Pánico chino: otros cuatro gigantes inmobiliarios están al borde de la quiebra.
El régimen comunista chino insiste en que tiene bajo control la situación de su sistema inmobiliario. Pese a las enormes dudas que ha generado el colapso del gigante
Evergrande, Pekín ha insistido en que la situación es manejable. Sin embargo, el relato del gobierno de
Xi Jinping se ha topado de bruces con
la cruda realidad de una rama productiva en la que
los desequilibrios son mucho mayores de lo que el oficialismo está dispuesto a reconocer.
Esta semana ha trascendido, por ejemplo, que la empresa inmobiliaria
Sinic Holdings no será capaz de devolver una serie de obligaciones valoradas en
más de 250 millones de dólares. Algo parecido le sucede a
China Properties Group, otra firma del sector de la construcción que acaba de admitir que no podrá cumplir con una serie de pagos
valorados en 225 millones de dólares.
No hay que olvidar, además, que
Fantasia Holdings, otra empresa inmobiliaria de gran tamaño, cayó en un escenario de impago hace un par de semanas, dejando en el aire la devolución de
hasta 205 millones de dólares. Por su parte, otra de las principales firmas del sector,
Modern Land, ha solicitado una extensión de tres meses con la que pretende relajar su calendario de compromisos financieros y retrasar, en la medida de lo posible,
la devolución de 250 millones de dólares.
Por tanto, hace tiempo que el problema del sector inmobiliario chino va más allá de Evergrande. De hecho, en los datos de crecimiento del gigante chino, ya se puede apreciar el efecto de una desaceleración cada vez más pronunciada. Así, frente al crecimiento del 8% que venía describiendo la construcción desde comienzos de año, la mejora del tercer trimestre ha sido de apenas un 1%.
A esto se suma el deterioro generalizado de la producción económica. Los datos de PIB apuntan a una
drástica reducción del crecimiento, que habría pasado del 7,9% en el segundo trimestre del año al 4,9% en el tercer cuarto del ejercicio. Por tanto, hay motivos más que suficientes para desconfiar del futuro económico del país asiático, sobre todo porque un pinchazo de su sector inmobiliario afectaría
hasta al 30% de su PIB.
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