El nacionalismo catalán es cívico, pacífico, culto y moderado, como una de las categorías del islamismo. Artur Mas así lo ha proclamado en la celebración del centenario de las bibliotecas públicas en Cataluña o en el año de las bibliotecas de la Generalidad, que no está del todo claro porque el nacionalismo y los libros mantienen unas relaciones complejas, generalmente frías y distantes. El museo del Borne iba a ser la biblioteca provincial de Barcelona y ha terminado como mausoleo del odio a España y parque temático de ficción histórica y desatino arqueológico.
La Biblioteca de Gerona es otra muestra del tipo de interés que suscitan los asuntos de los libros entre los políticos nacionalistas. Se trata de la biblioteca pública más grande de Cataluña y la más cara de España, una instalación colosal que costó más de quince millones de euros pagados a tocateja por el Estado opresor. La inauguró Mas en presencia del secretario de Estado de Cultura porque es mejor que Wert, el ministro, no aparezca por Cataluña para no provocar. El ignoto secretario se abstuvo de tomar la palabra en la solemne inauguración, al tiempo que Mas se concedía el título retórico de gran amante de los libros, que viene a ser la concesión de la Cruz de Sant Jordi a Félix Millet (el del caso Palau) como promotor de las artes.
La inversión de la Generalidad en materia de bibliotecas es nula, y suerte que no ha subastado los incunables que albergan bibliotecas, universidades y centros religiosos para mejorar la financiación del proceso separatista. Pero que la Generalidad no haya invertido un duro en un libro no significa que el coste en esa materia haya sido cero. Como mínimo constan los 134.000 euros que pagó al cuñado de Pujol, Francesc Cabana, por una colección de anuarios económicos, papeles, legajos y demás material impreso. Fue un mes antes de que Pujol se confesara en público como uno de los mayores fraudes de la historia política y, sobre todo fiscal, de España. Cabana necesitaba 70.000 euros para pagar una multa a Hacienda y Pujol no le prestó el dinero, por lo que no le quedó más remedio que vender su biblioteca a la Generalidad. Es tanto el cabreo de Cabana con Pujol que de esa manera lo contó en la comisión parlamentaria sobre su cuñado y la familia directa, además de abroncar a su sobrino mayor por conducir deportivos.
Biblioteca Cabana al margen, Mas celebró no se sabe qué sobre libros con ningún anuncio concreto, salvo una turbia filípica en torno a la violencia:
A pesar de los agresores de muchas épocas que han procurado romper las piernas de lo que significaba la identidad catalana, durante muchos siglos ha habido continuidad histórica. (...) Cataluña es un país culto y cívico, que apuesta por la no violencia, una peculiaridad inoculada en las células de la identidad catalana.
¿Romper piernas? ¿No violencia? ¿A qué vienen esas palabras? ¿Se refería Mas al último carnaval de Solsona, alegre combinación de tiroteos y palizas a los españoles? ¿A los ataques crónicos contra las sedes de PP, PSC y Ciudadanos? ¿A las amenazas a los políticos no nacionalistas? ¿Al recurrente discurso del odio contra España y los españoles en los medios de comunicación públicos? ¿A la vulneración de los derechos lingüísticos? ¿Al fusilamiento simulado de un concejal popular en Cardedeu? ¿A que es mejor que el ministro de Cultura de España no se deje ver por Cataluña?
Es imposible saber en qué estaba pensando Mas, si pensaba o si piensa, por ejemplo, en las consecuencias de convetir un carnaval en un pacífico acto de apología de la violencia donde lo transgresor consiste en pisotear una bandera de España y simular una matanza ritual de soldados españoles. Eso es peligrosísimo. Y más en medio de un clima administrativo de alergia a la historia, a los libros y a los libros de historia