«El primer error de Pedro Sánchez es no distinguir entre el adversario y el enemigo. El adversario es el PP y te quiere ganar. El enemigo es Podemos y lo quiere matar. ¿No se da cuenta todavía?», me expone Joaquín Leguina ante un plato de churros con sacarina en lugar de azúcar.
Desde el viernes de infarto, el secretario general del PSOE se ha quedado solo en medio de la pista, después del paso adelante con chulería de Pablo Iglesias, y la retirada mustia de Mariano Rajoy, mostrándonos un escenario donde lo más necesario son unos pactos que no acaban de llegar.
En el otoño de 1977, el nuevo Gobierno de UCD presidido por Adolfo Suárez convoco a todos los partidos al diálogo para afrontar los principales problemas económicos del país. Estaban, entre otros, Felipe González, Santiago Carrillo, Manuel Fraga, Ramón Tamames y un Joaquín Leguina vestido de progre, con un jersey estrecho de color verde reineta, sin chaqueta ni corbata y pantalón campana, que el tema de la indumentaria transgresora no es nuevo del Parlamento de ahora.
Allí nació el consenso, la virtud de alcanzar acuerdos entre todos a pesar de sus discrepancias ideológicas. «Hay una divisoria de aguas que no existía en el 77, con los que se quieren cargar la Constitución y otorgar el derecho de autodeterminación. La inmensa mayoría de los españoles han votado a los partidos constitucionalistas, y eso no quiere decir que no haya que reformarla».
El espíritu excepcional de los Pactos de la Moncloa es irrepetible, y nos vuelve a retratar dos conceptos distintos de España. Tanto clamar que llegaba el tiempo del cambio, de la regeneración, como si fuera un anuncio por primavera, para descubrir que uno por ambición, otro por sillones y el otro mirando un muro ciego como Bartleby, aquí no hay quién se ponga de acuerdo.
«El problema es que tenemos al PSOE dirigido por gente que da la sensación de que carece de principios. Pedro Sánchez no es el dueño del Partido Socialista. No se puede comportar como tal. Creía que tenía controlado los plazos y por eso están tan cabreados. El Comité Federal del próximo domingo siempre estará antes y si Andalucía se planta, este señor no se puede mover».
Ante tal tesitura, cuando tampoco sabe si su propio partido es un aliado, un adversario o un enemigo, a Pedro Sánchez se le ha dibujado en la cara «la sonrisa del destino» del Joker interpretado por Jack Nicholson en el primer Batman dirigido por Tim Burton. Grandilocuente, deforme y estática. «Debería ir a la investidura y en su discurso, por ejemplo, decir que no piensa nombrar vicepresidente del Gobierno a Pablo Iglesias. Sin apoyos, habría otra persona o iríamos a elecciones. Esto va para largo…».