Las escalofriantes cifras de desempleo que presenta nuestro país, por encima de los cuatro millones de personas, son para dudar de que la salida a la crisis se encuentre próxima. No en vano, poco ha cambiado la situación en España, aunque el carrusel electoral de este año parezca teñir de color esperanza las ilusiones de una importante parte de la ciudadanía.
Y es que el sistema que rige nuestros destinos, no solo a nivel nacional, sino en el escenario mundial -que afecta sobre todo a ciertas regiones mediterráneas, como Grecia, Italia o España- no es un supuesto y simplón neoliberalismo, o capitalismo salvaje, como algunos se empeñan en demostrar con el fin de imponer a las masas un disfrazado comunismo de nuevo cuño, sino una auténtica cleptocracia: el gobierno de los ladrones mediante todas las armas que la corrupción pone a su servicio; desde el nepotismo al clientelismo, pasando por el peculado.
Si además destacamos que una gran parte de la población activa afectada por el desempleo se encuentra en esa mitificada franja de edad que denominamos 'juventud', o 'los jóvenes', entonces el porcentaje, superior al 50%, puede hacernos temblar de verdad: el futuro de este país parece encontrarse hipotecado por completo.
Mayores de 45
Y sin embargo, he de decir que a mí me preocupa, en gran medida, otra franja de edad que se encuentra denostada, que ha sido olvidada con aviesa intención, y que está siendo enterrada y condenada al ostracismo: la de los mayores de cuarenta y cinco, o podríamos decir incluso que la de todos aquellos que ya han alcanzado la cuarentena o la rondan...
Sin restar importancia a la gravedad de que la mayor parte de la juventud de un país se encuentre mano sobre mano, sin expectativa laboral alguna, considero que más grave lo es que se encuentren sin posibilidad real de reenganche en el mercado, precisamente quienes formaban el grueso de la desaparecida clase media.
Son ellos, los hombres y mujeres de más de cuarenta, quienes alimentaban gran parte del consumo de bienes y servicios, con la adquisición de primeras y segundas viviendas, con sus cambios de vehículo, con sus vacaciones, con los gastos que conllevaba su natalidad... Y sin embargo, este grupo poblacional se ha visto desplazado de los puestos de trabajo, en base a unos supuestamente más elevados 'costes económicos para el empleador'. Se trata por supuesto de una visión cortoplacista y economicista errónea, de un modelo productivo que conduce al fracaso de una sociedad que se dice moderna, evolucionada.
Generaciones más preparadas
Esas generaciones, que se diga lo que se diga se encuentran mejor preparadas que las que les siguen (quizás no acumulen la cantidad de, a veces inservibles, títulos máster e idiomas que sus juveniles competidores acaparan), pero atesoran de forma innegable no solo parecidos talento y conocimientos, sino además la aplicación práctica de los mismos. O lo que es lo mismo, algo que hoy día parece haber perdido su lugar privilegiado en el ámbito empresarial: la experiencia.
Sin olvidar que los mayores de cuarenta suelen adornar además esa experiencia con virtudes como la renuncia, el sacrificio, el esfuerzo o la responsabilidad, porque están acostumbrados a darlo todo, porque siempre se han implicado hasta las últimas consecuencias, porque lucharon duro para lograr escalar puestos en nuestra sociedad? y son responsables de una hipoteca o varias, de unos padres ancianos a los que cuidar, de unos hijos a los que intentar ofrecer un futuro digno.
Muchos de esos ?ya mayores? para el mercado, han optado por lanzarse a ampliar su formación, a reciclarse y cambiar de sector, a emprender... casi todos esos esfuerzos resultan baldíos, inútiles.
El Consejo Económico y Social (CES) presentaba en 2014 treinta medidas para mejorar la empleabilidad de un colectivo del que entonces formaban parte 1,8 millones de parados (de ellos, el 53% llevaba más de dos años desempleado). Estamos en 2015, y la vida no sigue igual, sino peor.
Ni mérito ni capacidad
Por mucho que se publicite, hoy apenas queda lugar para el mérito ni la capacidad. Tampoco para el talento, ni la experiencia. Las empresas de trabajo temporal, y las de selección de recursos humanos, parecen haber dado órdenes claras y directas al respecto a sus imberbes técnicos de selección, contratados del mismo modo y bajo la misma premisa que los desafortunados que se someten a su criba: Nada de ?viejos?. Nada de gente con cargas familiares.
Sólo hay lugar para aquellos que estén dispuestos a trabajar por un salario de miseria. Bajo coste de incorporación, de mantenimiento y de despido. Gente que no pueda ?dar problemas?. Un nuevo proletariado de carnes frescas, empapelado de títulos y supuestamente capaz de parlotear hoy en Jerez, mañana en Shangai y pasado en Kabul.
Una empresa que contrata sin valorar a largo plazo la inversión a realizar en recursos humanos, sin contabilizar los intangibles que aportan las personas con experiencia, la estabilidad, la capacidad de trabajo, de crear valor, que suponen, es una empresa que merece ser devorada por el propio sistema caníbal que está contribuyendo a imponer. Solo un cambio de paradigma puede devolver la cordura perdida por seguir los dictados de un modelo contrario no solo a los valores y la ética, sino además a la más estricta lógica empresarial.
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