Pasado el «shock de ingobernabilidad» que paralizó a Mariano Rajoy y a Pedro Sánchez en la noche electoral, se impone ahora hallar la esquiva fórmula con la que resolver el jeroglífico más complejo de nuestra democracia. España tiene poco menos de tres meses para corregir la percepción de bloqueo institucional, inestabilidad política e incertidumbre económica. Iba a ser la «legislatura de los pactos», pero nadie pensaba en el único que, de facto, cuadraría numéricamente para evitar la repetición de las elecciones generales: una gran coalición PP-PSOE a la que podría sumarse Ciudadanos… Sin embargo, es muy poco factible. De hecho, hay diez claves que alumbran caminos en otra dirección:
1.- Tres salidas a la crisis. Las opciones para resolver la nueva legislatura son variadas, pero objetivamente el Gobierno de España solo podría ser presidido por Mariano Rajoy o Pedro Sánchez. La teoría de la «gran coalición» se antoja imposible salvo que la presión política –y del IBEX- sobre el secretario general socialista le obligue a rectificar su inicial pretensión de pactar con Podemos, ERC y quien sea necesario para garantizarse la investidura. Algo está alterando los planes iniciales de Sánchez, que en la noche del 20 de diciembre se veía presidente pese a obtener los peores datos del PSOE en su historia: 90 escaños y un triunfo solo en 6 de 52 circunscripciones.
La segunda teoría, la del gobierno en minoría, es la más factible. Rajoy va a intentarlo por todos los medios, con la abstención del PSOE en segunda instancia, y el apoyo de Ciudadanos. Hoy el rechazo de Pedro Sánchez es absoluto por miedo a perder aún más de sus cinco millones de votantes, y a que se le considere un «traidor» a la causa del socialismo permitiendo una renovación de la derecha en el poder. Pero dos meses de presión no son fáciles de soportar, y múltiples barones abogan por un PSOE en la oposición. Rajoy tiene la iniciativa y Sánchez, la llave.
La tercera teoría es la repetición de elecciones. Salvo un caos absoluto y una ruptura total de cualquier vía de diálogo, está casi descartada. Sería una medida desesperada con un pésimo mensaje a los mercados: España es rehén de un bloqueo político y social que lastrará su recuperación.
2.- Atmósfera de Pacto de Estado. En la noche del 20-D apenas se habló de un pacto de Estado PP-PSOE. Las calculadoras solo sumaban escaños para descubrir alianzas factibles. Muchos analistas dieron por hecho un Gobierno PSOE-Podemos, unido al voto de otros partidos de extrema izquierda favorables al «cordón sanitario» contra el PP y un único punto en el orden del día de la negociación: expulsar a la derecha. Sin embargo, en la mañana del lunes algo cambió. Sánchez desapareció del mapa y permitió a Podemos tomar la iniciativa e imponer condiciones de una reforma constitucional imposible para avalar el derecho a decidir. El PSOE empezó a asumir que gobernar de la mano de Podemos, pese a las ansias de Sánchez por presidir el Ejecutivo, era un error. «Susto o muerte», lo definió un dirigente socialista, para definir la alambicada decisión que debe tomar Sánchez. Ser rehén de Podemos y sus exigencias, o avalar a Rajoy.
Haya o no «pacto de Estado», el aglutinante será el «factor España». ¿La «nueva Transición» será la guiada por una suerte de Pactos de la Moncloa, o la coordinada por un populismo extremista? Sánchez deberá aclarar si quiere ser Hollande, que ha sacrificado regiones de la izquierda a favor de la derecha de Sarkozy, para evitar el avance de la extrema derecha; si quiere ser como el líder socialista alemán, que allanó el gobierno de Merkel; o si quiere emular a los líderes socialistas griegos, que finalmente han sido fagocitados por Tsipras. Es lo que observa Europa con inquietud, aún en la conciencia de que una decisión tan criticada a Rajoy en su día, como haber aprobado los Presupuestos de 2016, resulta ahora ser una tabla de salvación.
3.- La llave de Podemos. Probablemente Pablo Iglesias sea el líder más interesado en que se celebren nuevas elecciones porque se ve en condiciones de «enterrar» al PSOE. Por eso impone condiciones no asumibles para los socialistas, como la convocatoria de un referéndum en Cataluña, la regulación del derecho a decidir, o la inclusión, a lo «chavista», de un instrumento que permita revocar los poderes de un gobierno legítimo a mitad de legislatura. Iglesias ha sustituido su «socialismo soft» de campaña por su «constitución bolivariana 3.0». Aun suponiendo que Pedro Sánchez decidiese aceptar los votos de Podemos y pactar la legislatura, la decisión final está en Iglesias, a quien tácticamente le interesa figurar ya como la segunda fuerza política más votada en España. Visto lo visto –Cataluña, País Vasco, debacle absoluta del PSOE en Madrid (cuarto)…– es factible. Iglesias quiere gobernar, no ser un «segundón» de Sánchez en un escaño rojo.
4.- Bloques constitucionales, no ideológicos. La resolución de la investidura pasará sin duda por bloques de adehesión/descuelgue de la Constitución, y no tanto por consideraciones ideológicas derecha/izquierda. Podemos ya ha mostrado sus cartas, y la Constitución de 1978 no le sirve. Arrastrar al PSOE hacia sus tesis es una opción. Pero barones del socialismo como Susana Díaz, García Page o Fernández Vara, y «factótums» influyentes como Felipe González o Pérez Rubalcaba, lo descartan. Hoy, el respeto al marco constitucional, con sus matices y diferencias, solo lo representan PP, PSOE y Ciudadanos. Es la baza de Rajoy: no poner a Sánchez en la tesitura de si a España le conviene una dicotomía izquierda/derecha, sino exigirle que se retrate en el respeto, o no, a la Constitución vigente para salvar los muebles de un Parlamento imposible.
5.- Ciudadanos, un coágulo para la gobernabilidad. El partido de Albert Rivera ha obtenido 3,5 millones de votos, todos ellos «sustraídos» al PP. Sin embargo, sus 40 escaños son casi irrelevantes porque no condicionarán nada. Difícilmente Rivera puede ocultar su decepción y la asunción de varios errores graves en campaña, en especial permitir el sobredimensionamiento mediático de su partido. Y creerse que la «sondeocracia» (bautizada así por el profesor Javier Redondo) sería suficiente para ser segundo. Muchos de los que ayer eran fervientes partidarios de Rivera, hoy despotrican de él.
Ciudadanos ha sido un coágulo para el PP. La mayoría suficiente que a priori iba a conformar con el PP no ha sido tal. El caso de Huelva es significativo. Siempre hubo 3+2 escaños a favor de PP o PSOE. En esta ocasión, iba a ser 2+2+1, incluyéndose Ciudadanos. No ha sido así, porque el escaño fue para Podemos, con una diferencia de 8.000 votos sobre el partido de Rivera. La conclusión es que 30.709 votos de Ciudadanos –del centro-derecha- sirvieron en realidad para que Iglesias ganase un escaño. Esta misma operación se produjo en numerosas provincias, donde la ley electoral perjudicó a Ciudadanos. El PP fracasó en su llamamiento al «voto útil», y tampoco Rivera obtuvo rédito.
6.- ¿A quién le interesan nuevas elecciones y a quién no? Sin duda, le interesarían a Podemos, y en última instancia, al PP. Desde luego, no al PSOE ni a Ciudadanos, ambos en tendencia «depresivo-descendente». El escarmiento que hasta 3,5 millones de antiguos votantes del PP han dado a Rajoy no se ha fraguado en un éxito real de Rivera. Este fenómeno probablemente le penalice en el futuro, y el voto útil del centro-derecha se reactivaría a favor del PP. Pablo Iglesias, por su parte, está eufórico. En la práctica sería el gran beneficiado de la izquierda en unos nuevos comicios. Y ya no cometería el error de prescindir de hasta 900.000 votos de Izquierda Unida, para solo dos pírricos escaños. Unidos habrían obtenido hasta 13 más.
7.- Un gobierno corto. La premisa de que la legislatura aguante cuatro años apenas es manejada por nadie. Si la opción probable de un gobierno en minoría de Rajoy sale adelante, lo hará condicionado a no prolongarlo mucho más de un año. A lo sumo, dos. Son cálculos que se hacen varios pesos pesados del propio equipo de Rajoy. Sería un escenario de «supervivencia» para consolidar la recuperación, reorganizar al bipartidismo en sus respectivos cuarteles de invierno, probablemente modificar la ley electoral, desgastar al máximo al populismo emergente… y convocar nuevas elecciones en 2017.
8.- Triunfo del extremismo. Uno de cada tres votantes en España ha optado por partidos antisistema, anarquistas, de extrema izquierda, comunistas, anticonstitucionales, anticapitalistas o independentistas. Es un dato objetivo. Casi el 30 por ciento del electorado nacional comparte tesis favorables a una refundación drástica de nuestro sistema político. Al bipartidismo no le valdrá solo con tomar nota. Los avisos de Podemos en Cataluña o el País Vasco, donde habrá elecciones en breve, no han caído en saco roto, y están alarmando en Génova y Ferraz.
9.- Transición de liderazgos. Haya repetición de elecciones en 2016 con un Gobierno en funciones de hasta seis meses, o haya un pacto de supervivencia para convocar comicios en dos años, la pregunta en el PSOE es si con nuevas elecciones, su cabeza de lista sería o no Pedro Sánchez. Lo mismo ocurriría con Rajoy. Si finalmente se resuelve el sudoku de una gobernabilidad de mínimos de aquí a marzo, la siguiente fase será probablemente el debate interno en ambos partidos sobre la continuidad de sus líderes. ¿Por qué si no se ha descolgado Sánchez con un aviso de que se presentará a la reelección como secretario general del PSOE ocurra lo que ocurra? ¿Por qué si no, Aznar ha abierto en canal el debate sucesorio en el PP? ¿Por qué si no, Rajoy ha anunciado que tiene «fuerzas» para seguir? En el fondo, PP y PSOE dan por hecho que se superará este trance… y que la verdadera batalla será en otras elecciones.
10.- Revisión de la Ley D´Hondt… O segunda vuelta. Víctima de sus propios errores, el bipartidismo asume estar en un declive imparable. La revisión del modelo electoral estará probablemente en la agenda de los partidos. Y no es tanto por el oportunismo de partidos que ahora pierden cuota de poder frente a Podemos, por ejemplo, como por una cruda realidad: esta ley ofrece ahora pocas soluciones frente al bloqueo y la ingobernabilidad. Son amenazas ciertas que antes no se habían producido. Las alianzas imaginativas, o la «geometría variable», pueden no ser ya soluciones factibles, frente a las facilidades que ofrecen el sistema mayoritario, o la segunda vuelta en determinados comicios, por ejemplo.