magia de las canciones infantiles que componía e interpretaba la añorada poeta argentina María Elena Walsh consistía en que no sólo educaban la sensibilidad de sus destinatarios naturales, los niños, alegrándolos y emocionándolos, sino en que también encerraban mensajes de sabiduría para los adultos. Evoco el comienzo de una –"El Reino del Revés"– que parece escrita pensando en los días que nos toca vivir:
Me dijeron que en el Reino del Revés
nada el pájaro y vuela el pez,
que los gatos no hacen miau y dicen yes
porque estudian mucho inglés.
Me dijeron que en el Reino del Revés
nadie baila con los pies,
que un ladrón es vigilante y otro es juez
y que dos y dos son tres.
Pruebas inculpatorias
Las extravagancias del Reino del Revés afloraron en mi memoria cuando leí las transcripciones de lo que el ministro del Interior y el director de la Oficina Antifraude de Cataluña habían conversado en el despacho del primero. Completó mi desconcierto la interpretación que Antoni Puigvert hace del episodio, comparándolo con el escándalo Watergate ("Más que una conjura de necios", LV, 27/6). Puigvert -que funge de equidistante- y el coro de amanuenses confesos del secesionismo se instalan en el Reino del Revés y ponen todo patas arriba cuando buscan analogías con el caso Watergate.
Durante la ejemplar investigación del espionaje en las oficinas del Partido Demócrata en el edificio Watergate nadie hizo alusión al contenido de los documentos espiados, fueran estos comprometedores o no. Las pesquisas se centraron exclusivamente en la cadena de mando de la operación ilegal y en la identificación de los responsables materiales e intelectuales del delito.
Aquí pusieron todo patas arriba. Los confabulados divulgaron a través de un periódico digital más afín al Granma castrista o al Diario del Pueblo chino que al Washington Post las conversaciones grabadas clandestinamente hace dos años, y lo hicieron cuatro días antes de las elecciones. Dicho sea de paso, las conversaciones reflejaban la preocupación de dos ciudadanos responsables por frustrar, mediante la búsqueda de pruebas inculpatorias reales y demostrables, la campaña que los jerarcas de la Generalitat y su agitprop están ejecutando, a cara descubierta y al margen de la ley, para subvertir el orden constitucional y desguazar España.
Lo que la sociedad todavía está esperando es información fidedigna acerca de la identidad de los culpables de la grabación clandestina y de la filtración, acompañada por los pormenores del juicio penal que se les ha de entablar. En Estados Unidos no pusieron en la picota al Partido Demócrata, que era la víctima, como aquí lo son Jorge Fernández Díaz y Daniel de Alfonso, sino al presidente Richard Nixon y su equipo, que eran los autores del desafuero.
Y puesto que de grabaciones clandestinas se trata, no está de más imaginar los chanchullos que nos revelarían unos micrófonos estratégicamente dispuestos en los despachos donde se urde la estrategia secesionista. Donde celebran sus conciliábulos secretos los encargados de resolver cómo se tapan las vergüenzas de la familia Pujol y sus compinches, o en qué armario y con qué pretexto se recluye al indeseable Artur Mas, o cómo arrastrarse una y otra vez mendigando los votos de la CUP, o por qué se unen o separan CDC y ERC, o qué dedazo entroniza a Carles Puigdemont o le reitera o le retira la confianza. Si existieran testimonios visuales y auditivos de los quilombos internos del secesionismo, sería aconsejable conservarlos bajo siete llaves hasta que llegue la hora de vacunar a las generaciones futuras contra la tentación de imitarlos.
Proyectos espurios
El Reino del Revés no termina aquí. Ni el afán de ponerlo todo patas arriba. Cuando el presidente de la Generalitat vertió su opinión sectaria sobre el Brexit, descolló en el arte de invertir la imagen de la realidad para acomodarla a los proyectos espurios de su cofradía (LV, 25/6). Sentenció Carles Puigdemont:
Ha ganado la democracia, porque el pueblo británico ha podido votar y ha tenido un primer ministro valiente, demócrata, que ha consultado a su ciudadanía y, además, ha asumido las consecuencias presentando la dimisión. (…) El Reino Unido ha tomado la decisión sin necesidad de que el conjunto de la Unión Europea haya decidido, lo que certifica que es perfectamente posible tomar decisiones de soberanía. (…) Se ha demostrado que el porcentaje del resultado es completamente suficiente para tomar decisiones.
Una vez más, el argumentario secesionista parece confeccionado por un timador que desprecia la capacidad intelectual de los ciudadanos a los que se dirige, ciudadanos que, para su óptica elitista, no pasan de ser una chusma aborregada. Les niega, por ejemplo, la lucidez necesaria para darse cuenta de que el Brexit triunfó por un 51,9 contra un 48,1%, en tanto que el 20-D los partidos secesionistas sumaron el 31,1% de los votos y el 26-J el 32,1, lo que demuele su pretensión de tomar decisiones trascendentales en un sistema democrático. Además, el partido desfalleciente del adoctrinador Puigdemont se quedó postrado el 26-J con el 13,9% de los votos, después de perder 85.414. Junto a ERC suman 1.109.000 sufragios sobre 5.500.000 inscriptos en el censo electoral de Cataluña. ¿Alguien le oyó pronunciar la palabra dimisión en primera persona al señor Puigdemont? Ni pensarlo: confía en recuperar el apoyo de los extorsionistas de la CUP antes del mes de septiembre.
Crítica pedante
El galimatías de Puigdemont se completa con una crítica pedante al portazo con que las autoridades de la UE despiden sistemáticamente a los ganapanes del Diplocat (LV, 15/6):
"La UE debe hacer necesariamente una reflexión y repensar su actitud, a veces de menosprecio, hacia las diferentes realidades que hay en Europa", advirtió Carles Puigdemont en una declaración institucional, en la que subrayó que "hay diferentes voces, diferentes maneras de entender Europa, y de momento los dirigentes de la UE han sido poco sensibles a esta diversidad".
Por fin el presidente de la Generalitat confiesa, tácitamente, que la independencia dejaría a Cataluña fuera de la Unión Europea por el menosprecio de sus dirigentes. Y hasta una criatura de parvulario entendería que las comparaciones con el caso de Escocia no se tienen en pie. El razonamiento es muy sencillo. Mientras el Reino Unido formaba parte de la Unión Europea, otro tanto le sucedía a Escocia, que es uno de los componentes de la patria común. Si el Reino Unido se desconecta de la UE y Escocia cumple todos los requisitos para desvincularse del Reino Unido, podrá iniciar los trámites para ingresar en la UE al cabo de cierto tiempo, siempre que España y Francia desistan de su actual oposición. En cambio, España forma parte de la UE y todos los partidos con posibilidad de gobernar se comprometen a reforzar esos lazos. Si Cataluña se desconectara de España, miembro de la UE, también se desconectaría automáticamente de esta. Sería el Catexit, tan drástico y catastrófico como el Brexit. Así de sencillo.
La nueva lacra
Los escribas del secesionismo han convertido la mayoría de votos de En Comú Podem en otro argumento para sostener que Cataluña es diferente del resto de España, donde los podemitas y comunistas quedaron en pelota. Tendrán que comerse su argumento con patatas, porque la irrupción de las huestes de Colau y Domènech también lo pone todo patas arriba. La nueva lacra lleva la marca leninista y los castigará a ellos tanto como a nosotros, aunque antes, para fagocitarlos, les prometa el oro y el moro en forma de referéndum y plurinacionalidad o apartheid identitario.
Se avecinan tiempos difíciles en que todos dependeremos de una Moncloa fuerte y cohesionada para frenar la embestida de los descamisados. Son Pedro Sánchez y Albert Rivera quienes deberán deponer ambiciones y vetos para que esa Moncloa fuerte, cohesionada y avalada por el voto de la mayoría, funcione a pleno rendimiento.