Me llamaba la atención el poco ruido que hacen estos últimos días la bandada de pajaritos que revolotean al “medalla al trabajo" Rajoy, todos con el piquito abierto por ei cayera algo sobre “qué hay de los mío”. Comenzando por tertulianos, periodistas de cámara y pelotas en general. Pero este Rubén Amón, que no da puntadas sin hilo, ha venido a dejármelo claro con este artículo
RAJOY PASMADO
RUBÉN AMÓN
EL PAÍS
14 JUL 2016 - 10:59 CEST
El calendario de investidura que ayer propuso Mariano Rajoy no parece tanto
un ejercicio de voluntarismo como un ejemplo de superstición. Se le ha descompuesto al presidente el escenario. Y se ha demostrado que 137 diputados eran muchos en comparación con el resultado del 20D, pero bastante pocos en la perspectiva de un partido, el Popular, que permanece ensimismado en la devoción a su líder.
No puede sorprenderle a Mariano Rajoy el antagonismo de Pedro Sánchez. Sí debe inquietarle la posición refractaria de Albert Rivera. La abstención de Ciudadanos en la hipotética segunda votación restringe el compromiso al trance de la ceremonia de la investidura. Y malogra la ingenua expectativa no ya de un Gobierno mancomunado, sino de un pacto de legislatura. Rivera se queda en la oposición como un gendarme. Se venga de Rajoy sin necesidad de reclamar la cabeza. Un crimen silencioso.
Necesitaba el líder del PP configurar un gran acuerdo conservador. La suma del PP y Ciudadanos -169 diputados- hubiera dado la razón a Fernández Vara en el sanedrín de las baronías: ¿quién podría oponerse a una mayoría tal elocuente?
Se ha quedado trasnochada la cuestión como ha revivido la hipótesis de unas nuevas elecciones. Empieza a invocarse una fecha de presión, el 27 de noviembre. Y adquiere relevancia un escarmiento a la beligerancia y los argumentos con que Rajoy maldijo el acuerdo del PSOE y Ciudadanos en la fallida investidura de marzo.
Le reprochó entonces a Sánchez haberse presentado sin números ni garantías, ignorando o subestimando que se le iba a plantear a él mismo una situación idéntica seis meses después. Es la razón por la que el líder socialista ha recurrido a la lógica marianista para retratar la soledad del presidente: investidura y gobernabilidad van unidas. Y no puede gobernarse cuatro años, ni dos, con un margen 137 diputados.
La aritmética retrata la importancia que revestía la implicación de Rivera en los planes de Rajoy. Y explica también el argumento providencial al que se acoge Sánchez para delatar el aislamiento de los populares. Terminada la primera ronda de contactos, Mariano Rajoy cuenta, a medias, con el apoyo de una diputada de Coalición Canaria.
¿Soluciones? La más inmediata podría consistir en un replanteamiento de las posiciones maximalistas. Se resolvería el bloqueo, bien por el sí de Rivera, o bien por la abstención del PSOE, pero ni una ni otra posibilidad se antoja verosímil.
La segunda posibilidad es una exploración entre las "líneas rojas", es decir, que, fracasado el intento de Rajoy, se produzca un acuerdo entre Sánchez e Iglesias -156 escaños- al que garantizarían viabilidad la adhesión de los nacionalistas.
Y la tercera opción son las elecciones generales. Mariano Rajoy las consideraba una broma de mal gusto. Pero ocurre que las bromas y el mal gusto son los rasgos que definen a la política española contemporánea.