Se diga lo que se diga, las elecciones autonómicas catalanas las han vuelto a ganar, y por goleada, los partidos separatistas. El insuficiente resultado de tal o cual candidato en comparación con sus expectativas es un detalle sin importancia alguna. Y el notable aunque mucho menos que insuficiente ascenso de C’s tampoco anula la derrota de los catalanes que quieren seguir formando parte de España. Súmense los votos de todas las candidaturas expresamente separatistas (Junts pel Sí y CUP), los de la extrema izquierda filoseparatista (Catalunya Sí Que Es Pot) y los de la izquierda capaz de cualquier cosa (PSC), y compárense con lo cosechado por los dos partidos expresamente antiseparatistas (C’s y PP). Quizá la única buena noticia de estas elecciones haya sido la confirmación de que cada día más gente se está dando cuenta –¡lo que les ha costado!– de que el PP, el partido del voto inútil, lejos de ser la solución, es parte esencial del problema, y no sólo del problema separatista.
Esta aplastante hegemonía separatista no es casualidad, sino el resultado de la sabia, concienzuda, ilegal, inmoral, inconstitucional y totalitaria ingeniería ideológica practicada sobre los catalanes desde la llegada al poder regional del Español del Año 1984 y sus sucesores en el cargo, todos ellos separatistas o gustosos compañeros de viaje.
Nada ha cambiado desde los tiempos pujolenses, y si ha cambiado ha sido sólo para agravar y enquistar un problema que sólo empezará a menguar si algún día se planta cara a los separatistas en el doble frente de la ley y la ideología. Pero para eso haría falta que España fuera efectivamente un Estado de Derecho, lo que hoy por hoy no es, diga lo que diga la fallida Constitución, y que sus gobernantes tuvieran una talla personal e intelectual de la que han carecido todos desde hace aproximadamente medio siglo.
Por eso da igual quién haya ganado las elecciones autonómicas catalanas. Porque lo que está claro, y las declaraciones de los políticos, de izquierda y derecha, lo confirman cada día, es que, gane quien gane las elecciones nacionales de diciembre, el problema seguirá agravándose. Pero no por obra y gracia de los eficaces inquilinos de la Generalidad, sino por la de los incapaces inquilinos de la Carrera de San Jerónimo y La Moncloa. Pues todos ellos, tanto los de la izquierda como los de la derecha, siguen y seguirán eternamente empeñados en pactar, en negociar, en comprender, en compensar, en premiar a esos pobres separatistas catalanes, que, al fin y al cabo, algo de razón habrán de tener si tanta gente les vota. Pues todos ellos, los de la izquierda y los de la derecha, ni saben ni quieren salirse del tormento de Sísifo consistente en seguir considerando al nacionalismo catalán la consecuencia de un conflicto, o, según el insoportable vocabulario de los pedantes, de un defectuoso encaje de Cataluña en España.
Pero el nacionalismo catalán no es la consecuencia, sino la causa de dicho supuesto conflicto, de dicho supuesto encaje defectuoso. Mientras nuestros políticos no alcancen a comprender la diferencia entre causa y consecuencia, el problema separatista, es decir, el problema de España, seguirá siendo la piedra que, generación tras generación, seguirá rodando pendiente abajo para rompernos a todos la crisma.
Jesus Lainz