Todos convencidos de que el juego era cosa de Varoufakis, el plan secreto del defenestrado ministro de Finanzas griego, y resulta que el jugador era Tsipras. Jugó la carta del referéndum para reforzar, decía, con un sonoro no, un no directo y contundente del votante griego al resto de la Eurozona, su posición en la mesa de negociaciones, y al cabo de una semana allí donde estaba la bolita del no puso una con el sí. Eso es arte, señores, y no el que enseñan en la sevillana calle de las Sierpes.
Cuando después de cantar victoria Tsipras pidió un tercer rescate y mandó a Varoufakis para casa ya se podía sospechar que el propósito de la consulta no era tanto reforzarse en el exterior sino reforzarse internamente. Investido con el manto heroico por dar un puñetazo en la mesa que hizo temblar el misterio del euro, ya podía hacer cualquier cosa. Y la hizo. La alternativa era poner a Grecia fuera de la moneda común y, por ende, a él y a su partido fuera de la circulación política.
Esto, no obstante, es pura especulación. Un intento por comprender aquello que posiblemente tiene raíces más simples. El error, como la estupidez, incluida la estupidez de pasarse de listo, dan muchas veces mejor cuenta de los hechos que las estrategias cuidadosamente planeadas. Pero lo interesante no es tanto por qué Tsipras hizo esto y aquello. Lo capital es qué se deshizo en el proceso. Pues eso explica la dureza de la negociación en la Eurocumbre y la prolija condicionalidad que acompaña a la luz verde para el tercer rescate. Un tercer rescate, por cierto, que Syriza en principio rechazaba pedir: su objetivo de entrada era no más memorándums, no más rescates, no más condiciones, no más austeridad.
En los cinco meses de negociaciones, en los cincos meses de un gobierno que consideraba indispensable hacer reformas y no emprendió ninguna, lo que se deshizo y vino abajo fue la confianza del resto de la Eurozona, aunque ciertamente tampoco la dejaran muy alta sus predecesores. Es significativo que la canciller Merkel eligiera estas palabras para su declaración al llegar a la Eurocumbre maratónica: "La moneda más importante, que es la confianza, se ha perdido."
De ahí la insistencia en que el parlamento griego apruebe en plazo brevísimo ciertas medidas del acuerdo. Y es que, entre otras consecuencias, la dinámica de enfrentamiento que alimentó Syriza tuvo, como era previsible, un efecto demoledor en la opinión pública alemana. Los partidarios del Grexit, que ya eran muchos, se multiplicaron. Alemania no contribuye sola a los rescates, pero es el país europeo que, por su peso demográfico, más contribuye. Claro que, a tenor de lo que se oía estos días en la grada sur de Europa, lo que tenía que hacer Alemania era callarse y seguir pagando. Religiosamente.
El problema de la confianza es, en realidad, uno de los grandes problemas de la Eurozona. El propio diseño del euro es demostrativo de la desconfianza de los países del Norte, donde la exigencia política y el control de cuentas son más estrictos, en la capacidad de los países del Sur para mantener una buena conducta fiscal y política. Cualquier avance en la integración de la Eurozona pasará por reducir esa brecha. El gobierno de Syriza, deliberadamente o no, convirtió la brecha en un abismo y luego, ya asomado a él, decidió prudentemente retirarse.
Cristina Losada