Publicado en el suplemento 'Dinero' de La Vanguardia el 12 de diciembre de 2010
La crisis del año 20XX
Entre el 2000 y el 2007, España ha gastado cada año entre un 4% y un 10% más de lo que producía | La primera lección de ese desastre es bien conocida: el dinero fácil lleva a hacer tonterías
A menudo se echa en cara a los economistas que no hayamos visto venir la crisis; o que, habiéndola previsto, no hayamos avisado. Es este uno de los pocos reproches que no nos merecemos, porque, incluso antes de que se gestara la burbuja inmobiliaria, ya era corriente la opinión, entre los que se ocupan de estos asuntos, de que los desequilibrios de los pagos internacionales no podían persistir por mucho tiempo: ya en el 2000, Alemania y China tenían unos excedentes de balanza corriente que no hicieron sino crecer hasta el 2007 (en aquel año suponían el diez por ciento del producto interior bruto en China, y el seis por ciento en Alemania), mientras que, en el platillo opuesto de la balanza, otros países como Estados Unidos y España presentaban déficits asimismo crecientes.
Nadie sabía entonces que la crisis se encargaría de parar el proceso; sí se sabía que se trataba de un asunto a resolver. Vale la pena insistir en él, porque cuando haya pasado lo peor de la crisis el problema seguirá estando presente.
Tomemos el caso español y el alemán como ejemplos: entre el 2000 y el 2007, España ha venido gastando, cada año, entre un4yun 10 por ciento más de lo que producía: la diferencia era, naturalmente, nuestro déficit por cuenta corriente, y ese déficit se canalizaba a través de préstamos de bancos extranjeros (en buena parte alemanes) a los nuestros; estos a su vez prestaban esos recursos a sus clientes, en parte para inversión, pero sobre todo para consumo (las viviendas son consumo, aunque las llamemos inversión porque duran muchos años); esos recursos completaban los generados por nuestra economía.
En el mismo periodo, Alemania gastaba entre un 4 y un 7,5 por ciento menos de lo que producía, y esa diferencia la canalizaba en buena parte a través de su sistema bancario: eran nuestros prestamistas. En búsqueda de una mayor rentabilidad - quizá sin tener en cuenta el mayor riesgo-,recursos que hubieran podido ser empleados en Alemania iban a financiar el gasto en otras economías.
Año tras año crecía nuestra deuda frente al exterior, y nuestros prestamistas pensaban estar haciendo un buen negocio. Hoy no están tan seguros. En este brusco cambio de humor intervienen factores diversos, entre los que el miedo, que es mal consejero, parece pesar más que el análisis (que, todo hay que decirlo, no es una guía infalible). El resultado: una imagen invertida de unos años de optimismo exagerado, casi irresponsable.
La primera lección de ese desastre es bien conocida, y es para nosotros: el dinero fácil lleva a hacer tonterías. No se habla tanto, sin embargo, de la segunda lección, que va para nuestros prestamistas: la presión por colocar grandes sumas de dinero que han sufrido los países excedentarios tiene el mismo riesgo, porque, persiguiendo oportunidades, uno acaba por meterse en mercados que conoce mal, y por comprar instrumentos que aún conoce peor.
Hay que jugar en los mercados que uno conoce bien, y nada mejor conocido que la casa propia. Es esta observación de sentido común - y la experiencia de haber visto cómo los ahorradores ingleses se arruinaban con la nacionalización de los ferrocarriles sudamericanos-la que movió a Keynes a mostrarse siempre muy contrario a la libre circulación de capitales.
Aún hoy, para algunos, si los riesgos de esa libre circulación son patentes, sus ventajas están todavía por demostrar. Otra cosa muy distinta es que sea posible limitar esa libertad, una vez se ha concedido.
Deberíamos procurar que los flujos comerciales entre países tendieran, en promedio, a equilibrarse. Si ya sabemos que no es posible mantener un déficit comercial durante mucho tiempo, también deberíamos abandonar la idea de que un excedente de balanza comercial es un objetivo siempre deseable; lo es a veces, como medida de prudencia, pero nada más. En el fondo, si bien se piensa, el verdadero motivo para el comercio no ha de ser tanto exportar como importar: si exportamos es porque hay que pagar las importaciones: ¿no debería gustarnos más que nos las regalaran?
Esta crisis, generada por una enorme burbuja inmobiliaria financiada en un mercado único de capitales por medio de instrumentos a menudo mal conocidos, está contribuyendo, naturalmente, a reducir los desequilibrios: los superávits chino y alemán han disminuido, la balanza española y la norteamericana han mejorado; y es que ciertas cosas se cumplen por las malas si no quiere uno cumplirlas por las buenas, aunque, como vemos, hacerlas por las buenas suele resultar mucho menos costoso. Esta es la razón de ser de la regulación. Como los agentes no siempre tienen interés en portarse bien, es bueno que alguien les oriente hacia el interés general. No cabe duda de que de la crisis actual saldrá un sector financiero más conservador y un consumidor más cauto, pero no nos fiemos: en cuanto se nos pase el susto, volveremos a las andadas.
En el año 2005 escribí un artículo titulado La crisis de 200X, pensando en los pagos internacionales. El de hoy ha de llevar una equis más, porque, por desgracia, esta crisis no terminará con la década que ya se acaba.