Objetivo: politizar el juicio al procés para alcanzar una mayoría del 70%
El independentismo ve una oportunidad para repetir la misma estrategia de agravio y victimismo que Mas lanzó dos años después de la sentencia del TC sobre el Estatut
Juan Fernández-Miranda
@juanfmirandaSeguir
es su estrategia: «La sentencia del ‘procés’ es una oportunidad para incrementar el sentimiento de agravio de Cataluña, de modo que el apoyo al independentismo pase del 48 al 70 por ciento». Esta argumentación parte de la siguiente hipótesis: la sentencia del «procés» será como la sentencia del Estatut, «que permitió pasar del 20% de independentistas al 48». Ese es el objetivo, y quien caiga por el camino tendrá un lugar destacado
en los libros «indepes» de historia. Da igual si la premisa es falsa, que lo es y enseguida lo demostramos; lo importante aquí es su conclusión: con un 70%, ¿quien les impedirá votar la independencia?
La primera sesión del juicio no deja lugar a las dudas: los independentistas, los de fuera y la mayoría de los de dentro, quieren convertirlo en un juicio político, en el mejor escaparate para sus proclamas.
A eso se prestó ayer Oriol Junqueras, líder de los encausados y aspirante a beato en el olimpo independentista, al apostar por una estrategia de defensa política y no técnica.
Unos acusados se prestan a la estrategia política y otros no, pero eso da igual, ellos son ya víctimas colaterales del monstruo independentista. Los que van poco a poco cogiendo el mando son una nueva generación que vive el juicio como una oportunidad para lanzar su carrera política, que será mejor y más larga transitando ese universo de
agitación, confrontación y ruptura. Ni un paso atrás, más bien al contrario: más consignas, más mentiras, más falsas apelaciones al diálogo y más victimismo. Más madera.
El presidente del Parlament,
Roger Torrent, es el mejor ejemplo de esos líderes políticos que entienden el juicio como un trampolín. Ayer se manifestó en las puertas del Tribunal Supremo consciente de que a él nada puede irle mal: como representante institucional, sabe que no va a traspasar la línea roja que sí traspasaron sus antecesores: él no irá a prisión. Ellos se han sacrificado para que él pueda conducir a Cataluña hacia la soñada independencia. Les debe mucho, muchísimo, por eso ayer viajó hasta Madrid, para escenificar un apoyo que no es más que para coger impulso. Tacticismo cínico, o a la inversa.
Pero hay una realidad que estos jóvenes independentistas no pueden negar:
la sentencia del Estatut de 2010, el origen de todos los agravios, la madre de todos los males, no fue origen de nada. El aumento de ciudadanos catalanes que se fueron pasando al independentismo comenzó dos años después, en 2012, cuando Artur Mas se envolvió en la causa independentista, no cuando el Tribunal Constitucional afeitó el Estatut. Los datos y las fechas cantan, como se puede observar en el gráfico adjunto: en el año y medio posterior a la sentencia, cuando Artur Mas gobernaba apoyándose en el PP, los catalanes que reclamaban un estado propio crecieron leve y lentamente. Es en 2012 cuando la curva se dispara: exactamente cuando Artur Mas trató de desviar la atención de la corrupción y decidió no asumir el desgaste propio de gestionar una economía en plena crisis. La escalada verbal empezó tras el asedio al Parlament, y con la corrupción acechando. Artur, contigo empezó todo.
Hay una mentira anterior, que no por conocida deja de ser reveladora: en 2003, cuando Pasqual Maragall impulsa, de la mano de ERC,
la reforma del Estatut, el porcentaje de catalanes que sentía esa necesidad era irrisorio. No fue la sociedad quien arrastró a los políticos, sino al revés. En 2005, justo antes de la aprobación del Estatuto, solo el 20% de catalanes se sentía únicamente como tal, según Idescat. En el posterior referéndum solo votaron el 49,4% (el 73,9% a favor). ¿Ha merecido la pena el invento?
Los líderes independentistas de hoy, herederos de los que están amortizándose para la causa en el banquillo de los acusados, no sólo no están echando el freno -ni siquiera están contemporizando-, sino que están en el siguiente escenario: el 70 por ciento. Da igual que su estrategia se apoye en datos falsos, da igual que la ciudadanía catalana esté tan enfrentada que es casi imposible que un constitucionalista
se convierta en «indepe» o a la inversa. Lo único indiscutible son los datos, y los que sostienen el tenderete secesionista son falsos o están manipulados. Pensar que los independentistas van a entrar en razón es de una ingenuidad pasmosa. Es su carrera política, estúpido. Y, mientras tanto, el monstruo saturniano sigue devorando a sus hijos.