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Tras recuperarse de dos décadas de crecimientos anémicos y recesiones, la economía japonesa está inmersa en su prueba más dura: la debatida subida del impuesto sobre el consumo del 5% al 8%, la primera en 17 años, que alcanzará el 10 % en Octubre del 2.015. La reacción medirá la fortaleza de las Abenomics, la agresiva fórmula del primer ministro, Shinzo Abe, basada en tres ejes: la política fiscal expansiva, la relajación de la política monetaria para subir la inflación y reducir los tipos de interés, y las reformas estructurales necesarias de un patrón productivo caduco.
El cuadro global es positivo, con un crecimiento económico del +1.60% en 2.014. Pero las exportaciones, los salarios y la inversión empresarial han registrado aumentos más tímidos de los previstos. Se plantea, pues, si la recuperación es suficientemente sólida como para aguantar la subida de los impuestos al consumo.
Tokio la ha defendido contra viento y marea esgrimiendo la necesidad de enjugar la elefantiásica deuda pública del 230% de su PIB, la mayor de los países industrializados. En juego está la supervivencia del sistema de pensiones, que supone un coste crecientemente inasumible por el envejecimiento de su población. El 20% de los japoneses es mayor de 65 años y el porcentaje se doblará en el 2.060 si continúa la tendencia. Los trabajadores y las empresas ya soportan un gran peso en su manutención, así que la subida de impuestos al conjunto de la población, ancianos incluidos, le parece a Tokio la medida más apropiada.
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