En el fabuloso primer quinquenio y algo más de este milenio era normal acudir a una agencia de viajes y cuando entrabas además de los vendedores de la agencia, una amable señorita te abordaba y te ofrecía una fabulosa tarjeta con la que podías fraccionar el pago de tus vacaciones, pongamos en doce cómodas mensualidades.
La pregunta que se hacía era que a cuánto salía cada cuota.
Pues la cuota señor le sale señor a cien euros al mes.
Pues me sale la cuenta me apuntas a mí y a la parienta que nos vamos a Cancún.
Con dos cojones y dos ovarios se realizaba la hazaña. La fabulosa tarjeta llevaba incluido un coste de financiación del 22% TAE o más. La TAE se la traía floja, lo único que les interesaba era si les salía la cuenta para pagar la cuota.
Y lo mismo para el piso, los muebles el coche y cualquier otra gilipollez que se les pudiera ocurrir.
En otra ocasión acudía a una de esas macrotiendas que venden todo tipo de cacharros electrónicos, la mayoría completamente prescindibles, a comprar un portátil que había visto en oferta, con el que estoy escribiendo todavía. Probablemente de los más cochambrosos que había a la venta. Lo cogí de una montonera, me dirigía a las cajas en las que no había nadie, pagué y me dispuse a salir, no sin antes ver una estupenda cola en el mostrador de financiaciones como para pasar allí toda la tarde esperando.
Los de las financiaciones se llevaban los mejores y más caros televisores, macs, teléfonos y todo aquello que les apetecía y les deba igual lo que costara porque les alcanzaba para pagar su cuota.
Situaciones de este tipo he visto muchas más en los pasados años.
Ahora la naturaleza nos ha puesto a todos en nuestro sitio y ha decidido que se acabó la fiesta.