Ultraderecha, ultraizquierda, nacionalismos secesionistas, avanzan todos montados en el carro del populismo totalitario. Su embestida es tan promiscua que a menudo es difícil distinguir a los unos de los otros. La confusión dificulta el combate contra las tres plagas y a veces coloca al observador en la incómoda posición de aparecer situado en un bando que aborrece cuando impugna a los otros dos.
Pura retórica
El sociólogo Manuel Castells, enemigo del establishment y, por lo tanto, de Hillary Clinton, se enreda en esta confusión ("¿Trump presidente?", LV, 7/5):
Paradojas de la historia, en la elección de noviembre, un capitalista racista y misógino será el candidato que se opone al establishment financiero y político, mientras que la candidata demócrata será el último baluarte de la colusión entre políticos y Wall Street contra el asalto de los indignados de derechas.
Castells insiste en que Trump "fundamenta su apoyo social en el sentimiento generalizado contra las élites financieras y contra la casta política", pero la afinidad del sociólogo con el populismo podemita lo condena a falsear la realidad y a encontrar similitudes entre el millonario y "movimientos de extrema derecha tipo Frente Nacional de Francia", y a negar que su discurso está estrechamente emparentado con el de Pablo Iglesias. Más aun: "Sería Donald Trump el que cumpliera la petición de la izquierda de repliegue militar. De hecho, se opuso a la invasión de Iraq". Del parentesco entre los discursos no se deduce, por supuesto, que Trump esté enrolado en la ultraizquierda ni Iglesias en la ultraderecha, sino que los dos se ciñen a los imperativos del populismo y éste los coloca a ambos en el carro del totalitarismo.
El lastre del populismo también pesa a la hora de elegir entre las diversas alternativas propuestas para abordar la crisis de los refugiados. En este caso, son los ciudadanos fieles a la tradición liberal y humanista quienes, cuando quieren hacer compatible esta tradición con las condiciones que impone la realidad en cuestiones de seguridad e integración social, se encuentran en aprietos. Sobre todo porque los demagogos y populistas no pierden la oportunidad de descalificarlos, asimilándolos, esta vez, a la ultraderecha. Es verdad que la ultraderecha tiene una fórmula simplista -y también populista- para resolver el problema que plantea la avalancha de más de un millón de refugiados: cerrar las fronteras a todos y expulsar a los que ya están adentro. Tan simplista -y populista- como el "Refugees welcome" de las pancartas, que Carmen Riera propone como plan de gobierno para dar la bienvenida a todos los refugiados sin poner ni las condiciones ni los filtros de los que dependen la convivencia y la seguridad ("Refugees welcome", LV, 8/5). Pura retórica, de espaldas a la realidad.
Así es este Papa argentino
Tampoco fue realista, sino puramente retórico, el sermón que el papa Francisco endilgó en la Sala Regia del Palacio Apostólico del Vaticano al recibir el Premio Carlomagno 2016, abogando por "actualizar la idea de Europa" con un nuevo humanismo basado en la capacidad de integrar (LV, 7/5). Palabras, palabras y palabras que encubren el postureo de trasladar doce refugiados exclusivamente musulmanes al Vaticano cuando cientos de miles de cristianos están padeciendo torturas, saqueos, conversiones forzosas y matanzas en Iraq, Siria, Nigeria y otros países islámicos, y cuando el padre Behnam Benoka le suplica, desde la martirizada Erbil, que visite los campamentos donde malviven sus fieles en Líbano, Jordania y Turquía (ACI Prensa, 27/4).
Así es este Papa que en su país, Argentina, bendice al flamante retoño de la Teología de la Liberación, el Encuentro Nacional de Curas en la Opción Preferencial por los Pobres (sic), vástago a su vez del Movimiento de Sacerdotes del Tercer Mundo que se sumó a la guerrilla castrista-peronista de Montoneros (ver "La cruz y el fusil", La Ilustración Liberal, 60-61). Y avala al flamante retoño cuando éste se confabula con la cleptocracia kirchnerista para desestabilizar al Gobierno regenerador de Mauricio Macri. Para más inri, envía guiños de complicidad a la violenta agitadora antisistema Milagro Sala, acusada de malversar millones de dólares destinados a la construcción de viviendas sociales ("El caso de Milagro Sala", La Nación, Buenos Aires, 15/2 y 30/4).
Versión adulterada
El lastre populista infecta la versión adulterada de los hechos que rezuma el artículo "De Barcelona a Barcelona", de Xavier Mas de Xaxàs (LV, 7/5). Según el autor -que mezcla falazmente a refugiados con inmigrantes, cuando son categorías muy distintas-, todos llegan "atraídos por la civilización europea, sus valores y progreso". Probablemente los inmigrantes sí, y bienvenidos sean, pero sólo un mistificador empedernido puede aducir que los suníes y chiíes desplazados por la guerra anhelan abrazar los valores de la civilización europea. Es Mas de Xaxàs quien se ha adaptado a la óptica de los islamistas cuando ve a nuestras sociedades "envejecidas, anquilosadas y temerosas, pendientes, ante todo, por replegarse en los mitos de la historia, la raza y la cultura".
Cuidado, quienes se repliegan en los mitos de la historia, la raza y la cultura no son las sociedades europeas sino las tribus secesionistas como la padana y la flamenca, cuyos caciques son los únicos que acogen con los brazos abiertos, por las afinidades electivas, a Carles Puigdemont y su séquito, para los que, en cambio, nunca hay huecos en las agendas de la Unión Europea. Mientras tanto, el pseudoministro de Exteriores, Raül Romeva, pasea por Beirut montando su propio show de rescate ficticio de los refugiados (LV, 9/5).
Después de regurgitar los habituales denuestos de los pijoprogres –y de los islamistas– contra los europeos que "durante siglos hemos explotado sus recursos naturales, tratando de convertirlos al cristianismo", Mas de Xaxàs destaca la labor solidaria de instituciones como Diplocat y el Cidob, nada menos: la primera, inservible pero solidaria, eso sí, con los paniaguados de la Generalitat, y la segunda castrada por la prepotencia del secesionismo, como denuncia clamorosamente el profesor Francesc Granell ("Cidob: otro contrasentido", LV, 7/5).
Es posible librarse del lastre del populismo de ultraderecha y de ultraizquierda. Ni expulsiones masivas, ni papeles para todos. Basta plantear el problema sensata y racionalmente. Escribe María-Paz López ("El islam de los refugiados", LV, 8/5):
Comparando cifras, cabe preguntarse por el riesgo cultural real para 500 millones de europeos de recibir a algo más de un millón de solicitantes de asilo (datos de 2015), aunque ese número crezca al sumar la población extranjera ya asentada. Pero lo cierto es que levanta temores. Por eso las autoridades están llamadas a legislar sobre la integración de los recién llegados, y a actuar con firmeza si ellos o sus líderes vulneran nuestras leyes o incitan a vulnerarlas. El sermón en una mezquita de Cornellà de un imán saudí defensor de Bin Laden es inaceptable. Airados si sus temores no son tenidos en cuenta por los gobiernos, esos europeos descontentos pueden echarse en brazos de partidos políticos de la derecha dura y/o refractarios a la inmigración (…).
Ese recelo existencial se adereza con el miedo físico al terrorismo islamista, que en los últimos meses ha asaltado París y Bruselas, como hizo en Madrid en un 2004 que ahora parece lejano. Para los gobernantes, la gestión simultánea de la crisis de los refugiados y la del terrorismo yihadista entraña enorme complejidad. En realidad sólo dos aspectos los vinculan: el origen geográfico y la religión. (…) Y aunque en ese flujo hay fieles de otras religiones (cristianos, yazidíes, drusos), la fe mayoritaria es la de Mahoma, la misma que dicen profesar los terroristas. Es una verdad incómoda, sobre todo para los musulmanes.
También hay que estar preparados. El coronel Manuel Navarrete, director del Centro Europeo contra el Terrorismo, explica (El País, 8/5) que en los puntos calientes de Grecia e Italia se despliegan especialistas (guest officers) entrenados por Europol. No es cuestión de quedar librados a la buena voluntad de los pijoprogres.
Cacofonía insustancial
En este contexto, debería ser tranquilizador que Sadiq Khan, ciudadano británico de origen pakistaní, que practica la fe musulmana y obedece sus preceptos, se haya despojado del fanatismo típico de muchos de sus correligionarios y, plenamente integrado en la civilización europea y enrolado en la corriente laborista más próxima al moderado Tony Blair que al pirómano Jeremy Colbyn, haya inspirado a sus conciudadanos la confianza suficiente para que lo elijan alcalde de Londres por una apreciable mayoría de votos.
Al comentar este resultado sin precedentes, John Carlin trae a colación ("La fe del alcalde Khan", El País, 9/5) el comentario del expresidente de la Comisión de Igualdad y Derechos Humanos, Trevor Phillips, negro de ascendencia caribeña, sobre el resultado de una encuesta del Sunday Times. Phillips deduce de este resultado que "un abismo" separa a los musulmanes y no musulmanes en sus actitudes hacia cuestiones tan fundamentales como el matrimonio, las relaciones entre hombres y mujeres, la educación, la libertad de expresión e incluso la validez de la violencia en la defensa de la religión. Acota Carlin, refiriéndose al nuevo alcalde:
Su misión más difícil y más crucial será convencer a muchos de los que comparten su fe religiosa de hacer las paces con los valores seculares occidentales que él ha hecho suyos.
La reflexión de Carlin sintetiza en pocas palabras la clave para solucionar esta nueva versión del choque de civilizaciones. Lo demás es cacofonía insustancial. Y suicida.