Como veo que dispones de mucho tiempo, o es que cobras por cada palabra o mensaje, te voy a contar un sucedido. No solo a tí, sino a todos aquellos que participan en este foro: Alyva, Petersen, neutral, encristiano, geodisei, sasha, josuant... A todos. Es un poco largo pero es posible que merezca la pena leerlo, así de paso nos entretenemos todos un poco.
Hace unos meses me encontré con un amigo de confianza que hacía mucho tiempo que no veía. Venía con la sonrisa en la cara. Después de saludarle le pregunté que a qué se debía tanta alegría. Me dijo que si me lo contaba no me lo iba a creer. Prueba, le insistí. Pero esto tiene que quedar entre nosotros, ¿eh? ¡Por supuesto!, le dije animado.
Bien, pues allá vamos. La cosa es que hace unos años me vino a la cabeza un recuerdo de mi niñez, allá a principios de los setenta. Mi padre estaba sentado en el orejero del cuarto de estar y tenía una carpeta con unos papeles muy grandes e historiados en las manos. ¿Qué es eso? le pregunté. Son Acciones. Me contestó con mucho empaque. ¿Acciones? ¿Y qué son las acciones? No me dijo nada, claro. Por lo que pude ver en algunas cabeceras ponía Telefónica, Banco de Santander... Cerró la carpeta y me fuí a dar la lata a otra parte.
Había olvidado esa escena hasta que hace unos años, como te he dicho, la recordé sin saber muy bien por qué. Para entonces ya sabía perfectamente qué eran esos papelitos y para qué valían. Tenía mi propia cuenta en un broker y compraba y vendía todos los días cualquier título que viera que podía ser rentable. Y en ese momento, sin saber por qué, me planteé seriamente acercarme a las oficinas de mi intermediario para ver y tocar mis acciones. Igual que hacía mi padre años antes. Y eso fue lo que hice.
La elegancia del edificio era grandiosa. Cuando pasé al interior unas guapas y elegantes señoritas estaban muy pendientes de sus pantallas de ordenador. Una de ellas, muy sonriente, quiso saber el motivo de mi presencia allí. Cuando le dije que quería ver mis acciones exibió su sonrisa más zalamera, descolgó el teléfono y expuso mi petición a alguien. Inmediatamente ese alguien salió de un despacho, me tendió la mano y me invitó a pasar. Después de ofrecerme un café se interesó reiteradamente por los motivos de mi solicitud intentando solapadamente disuadirme de la misma. A los quince minutos, y vista mi terquedad, se levantó de su sillón, abrió una puerta que estaba detrás de su mesa y ambos pasamos a una sala con una gran pantalla apagada en el centro. No había ni nada ni nadie más.
Aquí están sus acciones, me dijo muy serio. ¿Aquí, dónde? pregunté sorprendido. Aquí no hay nada. Efectivamente, me confirmó. Estará usted de broma, exclamé. No, no me gustan las bromas. ¿Entonces, mis acciones...? Sus acciones son nada, caballero. Nada, solo números en su ordenador. ¡No me lo puedo creer!, grité cogiéndole del cuello, ¡me han estafado, me han engañado! ¿Qué han hecho ustedes con mi dinero? Se lo explicaré gustosamente en mi despacho si así lo desea, se ofreció educadamente.
A la vuelta a su despacho me derrumbé en la silla. ¡Estaba en la ruina! ¿Y bien? Le escucho, le animé. ¡Oh, sí!, por supuesto. Verá, la explicación es muy sencilla. Ustedes, los clientes, no compran nada. Nos dan el dinero pero nosotros no hacemos nada con él. Bueno sí, quedárnoslo, jejeje... Todo es un engaño. Sus órdenes de compra-venta solo se ejecutan en nuestro sistema informático. Tenemos conexiones con todas las bolsas del mundo, sí, pero no operamos con ninguna. Todo es falso. Les cobramos las comisiones como si lo hiciéramos pero nunca hemos comprado ni vendido ninguna acción. Solo en sus ordenadores. Es como si todo fuera real sin serlo. Le prevengo que no es tan difícil. Solo media docena de clientes han dudado de nosotros. ¡Y además contamos con todos los parabienes habidos y por haber!
¡Les denunciaré!, grité exaltado poniéndome de pié de un salto, ¡iré a la policía y les denunciaré! Muy bien caballero, está usted en su derecho, me dijo calmosamente mi antagonista, pero si me escucha atentamente yo le ofrezco una solución que, seguramente, le satisfará más. ¿Una solución? pregunté incrédulo. Sí, una solución. Si es tan amable de sentarse... Verá la situación es la siguiente: si va usted a la policía todo esto se irá al traste, sí, pero usted no recuperará su dinero y nosotros iremos a la cárcel, o no. Y en cualquier caso, ¿a los cinco años? estaremos otra vez en la calle disfrutando de lo ganado. Por contra si usted no hace nada yo puedo ofrecerle un trato que le permitirá no solo recuperar su inversión sino también ganar dinero.
¿Cuál? ¿Qué tipo de negocio es ese? quise saber esperanzado. Muy sencillo. Solo tiene que mantener silencio. Si lo hace nosotros le daremos una participación en el negocio y el dinero de todos los futuros clientes que usted capte, así como sus comisiones será suyo. Así de fácil. Sin riesgos. Usted no aparecerá por ningún lado.
¿Y tú, qué hiciste? le pregunté ansioso. Acepté, claro, ¿qué hubieras hecho tú en mi lugar? ¿Y has ganado dinero? ¡Ya lo creo, mucho más que si hubiera invertido en bolsa! Aquí le miré a la cara y le dije, de ahí la sonrisa, claro. Sí, sí, de ahí la sonrisa, pero es que además acabo de trincar a un pardillo más para el negocio, jajaja...
Este es el sucedido que me contó mi amigo y por lo que le conozco estoy por asegurar que es cierto. ¿Lo es? Juzguen ustedes.