Este próximo 24 de octubre se cumplirán 93 años desde que Benito Mussolini pronunciara en Nápoles una famosa amenaza: "Os digo con toda solemnidad: o se nos entrega el Gobierno o lo tomaremos marchando sobre Roma". Días más tarde la hizo realidad ayudado por decenas de miles de voluntarios llamados "camisas negras". Casi un siglo después, con similares dosis de teatralidad y populismo, con la misma amenaza en ristre, el presidente de la Generalidad en funciones acudió a los juzgados en calidad de imputado para declarar sobre la convocatoria ilegal de un referéndum.
Atrás quedan las escaramuzas nocturnas de la desintegrada Esquerra que marchaba con antorchas alumbrando a Joan Laporta en homenaje a Lluis Companys. No hace falta la noche, la sublevación puede celebrarse ya en hora punta porque, una vez más, no pasa nada. Se acabó la clandestinidad. La hermandad ya se saluda extendiendo la mano con el pulgar recogido para marcar el número cuatro en representación de la cuatribarrada, eso sí la separatista y estelada, nunca la oficial. El caso es alzar el brazo, gesto reflejo que padecen aquellos que gustan del poder total.
Los alcaldes sublevados sacaron a pasear su bastón de mando para cargar las imágenes de significado: están con el líder en la ruptura, en la violación de la Ley, en la presión amenazante a los jueces del Palacio de Justicia de Cataluña y no dudan en demostrarlo exhibiendo su condición de cargos públicos. No son alcaldes sino, como bien decía Pablo Planas en sus crónicas de esta semana, "peones" para la sedición capitaneada por Mas, aunque luego Mas se escabulla en la turba de voluntarios para aguar su propia responsabilidad. Olvidan a sabiendas que un alcalde –del árabe, "juez"– no representa sólo a sus votantes sino a todos los vecinos de su ayuntamiento. Blanden el bastón en alto, violentamente. Y no se queda ahí la algarada: el Consejero de Justicia de la Generalidad, responsable de haber prohibido o disuelto la marcha no lo hizo porque formaba parte de ella. Todo es ilegal pero ellos son "el pueblo de Cataluña", capaz de interponer querellas contra quien ose compararlos con lo que parecen. Para qué disimular, si ya no hace falta.
Hasta aquí la ilegalidad manifiesta y teatralizada con aires fascistas. Sin embargo, conviene no quedarse a dormir en las formas y destacar que lo peor es lo de siempre: el desacato con publicidad y, de momento, sin consecuencias. El propio Artur Mas dijo que sólo acatará la sentencia si le conviene, si le es favorable. Por si acaso, no dudó en dejar claro que, en todo caso, la Generalidad se limitó a dar apoyo y publicidad al referéndum de marras que en realidad fue "ejecutado por los voluntarios" puesto que el Tribunal Constitucional lo había suspendido. ¿Está insinuando Mas que él acató y dejó que los voluntarios ejecutaran? Metidos de hoz y coz en la desobediencia, ¿por qué trataría de convencer Mas al juez de que en aquella ocasión sí observó en la práctica el dictamen del Constitucional? Porque es su coartada. El golpismo es un hecho indiscutible, pero la cobardía también y, además, es bilateral.
Luis Herrero resumió con acierto en su programa en esRadio la estupefacción que provoca el enésimo episodio de abulia institucional frente a los desmanes golpistas al analizar la respuesta del presidente del Gobierno de España que, desde fuera de España, calificó la marcha de "inaceptable". Y eso, ¿qué significa? ¿En qué traducirá que el presidente del Gobierno considere "inaceptable" la marcha de Mas contra el Palacio de Justicia donde se dirime su responsabilidad por la celebración de un referéndum ilegal que, según el mismo presidente del Gobierno no se iba a producir? Pues en nada y eso es lo exasperante.
El juez Marcelino Sexmero no es santo de mi devoción desde que archivara una jornada de repudio contra Soraya Sáenz de Santamaría protagonizada, entre otros, por los que ahora mandan en Barcelona. Pero el diagnóstico del juez en el programa de Herrero fue tan certero como obvio, lo cual resulta más doloroso si cabe. Ante la indefensión que produce la cesión de ciertas competencias como la Justicia y la Seguridad sólo cabe una acción del Gobierno para frenar el "proceso sedicente sino sedicioso ya en toda regla". Recordó también Sexmero que si el fiscal del TSJC hubiera actuado, la Marcha de los voluntarios habría parado al menos ante un perímetro de seguridad sin llegar a invadirlo para, por si fuera poco, montar una rueda de prensa del reo. Así que abandonemos toda esperanza sobre lo que pueda emanar de sede judicial porque parecen claras las intenciones de casi todos. Me temo que el desacato a una condena de inhabilitación que derivaría en otro delito de usurpación de funciones no va a ser necesario y el Gobierno de España podrá seguir dando largas a las amenazas.
La campaña electoral de Artur Mas por su presidencia ha empezado así, después de las elecciones que perdió, en el Palacio de Justicia. El detalle estaba previsto: hacer méritos ante la CUP, poniendo a desfilar a los alcaldes con sus bastones y a los consejeros con sus mossos en revolucionaria armonía. Hasta la imputación le ha venido bien a Artur Mas para su post-campaña personal.
Y mientras, algunos andan esperando una declaración unilateral de independencia pronunciada desde un balcón o desde un improvisado púlpito callejero. Nos engañan con símbolos y esperamos símbolos cuando tal declaración no es necesaria porque ya se ha producido. Se formula a diario desde hace tiempo por la vía de los hechos consumados jamás respondidos por el Gobierno central. Cada centímetro de cesión son kilómetros de avance en contra. Viene siendo así hace muchos años. ¿La respuesta? Nada está sucediendo y en caso de que fuera muy grosero –alcaldes sublevados, bastones en alto, marcha sobre el Palacio– se tachará de "inaceptable". Pero, claro, "si me llama" dialogaremos. Es el famoso "encaje" de Cataluña al que tanto se refieren, supongo que en referencia al de las bragas de España, impúdicamente a la vista de todos.
Recuerdo un viejo lema de la desaparecida cadena CNN Noticias con el que presumían del carácter inmediato de sus imágenes: "Está pasando, lo estás viendo". Llevado al drama en curso sólo cabría añadir: "… y no haces nada".
Javier Somalo