Dos circunstancias determinaron al presidente en funciones, Mariano Rajoy, a dejar pasar, el mismo día en que fue recibido por el Rey, el primer turno para intentar la investidura. La primera, una charla informal de Soraya Sáenz de Santamaría con el exviceprimer ministro portugués, Paulo Portas, de visita en España el pasado 19 de enero para recibir la Gran Cruz del Mérito Civil. La segunda y definitiva, las consecuencias en el seno del PSOE de la «humillación» aplicada por el líder de Podemos, Pablo Iglesias, a Pedro Sánchez, exigiendo su entrada en el Ejecutivo con la sarcástica frase de que «el que sea presidente es una ironía del destino que me tendrá que agradecer». El dirigente populista situaba así la presión sobre Ferraz, cuyo responsable ni siquiera cerró la puerta. La Moncloa creyó entonces que eran los socialistas los que tenían que «retratarse». A ello ayudó la reacción airada de dirigentes como Alfredo Pérez Rubalcaba (en las redes sociales) y Felipe González (en privado) por «el bochorno» que Iglesias infligió «a un partido con 137 años como es el PSOE».
Sin embargo, una rutinaria visita internacional ya había propiciado que el PP se cuestionase la conveniencia de pedir, sin ninguna garantía de éxito, la confianza al Parlamento. Aunque según ha sabido ABC algunos colaboradores ya le habían alertado de la necesidad de cambiar la hoja de ruta y franquear el turno a Sánchez para que intentase una «alianza de perdedores» con la izquierda, Rajoy era reacio a no cumplir su promesa de concurrir a la sesión de investidura, aun sabiendo que sería un calvario. Por eso, era muy importante conocer de cerca la experiencia de un país como Portugal, que vivió hace dos meses una situación parecida: la insuficiente victoria del centro-derecha del expresidente Pedro Passos Coelho facilitó que una coalición de izquierdas le defenestrara 18 días después de tomar posesión, en una sesión parlamentaria «tormentosa». Ese pleno, equivalente en los procedimientos de la República lusa a la investidura de un presidente en España, resultó «letal» para Passos Coelho y dio alas a la izquierda.
Paulo Portas, mano derecha de uno de los dirigentes europeos más cercanos a Rajoy, relató a sus homólogos españoles cómo su partido, que se quedó a nueve escaños de la mayoría absoluta, comprobó tarde que «el momento en que más se fortaleció» el conglomerado de izquierdas que hoy gobierna en Lisboa «fue la sesión parlamentaria» en la que el líder conservador portugués intentó defender sin éxito su programa político y económico y sus rivales aprovecharon para replicarle con un discurso «demagogo y populista».
Ese día, el recién nacido Gabinete fue revocado con una moción de censura que obligó al presidente de la República, Anibal Cavaco Silva, a encargar un nuevo Ejecutivo al hoy primer ministro, António Costa, que con solo 86 diputados se apoya en el Bloque de Izquierda (aliado de Syriza y Podemos) y en el Partido Comunista para gobernar. De hecho, la simetría política entre ambos países fue certificada por el propio Pedro Sánchez viajando a Lisboa quince días después de las elecciones generales, «para conocer de cerca» el antecedente de sus compañeros portugueses. Ahí supo de primera mano que «era fundamental» que Rajoy se presentara a la investidura, oportunidad inmejorable para que la izquierda descalificara al PP y «se alzara como la única alternativa con el consiguiente desgaste del líder más votado», según confirmaron a ABC las citadas fuentes.
Portugal como ejemplo
No es casual que tanto el PP como el PSOE miren al vecino de España. La situación económica en Portugal es seguida hoy con máxima preocupación por sus socios europeos. El actual primer ministro socialista desbancó a la derecha con un programa de máximos, condición sine qua non de la izquierda populista para respaldarle. La misma extrema izquierda que apuesta por la salida del euro y el incumplimiento del déficit público para un país que todavía está pagando el rescate europeo cifrado en 78.000 millones de euros. Tanto es así, que la aritmética parlamentaria obliga al propio Costa a pedir el voto de Passos Coelho para aprobar algunas decisiones obligadas por el memorándum firmado a cambio del rescate con Bruselas.
En España solo había que esperar a que la ofensa de Iglesias a Sánchez hiciera el resto. La Moncloa comprobó la estupefacción de algunos barones ante el desafío de Podemos -el más beligerante es el presidente de Asturias, Javier Fernández. Aunque Sánchez ya sospechaba de la intención de Iglesias de dar un golpe de efecto, advertido por algún barón, no supo la dimensión de la afrenta hasta que el Rey le informó cuando conversaban en La Zarzuela.
Pocos dirigentes del PP estaban en el secreto de la renuncia temporal de Rajoy, comunicada a Felipe VI. Ayer, sin embargo, buena parte del partido saludó la decisión de esperar para dar la batalla a que el PSOE se pliegue o no a Podemos. De viaje en Córdoba, el presidente se mostraba satisfecho. Aunque no descarta ni otras elecciones ni la pérdida definitiva del poder.