Suecia es uno de los escasos bastiones de la socialdemocracia realmente existente al que los estatalistas de izquierdas suelen recurrir, como a un talismán de mágicos poderes, para tratar de oponerlo a los modelos liberales de crecimiento y prosperidad.
Como tantos modelos adoptados con entusiasmo por la izquierda política (tan aficionada a inventar Arcadias felices y paraísos colectivistas donde, en realidad, no hay nada), el estado sueco del bienestar ha tenido siempre algo de verdad a medias y mucho de mito.
Ya en 2002, en un artículo publicado por el Mises Institute que causó bastante sensación, William Anderson desmontó dicha ingenua mitología poniendo de manifiesto, por ejemplo, que la renta de la que disfrutaba una familia sueca media era, a finales de los años 90, notoriamente inferior a la percibida por una familia media norteamericana… de raza negra.
Dicha estadística demoledora había sido tomada de un estudio elaborado por el Instituto de Comercio Sueco y ponía de manifiesto que el Estado del Bienestar, en su obsesión por la redistribución de la riqueza, posterga la capacidad de producción al alterar fatalmente el sistema de incentivos en el que se sustenta la voluntad emprendedora del ser humano.
El gobierno de Suecia, máximo exponente del Estado del Bienestar, está abandonando la senda del estatalismo y la redistribución por la vía de la recaudación y la provisión pública de toda clase de servicios para adoptar un sistema más propio de las economías liberales, basado en medidas como la reducción de la administración, la privatización de empresas públicas y el fomento de la competencia y la libertad de mercado.
Juan de Mariana
En los años 90 vino el desastre. El desempleo pasó del 2,6% en 1989 al 12,6% en 1994, mientras el gasto público se disparaba del 56,2 al 72,8% del ingreso nacional.
Desde entonces, en Suecia no sólo se dispone de cheque escolar sino que una parte de las pensiones es gestionada por los trabajadores de forma privada, convirtiendo Suecia en un país de inversores en acciones y acercándolo a una sociedad de propietarios.
Otros servicios como la sanidad o el cuidado de niños o ancianos, está siguiendo progresivamente el mismo camino que la educación, a través de sistemas como los cheques o del pago directo del gobierno a proveedores privados, aunque de forma desigual al ser iniciativa de los gobiernos locales.
Muchos monopolios estatales, como los de las telecomunicaciones, transportes urbanos o producción de energía, han sido desmantelados.
Suecia se ha transformado en una nación donde los ciudadanos tienen cada vez más libertad de elección y responsabilidad personal, hasta un grado que resulta desconocido en nuestro país. Nuestros gobernantes harían mejor en fijarse en la Suecia real y actual que no en esa que sólo existe en sus sueños, si de verdad les importa el bienestar de sus ciudadanos.
Daniel Rodríguez Herrera