Finalmente, está el poso antidemocrático que ha impregnado e impregna todavía buena parte de la sociedad española, como una de las herencias fundamentales de la dictadura.
Cuando los políticos españoles, alejándose de la tradición europea, invocan la ley y el orden como preceptos superiores a la democracia, en realidad -lo haga quien lo fachada, nosotros escuchamos el eco de aquel terrible bando firmado en Melilla el 18 de julio de 1936: 'la energía en el sostenimiento del orden estará en proporción a la magnitud de la resistencia que se nos ofrezca.'
Un orden inmutable? Una ley que vale más que la voluntad popular? Una constitución que no se puede cambiar? Son conceptos extraños y repulsivos para cualquier demócrata y que sin embargo en España pasan por aceptables y llenos de razón. Frente a una crisis constitucional como la que significa la independencia de Cataluña, los gobiernos democráticos, en Quebec Canadá, en Escocia Reino Unido y el Reino Unido la Unión Europea, hay anteponen el respeto a la democracia y la necesidad de encontrar soluciones escuchando la voluntad del pueblo. En España la reacción es la contraria.