La aparición de Podemos se ha celebrado, aun por críticos y oponentes, como un necesario elemento corrector del deficiente, caduco o degenerado sistema político español. De acuerdo a esta extendida tesis, el auge experimentado por el partido de Iglesias y Monedero en muy poco tiempo ha producido toda una serie de benéficos efectos colaterales.
Se dice, por ejemplo, que la lucha contra la corrupción se ha intensificado gracias al miedo que Podemos les ha metido en el cuerpo a los dos grandes partidos. ¿Seguro? Yo veo al PSOE y al PP, por no hablar de CiU, en el mismo punto muerto que en los últimos años: arrastrando los pies cuanto pueden, reaccionando tarde y mal a las actuaciones judiciales y a las informaciones. Acaba de ocurrir, no hace una semana, que el Supremo llamó a declarar como imputados a dos expresidentes de la Junta de Andalucía, veteranos y destacados dirigentes socialistas, por el caso de los ERE. El PSOE decidió no pedirles que dejen sus escaños. Con el miedo en el cuerpo.
Luego tenemos el asunto del bipartidismo: Podemos va a enterrarlo, y por esto debe uno congratularse. ¡Ahora hay alternativas! Vale, aunque siempre las hubo. Cosa distinta es que un número notable de votantes optara por ellas. En cualquier caso, señalar el bipartidismo como fuente de perdición es ver el dedo y no la Luna. Es natural que las fuerzas emergentes deseen cifrar los males del sistema en la hegemonía de los dos grandes y aventuren que el remedio consiste en acabar con el duopolio. Pero ¿no aspiran ellas a ser mayoritarias? ¿O su escenario ideal es uno multipolar con gobiernos de geometría variable? El fin del bipartidismo no es en sí mismo garantía: dependerá de quiénes se erijan en árbitros, de sus propuestas, de sus ideas y de su práctica. Sea como fuere, seguramente tendremos pronto la oportunidad de probar las delicias de la fragmentación. Hablaremos entonces.
Quizá olvido algún efecto benéfico más, pero hay un efecto al que se presta, y parece mentira, muy poca atención: ¿qué ha aportado Podemos al debate político? ¿Acaso, por impulso de su ascenso y sus propuestas, se ha debatido a fondo sobre cómo puede crecer España, sobre cómo cambiar un modelo productivo ineficiente, acerca de si es necesario reformar el Estado de Bienestar, o sobre cuál es la reforma fiscal que debe hacerse, más allá del clamor de que paguen los ricos? Nada de eso. Nuestro debate político, por así llamarlo, sigue más reacio que nunca a discutir las posibles soluciones a un problema concreto, a entrar en el debate informado e informativo que permite valorar las alternativas.
Con Podemos en prime time, el debate existente ha acentuado los peores rasgos del que ya existía: un espectáculo bronco sobre quién se lo llevó, quién se lo lleva y cuánto se ha llevado. Sí, lo que ha aportado Podemos a la política española es más espectáculo. Espectáculo que termina por engullir a cualquiera. No puede parar y sus protagonistas, siempre los mismos, cambian lo quieran o no de papeles. ¿Cómo si no va a seguir entreteniendo? Así ha sucedido con los de Podemos, que tras mostrar su habilidad en el lanzamiento de basura ha tenido que ponerse a esquivarla. Puro show-business. La aportación de Podemos a nuestro debate político ha consistido en enfangarlo más en sus vicios.