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Un amigo fiel es una protección segura. - Imagen tomada de forosdelavirgen.org
La pureza del amor como puerta que conduce a la vida y que nos susurra al oído el ocaso de la existencia, del amor que nos impulsa constantemente a querer "amando" el bien del otro, ha quedado neutralizada.
Por:
VALMORE MUÑOZ ARTEAGA
Domingo, 14 de Febrero de 2016 a las 6 a.m.
Un amigo fiel es una protección segura; el que lo encuentra ha encontrado un tesoro. Un amigo fiel no tiene precio; su valor no se mide con dinero. Un amigo fiel protege como un talismán; el que honra a Dios lo encontrará. (Eclo 6,14-16)
San Ambrosio, maestro de San Agustín, obispo de Milán y Doctor de la Iglesia; conmovido por lo que sobre la "amistad" recoge el Eclesiástico nos invita a abrir el corazón al amigo para que sea fiel y nos comunique la alegría de la vida. Respétalo como a otro yo, afirma, nunca lo abandonemos en el complejo momento de la necesidad, nunca lo olvidemos ni le neguemos el afecto. Busquemos la manera de ayudarlo con nuestros consejos, con la firmeza de unir nuestros esfuerzos a su esfuerzo, participando de sus aflicciones. Nos recuerda que poseer un hombre fiel, que se alegre con nuestra prosperidad, comparta nuestro dolor en la adversidad y nos brinde sostén en los momentos difíciles, alivia profundamente; ya que, quien encuentra un amigo encuentra un tesoro, que nada vale tanto como un amigo fiel, pues se transforma en remedio saludable (Cfr. Eclo 6, 14-16).
La amistad es una de las cristalizaciones de una transparente estética de la confianza fundamentada en la realidad más importante que se teje en el ámbito de la persona: el amor. A pocas experiencias humanas se le han dedicado más palabras que al amor lo cual lo transforma en el único aspecto de la vida humana que es digno de fe, ya que es Dios en sí mismo, en su vida divina de plenitud; es origen, principio y fundamento de toda realidad, a juicio de Hans von Balthasar. Quienes experimentamos el amor, tanto darlo como recibirlo, logramos percibir la realidad desde perspectivas mucho más amplias y profundas. Lo que no se lograba ver con claridad, acariciados por el amor, se nos desnuda en toda su plenitud para que sea contemplado por dentro y por fuera. Por ello, San Agustín termina admitiendo que es justamente el amor lo que brinda peso a la persona.
C. S. Lewis, escritor que se hizo popular con la serie de novelas que conforman el ciclo de las Crónicas de Narnia, tiene un hermoso librito llamado Los Cuatro Amores publicado en 1960 en el cual recoge que muy poca gente en la actualidad piensa en la amistad como un amor comparable al "eros" (enamoramiento) o, simplemente, que sea un amor. Mirando hacia el pasado parece afirmar con nostalgia que, para los antiguos, la amistad les parecía el más feliz y más plenamente humano de todos los amores y que resultaba siendo la coronación de la vida en cuanto a que era una escuela de virtudes. Para el escritor irlandés, el mundo moderno ignora y parece ridiculizar el amor de la amistad y que, aunque se tejen ciertas amistades, estas, a su juicio, están muy lejos de aproximarse a la philia señalada por Aristóteles como una virtud o a esa amicitia a la cual Cicerón le dedicara un libro encantador. La pureza del amor como puerta que conduce a la vida y que nos susurra al oído el ocaso de la existencia, del amor que nos impulsa constantemente a querer "amando" el bien del otro, ha quedado neutralizada, enfriada, congelada por el pragmatismo con el cual parecen tejerse ahora las relaciones humanas al punto que nos lleva a preguntarnos con dolor en los huesos si es posible en la actualidad el amor de amistad. Amistad sin amor, es decir, amistad incapaz de acceder al ser, incapaz de imbuirse de la fuerza, del poder unitivo que emana únicamente del amor; no es amistad en modo alguno, ya que carece del elemento que impulsa a toda apertura hacia la completitud negada al ser humano por sí mismo. Por ello “no es bueno que el hombre esté solo” (Gen 2,18). El ser humano es incompleto, insuficiente, vacío y experimenta a la vez un deseo de bien y felicidad, por lo tanto, ¿cómo podríamos querer el bien para otro, si vivimos vorazmente en carencia buscándolo para nosotros mismos?
Llegamos ahora a la revelación cristiana sobre la amistad y las relaciones que comienza con el misterio supremo de nuestra fe: la Santísima Trinidad. Tenemos la certeza de que Dios es Uno y Trino, y que las Tres Personas quedan definidas por sus relaciones entre sí. De forma semejante podríamos decir que allí, entre las Tres Divinas Personas, existe la más sublime, perfecta y eterna amistad, expresada eternamente y mediante la venida del Hijo de Dios que nos es comunicada después en forma permanente por medio del Espíritu santificador: Amor dado, Amor recibido, Amor compartido y que termina por derramarse en la realidad concreta de que somos imagen y semejanza de ese Dios que es Uno y Trino. Ese mismo Dios que hecho Hombre como nosotros nos llamó amigos (Jn 15,15). Y en ese llamado, al mismo tiempo, se nos afirmaba que el amor es la plenitud de la ley, debido a que es el amor el medio a través del cual se nos permite cumplir verdaderamente todos los mandamientos. Donde hay amor, concluye San Pablo, no hay servidumbre. Donde hay amor hay apertura a una nueva realidad de la dimensión humana que nos muestra sin complejos que, como afirma San Agustín, amando al prójimo y cuidando de él, recorremos nuestro camino. Ayudando al que está a nuestro lado mientras caminamos en este mundo, y llegaremos a aquel con el que deseamos quedarnos para siempre, ya que la amistad que tiene su fuente en Dios no se extingue nunca, afirma Santa Catalina de Siena. Contra la instrumentalización de la amistad levanta su voz fuerte San Juan Pablo II para aleccionarnos diciendo que el amor nunca utiliza, el amor nos posibilita a ver al otro en toda su dimensión de persona y nos mantiene en sintonía con la realidad firme de que, precisamente por eso, ese otro no es algo, sino alguien en cuya relación dinámica va cobrando forma nuestra vocación de prójimo.
La Iglesia de Cristo nos ha llamado a través del Papa Francisco a vivir el año de la misericordia rescatando un valor perdido o más bien, desviado de su naturaleza real, el valor de la fraternidad. El ser humano necesita, quizás hoy más que nunca, replantearse a la luz de una cultura de la fraternidad que aprenda a contemplarse en una mística del amor personal con la firme finalidad de cuestionar hasta la raíz todos los paradigmas de la cultura vigente, definidos por la racionalidad instrumental que lo ha reducido todo a simple cosa cuyo valor radica en el interés.
Un nuevo humanismo, mucho más fresco y simple, sencillo y humilde, que penetre en la cotidianidad, en el modo de vivir y de interpretar las relaciones del hombre con el hombre. El modo de relacionarme con los demás va tejiendo un estilo en el cual se refleja un talante singular que se manifiesta en el gesto, en el saludo, en el trato normal y en todos los momentos del estar junto al otro, de vivir con el otro y de ser para el otro. Tomemos como ejemplo a San Francisco de Asís quien se abrió al otro en la radicalidad del amor y del respeto promoviéndolo existencialmente. Él vio en Cristo el único camino a seguir, por lo tanto, él se vuelve parte de ese camino que es un camino hacia un humanismo de puertas abiertas, el cual, superando la sospecha y la desconfianza, sea capaz de presentar las condiciones de posibilidad para un diálogo basado en el respeto, en la acogida y en la esperanza. José Antonio Merino nos recuerda que para San Francisco el otro no es una cifra, un individuo lleno de aprensiones o un rival que se enfrenta a sus posibilidades personales o sociales, sino que es el resultado del amor de Dios que lo creó y formó a imagen y semejanza de su querido Hijo según el cuerpo y a su semejanza según el Espíritu; y esta visión no es otra que la misma que nos ha venido refiriendo la Doctrina Social de la Iglesia que mira con esperanza la cristalización de una civilización del amor.
Esta civilización amorosa acariciada tantas veces por Pablo VI debe comenzar a gestarse de abajo hacia arriba, en nuestras relaciones inmediatas, en el detalle cotidiano con las personas que nos rodean. Sin embargo, debemos comenzar a caminar este sendero con la plena certeza de que no será nada fácil ni sencillo, de hecho, la cultura vigente de la cual hemos bebido desde niños, nos lo hará cuesta arriba. No sólo por el prójimo, sino por nosotros mismos, ya que esta batalla comienza por nosotros, allí comienza a cobrar forma el cambio. Comencemos entonces por respetar, así de simple. Por respetar y perdonar, ellos, el respeto y el perdón harán en nuestro corazón el trabajo, serán quienes aren el camino hacia ese humanismo nuevo, ladrillo fundamental para construir el mundo que nos hemos negado a vivir. Sembremos entonces, en nuestros corazones, la semilla de aquella amistad en la Cruz de San Luis Grignion de Montfort, cuyo corazón se eleva por encima de todo lo caduco y perecedero.
Laus Deo. Pax et Bonum.
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Si un amigo es de verdad, su amistad perdura en el tiempo y con la distancia.