El dato de Telefónica es bastante revelador: volver a ver la deuda neta por debajo de los 30.000 millones en 2028, algo que no sucede desde 2004, es un hito que habla de un cambio de estrategia profundo. Durante dos décadas, la compañía se movió con un balance muy cargado, fruto de un modelo expansivo que en su día buscaba crecer a golpe de adquisiciones y consolidar presencia internacional.
Ahora el enfoque es justo el contrario: desinversiones selectivas, racionalización de activos y búsqueda de eficiencia. La venta de filiales latinoamericanas, de las torres de telecomunicaciones y, más recientemente, el planteamiento de vender y realquilar su sede en Madrid o la filial en Chile por unos 1.100 millones, son parte de esa hoja de ruta. Es decir, Telefónica se ha resignado a ser más pequeña, pero también más sostenible.
Lo interesante será ver si esta reducción de deuda se traduce en mayor flexibilidad para invertir en áreas estratégicas como 5G, fibra y digitalización, en lugar de simplemente destinar recursos a cubrir intereses o refinanciaciones. El contexto competitivo en Europa es muy duro y la presión regulatoria tampoco ayuda, así que bajar deuda puede ser un salvavidas clave.
En todo caso, la foto a medio plazo es ambivalente: menos deuda dará aire al balance y puede mejorar la percepción de solvencia, pero también implica que la compañía ya no juega en la misma liga de crecimiento global que a principios de los 2000. Telefónica será más ligera, sí, pero también más “doméstica” y dependiente de su capacidad de generar caja en mercados maduros.