Con su documental “Los Colonos del Caudillo”, mostrado en pre-estreno en Berlín, los cineastas Lucía Palacios y Dietmar Post han ofrecido este domingo un espejo a la sociedad española. Precisamente cuando ésta se adentra en lo que parece va a ser la tormenta perfecta de la eurocrisis, con una triple discusión nacional ya en marcha, sobre el recorte y la estafa social, sobre los nacionalismos y su convivencia en el reino, y sobre su dramática historia.
Pocas veces llega una película tan a propósito de los tiempos. Quizá por eso este documental de referencia ha sido, de momento, excluido de todos los festivales cinematográficos españoles en los que se ha presentado. En Alemania, al contrario, el evento llenó por completo el cine Babylon de Berlín con un público predominantemente joven y español, con el patrocinio de la Friedrich Ebert Stiftung, la institución cultural socialdemócrata, la presencia de Felipe González y un montón de apoyos y complicidades solidarias.
Entre ellas la de Daniel Richter, el principal pintor alemán vivo, que donó una serie de cuatro serigrafías para financiar la obra. Otras de menor renombre pero seguramente de mayor importancia, son las de la gente que ha participado en la campaña de micromecenazgo de esta obra, que no cuenta con subvenciones de televisiones y agencias, lo que ha complicado sobremanera la vida de sus autores –el documental ha tenido que realizarse a lo largo de diez años- pero que les ha dado algo tan difícil como es una plena independencia y libertad de creación.
Cuarentones, casados y con tres hijas, ella natural de la Mancha, él alemán,con escuela en Estados Unidos, donde integraron cierto voluntarismo práctico y perseverancia hacia la obra en la que crees, los autores de “Los Colonos del Caudillo” no son precisamente unos principiantes del documental. Con el actual, son cuatro los que tienen en su haber. Uno de ellos recibió en 2008 el principal premio alemán del ramo, el Adolf Grimme, por una investigación sobre el estrambótico grupo musical estadounidense “Monks” unos sorprendentes “anti Beatles” asilvestrados que adelantaron en los años sesenta de la República Federal algunos de los ruidos que hoy nos suenan, logrando con ello un glorioso anonimato.
Con “Los Colonos del Caudillo” los autores lanzan una “doble mirada” a unos de los 300 pueblos nuevos creados por el régimen en los años cincuenta y sesenta, fundamentalmente en Castilla y Extremadura, para abonar la hoja de parra de su dimensión “social” falangista. El resultado una especie de Koljoz manchego del que la mayoría de los beneficiados huyeron en cuanto la emigración, bien a la España desarrollada, bien a Europa, abrió la perspectiva de una vida más libre y desahogada. Cincuenta mil familias participaron en aquellas obras sociales dirigidas por el Instituto Nacional de Colonización inspirado en la Italia de Mussolini, con el objetivo de potenciar, “al hombre antiurbano y antiobrero, apegado a la tierra, temeroso de Dios y devoto al régimen, del cual es deudor de todo: casa, tierra y trabajo, todo bajo control del partido”.
El documental narra, sin música ni efectos, la historia de Llanos del Caudillo (Ciudad Real). Su mirada es doble, porque Palacios nació en un pueblo de los alrededores y lidia con lo familiar y conocido, mientras que Post aporta la estupefacción y el asombro del foráneo ante el crudo universo ibérico. Hay una sucesión de entrevistas a los vecinos del pueblo, sus autoridades (alcaldes, curas y maestros), así como las suficientes excursiones al contexto, de la mano, entre otros de Felipe González y del ministro falangista José Utrera Molina, como para que el espectador, independientemente de su nacionalidad y nivel de información se pregunte: ¿Qué es España hoy?, ¿Cómo es posible que haya tantas contradicciones? Es decir la pregunta con la que está incubando la actual tormenta perfecta de incierto resultado y que, por lo visto, va a poner a prueba nuestra calidad como sociedad.
Solo en La Mancha quedan 800 calles dedicadas a José Antonio Primo de Rivera y 500 a Franco. Los Llanos del Caudillo, uno de la docena de pueblos celtíberos que aún lleva el nombre del Insigne, no quiere cambiar su nombre. El alcalde, Santiago Sánchez, ya lo intentó en un referéndum de 2003, y perdió. Una de las escenas más deprimentes del documental es cuando se le pregunta a una clase de niños del pueblo sobre la conveniencia o no de cambiar el nombre: 12 de los 13 niños son partidarios de mantener al caudillo.
Poco importa que una mano guerrillera transforme el rótulo de entrada al pueblo, tachando la elle y la ese de “llanos” y convirtiendo su nombre en un anarco “Ano del Caudillo” porque estamos ante algo más que una broma: el drama miserable de un país que no ha hablado de su historia, que tiene en sus cunetas 115.000 desaparecidos, cien veces más que los del Chile de Pinochet y trece veces más que los 9000 de la pesadilla militar argentina. Un país que creía haber hecho una “modélica transición” y que hoy, sometidos aquellos narcisismos a las actuales terapias de choque, se asombra al verse tan fea ante el espejo de su triple crisis, con su flamante democracia evidenciada como corrupto y tradicional neocaciquismo ibérico, su juez Garzón inhabilitado, y sus nacionalismos coqueteando con la ruptura.
“Esta película refleja muy bien la realidad de la España actual”, dice Carlos Castrana, fiscal del Tribunal Supremo. “Va a sorprender a mucha gente en España”, augura Felipe González. A falta de festivales de cinematografía, será en una España itinerante, con una campaña de cine ambulante por pueblos, instituciones vecinales, escuelas y asociaciones, explican sus autores. Todo muy de acuerdo con los tiempos y las circunstancias de una eventual regeneración hispana. Con “Los Llanos del Caudillo” Post y Palacios han puesto el dedo en la llaga nacional.
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