Acompaño una interesante artículo de Agustin Lopez que leí hace un mes.
Años antes de que el boom inmobiliario llegará a su clímax, me convertí en una especie de agorero en las reuniones de amigos, vecinos o conocidos en las que se suscitaban debates económicos. No me cansaba de insistir en que llegaría un día en el que muchos individuos serían expulsados de sus casas por no poder pagarlas y además tendrían que seguir haciendo frente a una deuda generada por un bien que ya no sería suyo. Nadie quiso prestar oídos al vaticinio de que los inmuebles podían caer hasta un 30% (me quedé corto como suele ser habitual). En la mayoría de las ocasiones se me rebatió con el mismo argumento “el ladrillo nunca baja, puede estar congelado durante años, pero no bajar, no hay nada más seguro” A lo que yo oponía invariablemente “eso es como concluir que nunca vas a morirte porque nunca te has muerto, sólo hace falta el tiempo necesario o las circunstancias adecuadas, y ahora se dan todas” Ni que decir tiene que el ambiente se enrarecía al alcanzar este punto, tuve que asumir mi error y tomar una actitud más flexible desde el día en que mi mujer hizo otro vaticinio no menos cierto “dentro de poco no tenderemos con quien pasar una velada”. Es la naturaleza humana, no queremos ver ni aceptar lo que no nos conviene.
En el momento económico actual hay una incógnita esencial ¿nos dirigimos hacia una hiperinflación o hacía una depresión deflacionaria? O lo que es lo mismo, elegimos entre un largo y doloroso proceso de desintoxicación o una sobredosis de imprevisibles consecuencias.
El dinero lo es todo en la realidad económica que hemos creado en el último siglo, su masa y la velocidad a la que circula son las que determinan las idas y venidas de todos los activos así como el propio pulso de la economía, de ahí que durante décadas, la deuda y el crédito se hayan convertido en el pilar fundamental del desarrollo económico, una práctica poco saludable a largo plazo como estamos comprobando en la actualidad. Una copa entona, la segunda suelta la lengua, la tercera desinhibe, con la cuarta se descontrola, con la quinta se pierde el equilibrio y si no somos conscientes de que es el momento de poner fin a los excesos, llegan las consecuencias verdaderamente serias, a cada cual dependiendo de su fortaleza y circunstancias.
La actitud de los bancos centrales ofrece pocas dudas, el señor Bernanke es el ejemplo paradigmático, tras observar como en el año 2.008 Lehman se desplomaba de bruces contra el suelo, descubrió que también el resto de bancos habían estado descontrolando más allá del punto de retorno y decidió que en las condiciones existentes no era adecuado acabar con la fiesta. El estrépito que produjo la caída de Lehman debió impresionarle tanto que no quiso oír más sonidos similares y al grito de “demasiado grandes para caer”, ¿qué ruido hubieran hecho Goldman o JP Morgan?, empezó a repartir copas gratis aunque lo disfrazará con el eufemismo QE. Una maniobra expansiva desesperada a la que pronto hubo que añadirle el número uno, porque en vista del pobre resultado, dos años más tarde, hubo que repetir la operación, y viendo que aún no mejoraba el panorama, servir un chupito al que se le denominó “twist”, y como resultó que seguía pintando feo y ya no había forma de dar marcha atrás, en septiembre del 2.012 se bautizó al QE3, con el apodo de infinito, perpetuo, indefinido y que se le llame como se le llame, lo que significa es “barra libre y que sea lo que Dios quiera”.
El ejemplo de la Reserva Federal ha sido secundado por el Banco de Inglaterra, el Banco Central Europeo, el Banco de Japón y por todo aquel que tenga una impresora oficial. Está actitud tan firme y definida de las más altas instancias financieras ha llevado al convencimiento de que vamos a terminar desembocando en un escenario inflacionista en cuanto que la economía se recomponga y es a lo que están atentos los sesudos analistas. El precio alcanzado por el oro es el principal argumento que se esgrime para defender esta hipótesis, pero hay un pequeño detalle que no se puede pasar por alto, el oro comenzó su escalada en el año 2.000, ocho años antes de que se produjera el colapso financiero, antes incluso que se produjera la última onda alcista en Bolsa (2.003-2.007) y al mismo tiempo que arrancaba el boom inmobiliario. Esto desarma el argumento de los que quieren ver una relación entre la impresión de dinero y las alzas del metal precioso. Se les puede dar la razón si suponemos que esta crisis ha sido orquestada intencionadamente y que por tanto sus autores empezaron a acumularlo con mucha antelación sabiendo cuales eran los hechos que iban a sucederse en el futuro, hipótesis que no puede descartarse en absoluto y sobre la que he escrito en varias ocasiones, pero de no ser así quizá nos esté señalando en otra dirección, el oro es un arma de doble filo y sirve tanto para protegerse de la inflación como de la deflación. Aún podría teorizarse una tercera línea de trabajo, que indique la vuelta al patrón oro o la desaparición del sistema monetario vigente. Esto debería estar también concertado y podría ser una explicación pero es un tema para nota y no hay espacio aquí para desarrollarlo. Lo cierto es que el oro nos da pistas pero no la solución.
Si ponemos bajo la lupa la otra gran herramienta de prospección, la renta fija a largo plazo, nos encontramos con un escenario bien diferente, ver al Bond y al Bund (10 años) entre el 1,3 % y el 2 % no parece indicar que lo que se avecina es un escenario inflacionista, más bien todo lo contrario, sólo con un futuro deflacionario sería un buen negocio una inversión a largo plazo con rendimientos tan reducidos. Contra esto podría argumentarse, con buen criterio, que los precios de la renta fija vienen determinados por dos factores temporales: la desconfianza generada por el miedo en los últimos años y la intervención de la Reserva Federal como principal comprador de la deuda USA. Es un argumento razonable, pero no olvidemos que son los inversores de renta fija los que más veces han estado en el lado correcto a lo largo de la historia.
En vista de que los dos listos de la clase no sueltan prenda, habrá que recurrir a la renta variable, no es tan fiable pero también es útil a la hora de adelantar escenarios, aunque esta vez tampoco nos sirve de mucho, comportamientos absolutamente descompasados de unos índices a otros y recuperaciones cada vez menores a medida que se desarrollaba la política expansiva nos dejan con un “sí pero no”, “quiero pero no puedo” que muestra que tiene tantas dudas como cualquiera. No puede dejarse de observar que, con tipos bastante más altos que los actuales y con una décima parte del dinero inyectado, las Bolsas hubieran volado en otra época. La tibieza de su comportamiento tampoco es esclarecedora.
Retomo entonces el hilo con el que comencé este artículo y reflexiono, si mis contertulios ocasionales no podían imaginar unos inmuebles a la baja era sencillamente porque no lo habían visto antes, no volverá a pasarles, y aplicando el mismo criterio puede argumentarse en paralelo ¿no será que no podemos imaginar un escenario deflacionario porque nadie de los que habita hoy el mundo occidental lo ha visto antes? ¿Cómo convenzo a mi padre de que puede llegar la deflación cuando el último IPhone cuesta hoy lo mismo que el primer pisito que se compró en los años sesenta? ¿Cómo puedo convencerme yo mismo cuando recuerdo como si fuera ayer las tardes de domingo en el cine Chamartín por 10 pesetas, poco más que una moneda de cinco céntimos, cuando hoy pago siete euros por ver una película? A muchos les costará creerlo pero hubo un tiempo en el que el bisabuelo, el abuelo, el padre, el hijo, el nieto y el biznieto compraban y vendían una docena de huevos o un litro de leche a precio constante, ha habido épocas en las que la inflación ha sido estable durante más de un siglo. La locura actual se desencadenó con la creación de la Reserva Federal en 1.913 (menos mal que su principal cometido es controlar los precios) y se salió de madre con el abandono del patrón oro en los años setenta y con ello de la necesidad de que los bancos respalden sus préstamos con algo real. En un siglo de existencia de la FED el dólar ha perdido el 97% de su valor y el montante de la deuda ha crecido de la misma forma exponencial que lo hacían los precios y el mercado de valores, Nasdaq se multiplicó por 100 de 1.975 al 2.000, el Dow vale hoy 28 veces más que hace 37 años y así todos.
Los activos suben de precio a base de deuda, a base de impresión de dinero, a base de inflación, es la clave del futuro y la que nos lleva a la gran pregunta: ¿qué copa es la que nos estamos tomando, la cuarta, la quinta, la sexta?
El ejemplo japonés, un mercado que es una especie de laboratorio reducido que siempre ha ido por delante de las tendencias globales y el hecho de que los gobernadores de los bancos centrales rehúyan pronunciar la palabra deflación son dos señales que deberían ponernos en guardia. También podríamos observar que las Bolsas no consiguen dejar atrás máximos históricos desde hace años a pesar del mucho dinero inyectado, que los inmuebles van a tener que sufrir un largo proceso de digestión, que los salarios tienden por primera vez a baja al igual que las pensiones, que los tipos de interés a largo plazo permanecen anormalmente reducidos, que el oro se sigue acumulando por los bancos centrales a pesar de su espectacular revalorización, que la velocidad de circulación del dinero está estancada, que el crédito sigue sin fluir, que el proceso de desapalancamiento apenas ha empezado, que el montante de la deuda es asfixiante.
Si aguantamos más copas y tenemos quien nos las sirva, aún veremos más burbujas, el riesgo es que esto no avisa y en cualquier momento podemos pararnos en mitad de la conversación y caernos redondos ¿será con ésta, con la próxima? ¿dentro de un año, de diez? Mis gráficos señalan el periodo 2.017-2.022, algo me dice que vamos a trastabillar pronto pero que aún conseguiremos recomponernos y apurar una más, de cualquier forma conviene mirar a los ojos del borracho día a día, tarde o temprano acabará en el suelo. No es necesaria ninguna teoría económica ni ningún premio nobel para saber que ya hemos llegado demasiado lejos y que lo mejor sería volverse a casa y afrontar la resaca para evitar males mayores, pero el hombre actual tiene la vista corta y no quiere mirar más allá de mañana, si le dan una copa más me temo que se la tomará. De esto dependerá si en el futuro inmediato nos espera la inflación o la deflación y si las Bolsas se dirigirán al alza o la baja, aunque sólo estamos decidiendo si alargamos una fiesta que acabará peor cuanto más tiempo dure.