¿Cómo suena que una multinacional tabaquera demande a dos estados soberanos porque la obligan a poner en las cajetillas que el tabaco es malo? ¿O que una petrolera demande a una república porque un tribunal de la misma la condenó a limpiar todo lo tóxico que vertió en la Amazonia durante años? Ha ocurrido. Las demandantes son Philips Morris y Chevron; los demandados, Uruguay y Ecuador.
¿Y qué pensar de un estado soberano al que no dejan establecer un control de capitales? Es Chile, que no puede controlar los capitales por prohibírselo el acuerdo comercial con Estados Unidos, que ha firmado acuerdos comerciales bilaterales con catorce países y actualmente negocia otros más con países del Pacífico. Con la Unión Europea negocia un Acuerdo Transatlántico sobre Comercio e Inversiones, el mayor acuerdo comercial de la historia. En aras del libre comercio, dicen. Pero, al igual que en la negociación del Pacífico, Estados Unidos ha impuesto el secreto de las negociaciones.
El tratado de libre comercio de Estados Unidos más conocido es el firmado con México. Teórica solución de problemas de México, como recuerda Vicenç Navarro, la realidad fue otra. Se destruyeron empleos en México y Estados Unidos y benefició de verdad a grandes empresas de ambos lados, en perjuicio de la clase trabajadora. Y así en todos los países que han firmado tratados.
Desde hace décadas, los países ricos ya no ocupan militarmente los mal llamados países en desarrollo para colonizarlos. La ocupación militar colonizadora se ha sustituido por tratados comerciales bilaterales. Mano de santo. Aunque quien más tratados haya firmado, Estados Unidos, a veces invada militarmente.
La razón de ser de los tratados, aunque lo maquillen o disfracen, es apoyar a las empresas en los países receptores frente a las actuaciones de sus gobiernos. Como explica Ivan Ayala, los tratados son sistemas jurídicos paralelos para que las multinacionales incumplan las leyes nacionales. E impongan sus condiciones a la política económica del país receptor. Los tratados dicen establecer mecanismos para resolver conflictos entre estados y empresas, pero el objetivo auténtico es crear entidades de arbitraje, lejos de cualquier control democrático, que tramiten las demandas de las empresas contra los estados, (falladas mayoritariamente a favor de las empresas).
Ahora, en Europa los lobbies de grandes empresas y corporaciones van a saco contra la llamada ‘politización de acuerdos comerciales’. Es decir, que los parlamentos nacionales y el Parlamento Europeo no puedan legislar nada que disminuya sus beneficios. Y, si legislan, que sea para otros. Lobbies que en Europa defienden intereses de IBM, Deutsche Bank, Vodafone, Telefónica…, por ejemplo, se oponen frontalmente a cualquier acuerdo comercial que incluya proteger derechos humanos y laborales. Y lo que busca hoy el tratado entre Estados Unidos y la Unión Europea es que los beneficios de las grandes empresas prevalezcan sobre los derechos de la ciudadanía, la preservación integral del medio ambiente o la seguridad alimentaria. Por eso, el acuerdo comercial resultante propiciará montones de demandas de empresas contra estados, además de vaciar aún más a Europa de contenido democrático.
Por otra parte, Ivan Ayala ha escrito (citando un riguroso estudio de Thirlwall y Penelope Pacheco-López) que “no hay evidencia de que los tratados comerciales hayan mejorado la vida de los ciudadanos de los países firmantes”. Y sí de lo contrario, podríamos añadir. La liberalización comercial solo ha hecho crecer a los países ricos, China, India y alguno más, pero el resto ha ido a peor. De hecho aumentaron los pobres en todos esos países, excepto en China. Además, las comisiones internacionales de arbitraje no son fiables. Tienen también una puerta giratoria o batiente, porque sus presuntos “jueces” (que no lo son de verdad) han sido antes abogados de los lobbies empresariales que demandan a los estados. Y al revés.
Cabe preguntarse pues, como Vicenç Navarro, por qué aparece tan poco (o nada) en los medios informativos la negociación del Tratado de Libre Comercio entre Estados Unidos y la Unión Europea, a sabiendas de lo que nos jugamos, sabedores de que su aplicación tendrá un impacto muy negativo en los derechos, bienestar y calidad de vida de los ciudadanos.
En cualquier caso sabemos ya, como ha escrito Stiglitz, que las negociaciones para crear una zona de libre comercio entre Estados Unidos y Europa no pretenden tal cosa, sino un comercio dirigido al servicio de los intereses de la minoría que ha impuesto la política comercial de Occidente.
Xavier Caño Tamayo es periodista y escritor
Artículo publicado en ALAI, América Latina en Movimiento
http://xacata.wordpress.com