Lo que más me gusta del espejo es cuando me mira sin gafas. ¡¡Ay de mí y de él, cuando alguno de los dos se las pone!!
Apostemos por la valentía de mirarse con gafas y si admitimos que la cara es el espejo del alma, tenemos a ésta limpia, tranquila la conciencia, sabiendo que las arruguitas no son más que el camino que surcó nuestra experiencia, de la que aprendimos lo que hoy sabemos; las canas, blancos destellos de la luz que ilumina el sendero que debemos seguir para que cuando el espejo nos diga que ya no nos reconoce, podamos contestarle que es gracias a que hemos ido mejorando con el inexorable devenir del tiempo.
Y entonces nos alegremos y nos llenemos de orgullo al ponernos las gafas.
Un saludo
Si un amigo es de verdad, su amistad perdura en el tiempo y con la distancia.