El descubrimiento de una trama de corrupción relacionada con personajes pertenecientes o cercanos a la esfera institucional del PP nos enseña hasta qué punto el olvido de la historia más reciente se puede llevar por delante el crédito que resta del sistema democrático. Si el hombre es el único animal que tropieza dos veces con la misma piedra, el político es la única criatura capaz de dejarse atrapar por los vicios y errores que denuncia airadamente en el contrario. ¿Cuál fue el talón de Aquiles de los últimos gobiernos del PSOE? En 1994, de eso hace sólo quince años, los casos de corrupción explotaron como una pandemia en la agenda política y el sistema se sometió a una prueba de fuego que, como todos ustedes saben, se cerró, en 1996, con la llegada de un reformulado centroderecha al poder y la caída de Felipe González.
¿Quién se acuerda hoy de Juan Guerra, hermano del que fue vicepresidente y protomártir de un mal entendido método de atención directa a los descamisados? ¿Quién se acuerda hoy de Luis Roldán, que dirigió la Guardia Civil y encarnó la versión posmoderna del pícaro hispánico con grandes ambiciones? ¿Quién se acuerda hoy del desaparecido Mariano Rubio, gobernador del Banco de España, que dimitió por el llamado caso Ibercorp?
La arqueología de la corrupción daría para muchos artículos, en los cuales no deberían faltar otras referencias, como el caso Casinos, que apareció en los entornos de Convergència, el caso de los fondos de la Conselleria de Treball, en los entornos de Unió, y el caso Filesa, que supuso la condena y la cárcel para dirigentes destacados del PSC. Algún universitario inquieto debería escribir una tesis doctoral sobre corrupción política y olvido en las Españas.
Luchar contra la corrupción es un imperativo para la salvaguarda de las instituciones y el bien común y, a la vez, forma parte de la competencia electoral entre partidos aunque -ahí va la paradoja-ninguna opción política queda a salvo de este virus. Lo noblemente cívico y lo más sectario caminan de la mano, quiérase o no. Además, cada nuevo escándalo confirma el prejuicio según el cual "todo apesta" o, como decimos en catalán, "no hi ha un pam de net". Aznar, de acuerdo con el manual, utilizó, en su momento, los casos de corrupción en el campo adversario para propagar su alternativa.
A pesar del caso Naseiro y otros pantanos, el aznarismo que atacaba la fortaleza pegó cada día en la herida abierta de la corrupción socialista, poniendo a velocidad máxima el ventilador de la porquería, para romper así el pedestal de la credibilidad de González, y de igual manera procedió con el asunto de los GAL y la guerra sucia contra ETA. Ello le dio resultado, aunque no hay que olvidar que el PSOE abandonó la Moncloa con una "dulce derrota".
La fábula es bella y atroz. Aznar, el campeón en la denuncia de la corrupción nacida en el lado oscuro de un felipismo que se presumía intocable y omnipotente, se ve hoy más cerca de comprender el drama de su rival de otrora. Lo que la operación Gürtel investiga tuvo lugar, sobre todo, durante la etapa del Aznar gobernante. Y el círculo más cercano del ex presidente, como prueban las imágenes de la boda de su hija, no fue precisamente ajeno a este lío. Estoy seguro de que, si Aznar acaba hablando, dirá algo muy parecido a lo que González dijo sobre los Roldanes de turno: el príncipe no puede estar en el detalle de todo y, al final, siempre hay quien cruza la raya.
La historia no sólo se repite, a veces incluso se clona. Ya no lo hace en formato de tragedia ni comedia, sólo como parodia. El lugar que antes ocupó el PSOE ahora lo ocupa el PP, con la diferencia - no menor-que los populares están hoy en la oposición y que, en lugar de perder el poder, corren el riesgo de caer en barrena. Todo lo demás es muy parecido. Por ejemplo, lo de la cacería en la que andaban el juez Garzón y el ministro Fernández Bermejo suscita las mismas dudas que tuvimos, hace quince años, sobre la separación real entre el poder ejecutivo y el judicial, extremo que nos remite a aquello de "Montesquieu ha muerto", frase que Alfonso Guerra dejó estampada hace tiempo. Salvando la profesionalidad y ética de muchos excelentes servidores de la justicia, ciertos episodios, como la pelea partidista por el control del Tribunal Constitucional, agrandan la desconfianza del ciudadano.
Visto lo ocurrido hoy con el PP, que en Madrid acumula tanta influencia y poder, está claro que la concentración de muchas palancas en un solo partido debilita la vigilancia necesaria entre instituciones. De la omnipotencia a la impunidad hay pocos pasos. El mucho mando en pocas manos genera, siempre, un campo de atracción de corruptores y corruptos. Tomemos buena nota de ello, también los catalanes.