no me extraña la explosión de violencia en Gamonal. Más bien me extraña que no se produzcan otras de mayor alcance y virulencia.
Ante ello, algunos alegan que en España se ha inoculado una suerte de pacifismo absurdo, un prejuicio ante cualquier expresión de violencia que no venga con el copyright del estado. Hasta el punto que los ciudadanos, para delicias de Ana Botella, “aguantan los malos tratos sin rechistar”.
Lo anterior no implica promover o justificar la violencia sistemática, pero no debemos olvidar que el monopolio del uso de la fuerza lo poseen los gobiernos… ¡por delegación del pueblo! El titular de la soberanía, en un país democrático, es el pueblo. Es el ciudadano quien delega el uso de la violencia y elige a sus representantes para que cumplan aquello para lo que se les votó.
Pero puede ocurrir que esos representantes se valgan del poder delegado para dictar normas en perjuicio de quienes los eligieron. En estos casos, los “representantes” se valen de la fuerza bruta policial para reprimir a quienes protestan al comprobar que sus “representantes” les han estafado. Y, para remate, los “representantes” elaboran otras normas para blindarse ante nuevas formas de protestas pacíficas.
Nadie honesto y con unos conocimientos en política o derecho puede negar que ante esos supuestos surge el derecho a la rebelión. Derecho que no solamente emana de la más pura esencia democrática, sino que fue calificado de sacrosanto por presidentes de EEUU.
El problema del uso de la violencia por parte de los ciudadanos
Como acaba de exponerse, nadie honrado, decente y con las neuronas sanas puede contradecir este axioma: Nosotros (ciudadanos) te entregamos a ti (gobierno) un poder y un uso de la fuerza, que nos corresponden como pueblo titular de la soberanía. Si manejas ese poder delegado y de esa fuerza en nuestro perjuicio, utilizaremos nuestro derecho a rebelarnos.
Desgraciadamente, la sociedad española se encuentra, en gran parte, manipulada, amedrentada y anestesiada. El poder político se vale de episodios violentos para incrementar el miedo, hasta el punto que provoca más rechazo un cajero ardiendo que los miles de millones que nos arrebatan para regalárselo a esa misma entidad.
Además, la manipulación y fotos de contenedores en llamas o encapuchados agresivos (que para muchos suelen ser policías infiltrados) “convence” a importantes sectores sobre la necesidad de “mano dura” y leyes de corte fascista como la de “seguridad ciudadana” que prepara el gobierno. El uso de la violencia puede, por tanto, volverse en contra de los ciudadanos que la ejercen. Sin perjuicio, obviamente, de unas respuestas de legítima defensa ante agresiones directas policiales, por supuesto.
De cualquier modo, enfrentamos un problema muy complejo. El poder político se vale de la violencia para reprimir y aterrorizar a quienes se percatan del colosal andamiaje de engaño y saqueo. Pero, a su vez, gran parte de la población mira con muy malos ojos cuando las víctimas del latrocinio recurren a actos violentos, por más que se trate del último recurso después de haber sido atropelladas e ignoradas. Tras lo anterior, paradójicamente, el poder sale “legitimado”.
Por suerte o por desgracia, no todos los ciudadanos españoles actúan como los del Gamonal, por tanto, de momento, la solución, aunque lenta, radica en ir concienciando a sectores cada vez más amplios de la sociedad acerca del drama y estafa que vivimos: un gobierno al servicio de las oligarquías financieras y empresariales que se vale de la fuerza bruta para reprimir y sancionar a quien se resiste a ser expoliado.
Cuando una mayoría suficiente de ciudadanos sea consciente de este escenario, podrá ejercerse el derecho a la rebelión en todas sus amplias modalidades con ciertas garantías de éxito. Antes, a mi juicio, constituye un suicidio. Sin olvidar, mientras, algo importante: votar a quienes pueden desalojar de los despachos del poder a la canalla que amarga la vida de millones para enriquecer a unos pocos golfos sin escrúpulos.
Gustavo Vidal Manzanares | 14 Enero 2014 - 16:42 h.
Detesto a las víctimas que respetan a sus verdugos.