liquidez, pánicos financieros, euforias bursátiles, etc.) pero a largo plazo serán los beneficios de la empresa los que determinen su movimiento.
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La volatilidad y la liquidez de una acción no son representativas de su riesgo.
El riesgo al invertir en una acción no está en su volatilidad, sino por la posibilidad de una pérdida de valor permanente asociada al negocio de la compañía. La volatilidad permite al inversor value poder comprarla en un momento donde la alteración entre valor y precio sea mayor.
Las pequeñas empresas son menos liquidas que las grandes, pero están menos analizadas y se ha demostrado que son más rentables que las Blue Chips a largo plazo, pero no necesariamente más arriesgadas.
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Las crisis bursátiles son inevitables y permiten una importante creación de valor.
La historia de la Bolsa está plagada de episodios dramáticos y el inversor tiene que entender que la incertidumbre siempre va a estar presente a la hora de invertir en acciones. Las cosas nunca están claras en Bolsa. Las fuertes oscilaciones son algo inherente al mercado y basar la estrategia de inversión en dichas oscilaciones es un error a largo plazo.
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Tener un mal comportamiento a corto plazo es inevitable.
Lamentablemente el resultado a corto plazo no es un buen indicador del éxito a largo. Ninguno de los grandes gestores ha conseguido batir al índice cada año. Resultados excepcionales a largo plazo son compatibles con unos discretos resultados a corto plazo. Periodos de rendimiento por debajo del índice de hasta 3 años tienen un impacto muy pequeño en la habilidad de los mejores gestores para crear un rendimiento a largo plazo satisfactorio.
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No merece la pena guiarse por las previsiones económicas.
Existe una tendencia generalizada a guiarse por las predicciones macroeconómicas a la hora de invertir, pero la correlación entre bolsa y economía es mucho más débil de lo que puede parecer. La predicción económica es una tarea muy complicada donde los errores superan a los aciertos, casi en un 70% de las ocasiones las estimaciones estaban equivocadas.
No merece la pena dedicar tiempo y energía al análisis de variables de corto plazo totalmente incontrolables como el PIB, los tipos de interés, el nivel de los índices bursátiles o los resultados trimestrales de las compañías. Es mucho más productivo dedicar todos los esfuerzos al análisis de las compañías, buscando negocios con ventajas competitivas que se encuentren cotizando a precios razonables.
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No invertir nunca en empresas sobrevaloradas.
Una de las peores decisiones de inversión a largo plazo es comprar acciones sobrevaloradas debido a modas sectoriales o euforias bursátiles. Japón es el mejor ejemplo de ello. El Nikkei japonés estuvo en los 40.000 puntos en el año 89 y hoy, 20 años después está a 9.000. Los inversores japoneses han sufrido una pérdida patrimonial del 75%.
Otro caso dramático es el del mercado tecnológico Nasdaq que se desplomó un 80% en menos de 3 años después de alcanzar un PER de 150 veces. Millones de inversores de todo el planeta perdieron el 99% de su inversión al adquirir acciones cuya sobre valoración era desproporcionada.
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No dejar que las emociones guíen las decisiones de inversión.
Posiblemente el mayor reto de un inversor sea mantenerse fiel a su filosofía de inversión. Las emociones dictan en muchas ocasiones las decisiones de compra y de venta, y suelen hacerlo en el peor momento.
Las causas del comportamiento auto destructivo del inversor son múltiples: dejarse guiar por el miedo o la ambición, invertir en sectores de moda que han tenido un gran comportamiento a corto plazo o no mantenerse fiel a su filosofía de inversión. Por encima de todos destaca la tendencia general que tiene el inversor a tratar de adivinar el movimiento a corto plazo de la Bolsa.
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No intentar predecir el movimiento de la bolsa a corto plazo.
A finales de 1972, cuando la bolsa estaba a punto de sufrir una de las peores caídas de la historia, el optimismo estaba en su punto más alto y al comienzo del rebote del mercado en 1974, el 65% de los asesores temían que lo peor estaba aún por venir, y en todas las ocasiones ha sido así.
A pesar de que el rendimiento a largo plazo de cualquier mercado de valores se aproxima a un constante 10%, los rendimientos de la bolsa a corto plazo son asimétricos. Una tendencia muy común de los inversores es abandonar su plan de inversión saliendo del mercado con la esperanza de volver a entrar cuando el entorno sea más favorable. Un estudio realizado por el IESE sobre 15 mercados bursátiles revela que perderse los mejores 10 días genera, de media, rentabilidades un 50% más baja y un inversor que se pierda las mejores 60 sesiones obtendría una rentabilidad negativa a largo plazo.
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Entender que la paciencia es la principal virtud del inversor exitoso.
Durante los últimos 25 años ha habido 181 posibles periodos de 10 años. En cualquiera de esos periodos el inversor que hubiera estado invertido en el mercado de renta variable habría obtenido rentabilidades positivas. Sin embargo, considerando periodos de 1 año, el inversor habría perdido dinero en el 25% de las ocasiones.
Para obtener un rendimiento satisfactorio en Bolsa es necesario tener aguante suficiente para mantenerse invertido.
La bolsa americana ha proporcionado retornos positivos a 5 años en el 97% de las ocasiones.
El Value Investing depende más del sentido común, el trabajo diario y la paciencia que de particulares fuentes de información o de la predicción de acontecimientos futuros. Su correcta aplicación minimiza la posibilidad de pérdidas permanentes en la cartera y ah producido resultados a largo plazo, batiendo de media la rentabilidad del mercado.