«Maestro, me educaste, por ti se clerecía;
mucho bien tú me has hecho, pagarlo no podría.
A ti me dio mi padre, yo siete años tendría,
porque entre los maestros grande es tu nombradía.
»De toda clerecía, sé cuanto es menester,
fuera de ti, no hay hombre que me pueda vencer;
sé que todo eso a ti lo he de agradecer,
pues las artes por ti yo las llegué a aprender.
»Entiendo la gramática, sé bien toda natura,
escribo y versifico, conozco la figura,
de memoria yo sé autores y lectura;
mas todo eso lo olvido, ¡tan grande es mi amargura!
»Sé bien los argumentos de lógica formar;
los dobles silogismos los sé también quebrar;
puedo yo a un contrario poner en mal lugar,
pero todo lo olvido, ¡tanto es mi pesar!
«Soy retórico fino, sé hermosamente hablar,
adornar mis palabras y a todos contentar;
sobre mis adversarios, mis errores echar,
mas ahora todo eso lo tengo que olvidar...
»Aprendí medicina, soy médico cabal:
sé interpretar el pulso y el líquido orinal.
Fuera de ti, maestro, no existe un hombre tal;
pero ahora todo eso es para mí igual.
»Sé por arte de música propiamente cantar,
sé hacer gustosas notas, las voces concordar,
los tonos cómo empiezan, y cómo han de acabar;
mas todo eso no puede mi alma contentar.
»Sé de las siete artes todo su argumento;
y sé las cualidades de cada elemento;
de los signos solares, o de su fundamento,
no se me oculta nada, ni siquiera un acento.
»Gracias a ti, maestro, poseo gran sapiencia,
no temo de riqueza tener nunca carencia;
mas viviré amargado, moriré en penitencia,
si de Darío el yugo, no libero yo a Grecia.
»Es indigna de un rey vida tan afrentada;
prefiero, por más noble, morir muerte honrada;
mas si a ti te parece cosa bien acertada,
contra Poro y Darío levantaré mi armada.»
Le gustó a Aristóteles aquella explicación;
supo que no había sido en vano su misión.
«Oidme, infante -dijo-, un poco de sermón,
creo que ha de valeros para toda ocasión.»
Contestó el infante -¡nada oiréis mejor!-,
«Yo soy tu escolar, tú eres mi doctor,
espero tu consejo como del Salvador;
oiré lo que digas, con atención y amor.»
El muchacho al punto se quitó la capilla;
se acercó al maestro, a los pies de su silla,
dando grandes suspiros, preso de gran mancilla,
¡el rencor que sentía, mostraba en su mejilla!
[…]
Conste que sigue y sigue y sigue, como Felicito Tacatún, pero hoy me mostraré generosa, no tanto como Jose, que es un santo varón, y no voy a proseguir, XDDD
Si un amigo es de verdad, su amistad perdura en el tiempo y con la distancia.