Cuando en el año 2009 arrancábamos con las refinanciaciones en serie de las promotoras inmobiliarias era habitual lidiar con un pool de más de veinte entidades financieras, mayoritariamente cajas de ahorros. Hoy podemos hablar de seis entidades de banca universal de significación nacional (con todo respeto a rurales, cooperativas y banca especialista), y ninguna caja de ahorros no rural o cooperativa de crédito.
Desde el año 2008 el sector bancario ha destruido más de setenta y cinco mil empleos (estables y bien retribuidos), y ha conducido el número de sucursales al de 1979. Síntomas físicos de una crisis estructural que nos evoca aquella figura ochentera de la zona de urgente reindustrialización. La factura: trescientos mil millones de Euros privados y más de cuarenta mil millones de ayudas públicas difícilmente recuperables. Y seguimos sumando.
Y sin embargo, desde la misma primera hora de la Gran Recesión no ha dejado la Banca española de cavar una profunda y, a mi juicio, final tumba de descrédito en la que sepultar su negocio, cuya última palada ha sido la reacción de espontánea rebeldía frente al penúltimo revés judicial procedente de Luxemburgo en forma de condena final a la cláusula suelo.
Las urgencias de la crisis condujeron sin mayor reflexión y escasa consideración comercial, e incluso moral, a la búsqueda y captura de capital a todo precio con el que apuntalar un edificio contable con aluminosis irreversible en forma de cartera de crédito deteriorado, dependencia financiera de mercados mayoristas, extrema exposición y vulnerabilidad a fluctuaciones internacionales, hundimiento y cierre de mercados de Titulización, y modelo de negocio basado en expectativas irracionales de revaloración de suelos y vuelos. En esta coyuntura de urgencias se hicieron presentes preferentes, obligaciones subordinadas, convertibles, necesariamente o no, y hasta cuotas participativas de cajas de ahorro con las que regar a un público financieramente analfabeto y ávido de rentabilidad sin “riesgo”.
Mas si malo es pecar aún peor es no mostrar arrepentimiento ni propósito alguno de enmienda, sacando pecho de lo hecho (cláusulas suelo) y atrincherándose en la legalidad formal, cuando la batalla está perdida de antemano, y si no, al tiempo.
Una derrota más ¿otra batalla? No, seguramente la guerra. El daño a la credibilidad, a la reputación, a la confianza es irrestañable. Para mí se trata de una industria que, como la conocemos hoy, se halla herida de muerte. No resucitará, y solo cabe esperar a su entierro, que no vendrá de reguladores sino del cambio de paradigma del mercado y de la votación con los pies del cliente.
Una industria obsoleta que ha muerto pero que aún no se ha dado cuenta de ello. Un sector zombie, irrecuperable –a mi juicio-, que será desplazado sin grandes traumas, al menos del lado del consumidor, por otros actores provenientes de otras industrias acordes con los tiempos digitales en los que vivimos.
Y no es una apuesta por las fin-techs, no. ¿Quien disfruta de mayor capacidad de análisis de riesgo cliente que Facebook o Google?¿Quien procesa mayor volumen de transacciones comerciales minoristas que Alibaba o Amazon? ¿para que necesita Apple Store un banco?
http://blogs.cincodias.com/la-cana/2016/12/banca-española-sin-techo-sin-suelo-sin-dientes.html
Un saludo